En Valdecilla se ata a las personas
Sí. En Valdecilla se ata a las personas. Concretamente esta práctica sucede en la unidad de Psiquiatría de “Marqués de Valdecilla”. Lejos de ser una peculiaridad de este hospital, atar a la cama a personas psiquiatrizadas que acaban de sufrir un ingreso, entra lamentablemente dentro de la normalidad actual en prácticamente todos los hospitales del estado español y, aunque resulte difícil de entender, se presenta como una medida terapéutica a utilizar en última instancia. Atar a una persona a la cama con correas significa sujetarla de la cintura, muñecas y tobillos, para impedir que se mueva libremente. La persona puede permanecer atada durante horas o incluso días, dependiendo de la decisión del personal sanitario.
En el informe de 2013 del Relator Especial de la ONU sobre la tortura se recomendaba la prohibición de los métodos tanto de inmovilización como de medicación forzosa, negando cualquier "justificación terapéutica". A pesar de que esta práctica es considerada por la OMS como método que viola los derechos humanos de las personas en la mayoría de las situaciones, resulta ser muy habitual como “contención física”. Si queréis profundizar más sobre este asunto no encontrareis material institucional sobre “atar con correas” y os será más fácil hacerlo con un vocabulario que, pueda parecer eufemístico o no, es el utilizado.
En el caso de Valdecilla, si leemos las principales recomendaciones para la contención física y farmacológica encontramos que; “La utilización de contenciones mecánicas o químicas ha de constituir un recurso excepcional al que sólo se recurrirá de forma puntual, racional y proporcional, en aquellos casos en los que se hayan agotado todas las medidas a nuestro alcance, para controlar el proceso” Es entonces cuando surge la pregunta; ¿Cuándo se decide que las medidas se han agotado? Otra de las recomendaciones dice así “Las contenciones deben ser prescritas por el médico responsable. En ausencia de éste y ante situaciones de compromiso vital urgente, la enfermera puede iniciar la contención y posteriormente ser prescrita por el médico.”
El campo de arbitrariedad abierto en los manuales de actuación, deja la posibilidad a que en la práctica este método de nulo carácter ético y reconocida carencia terapéutica sea por otro lado un elemento a disposición del personal profesional encargado de acompañar a las personas ingresadas. El criterio para utilizar las correas de cara a calmar una situación puede ser usado para evitar pasar horas acompañando a una persona que está sufriendo, para amenazarla con que se calme, o simplemente para corregir el comportamiento no tolerado por la normativa. Es decir, se produce un contraste importante entre la rigidez que obliga al paciente a seguir unas determinadas normas, en relación con el amplio margen de actuación del ámbito profesional en relación a las contenciones. Un desequilibrio totalmente comprensible en entornos donde la horizontalidad, la dignidad y la confianza no están en un primer plano.
Como dice Joanna Moncrieff; Una vez que alguien es etiquetado como enfermo y necesita tratamiento, casi cualquier intervención puede ser justificada. Desde el momento en que el comportamiento extraño, inquietante y ocasionalmente perturbador que llamamos enfermedad mental, se atribuye a una enfermedad del cerebro, sus orígenes y significados ya no tienen que ser entendidos. Dicho comportamiento simplemente tiene que ser corregido: con medicamentos, terapia electroconvulsiva (TEC) o cualquier otra cosa que se necesite. Las consideraciones normales de la autonomía del individuo pueden ser obviadas. En la ley de la Salud Mental, la “salud” triunfa sobre la libertad.
Un ejemplo; La ira de una persona ante la pérdida de un ser querido fuera de una unidad psiquiátrica sería probablemente una reacción tolerada, al menos en cierto momento. Dentro de la unidad es inviable que los comportamientos generados por estas emociones no sean interpretados como síntomas del diagnóstico asignado a la persona. De ahí que como dicen las compañeras de la campaña “0 contenciones” y del colectivo Locomún, sólo existe una manera de pensar en modelos alternativos de acompañar a las personas que no pasen por atarnos ni siquiera en última instancia. Ello pasa necesariamente por no usarlas. Sólo así es posible practicar otras formas. Ya existen lugares donde no se ata. Trieste (Italia), Mendrisio (Suiza) o Islandia son algunos de los ejemplos a nombrar. Por otro lado también existen proyectos que trabajan por evitar que ni siquiera este debate tenga cabida, creando espacios alternativos para evitar ingresos, como las casas de crisis. Un ejemplo sería Drayton Park Crisis House (casa de crisis para mujeres) en Londres.
La cuenta atrás para hacer de esta práctica algo del pasado ha comenzado. No sólo es en el ámbito activista de familiares, amigos y personas diagnosticadas de enfermedad mental, donde la lucha por modelos de acompañamiento en salud mental sin contenciones mecánicas está creciendo. También en el ámbito profesional de la enfermería, la psicología, la psiquiatría etc, existen personas cansadas de utilizar métodos tan indignos que ya se han llevado la vida de varias personas en todo el estado en los últimos años. Es el caso de Andreas Fernández González, que murió en abril de 2017 en la unidad psiquiátrica del Hospital Central de Asturias después de estar 75 horas atada a una cama. Tras estos hechos, se suma una larga lista de testimonios de personas ingresadas con secuelas físicas y psicológicas por recibir este trato.
Volviendo a nuestro contexto santanderino, como ya hemos dicho, la preocupación por los riesgos de utilizar las contenciones están reflejados en los documentos normativos de Cantabria, como es habitual en los de todo el estado. Sin embargo, cualquier familiar o persona cercana que tenga la experiencia de visitar a alguien ingresado, independientemente de que comparta el contenido de este artículo o no, podrá reconocer que las correas están en el orden del día, ya sea como amenaza verbal de castigo, o como actividad real de inmovilización. Su uso está tan normalizado que se puede llevar a cabo incluso en horario de visitas. También algunas estarán de acuerdo en que los detonantes de situaciones alteradas y conflictos, responden en contadas ocasiones al rechazo de la normativa más que a asuntos propios de dolor psíquico que sufre la persona (retirada de objetos personales, privación de la ropa, sanciones por fumar, retirada de muestras de afecto, riñas por desahogos etc). Todo un proceso infantilizador cotidiano que no ayuda a evitar situaciones de esas que la regulación considera como oportunas para usar las contenciones “como último recurso”.
En el año 2014 unas estudiantes de Enfermería (Cristina Liaño Escobedo y Silvia González Gómez) en su trabajo de fin de grado para la Universidad de Cantabria se preocuparon por este tema. “Contención física como medida de seguridad en el servicio de Urgencias psiquiátricas” Así le llamaron. Y aunque no compartimos del todo el contenido del mensaje ni la influencia del modelo biomédico propio de la psiquiatría más ortodoxa en el lenguaje de este trabajo, es cierto que arroja una intención de señalar prácticas nocivas y de buscar abordajes alternativos para evitar daños, así como información útil para no usar las contenciones mecánicas. Una muestra de que a nivel local este tema no ha pasado desapercibido en los últimos años y un hecho no muy habitual dentro de un ámbito académico caracterizado por su complacencia con la normalidad establecida.
Pero queda mucho por hacer. Atar a la cama con correas es sólo la punta del iceberg de diversos métodos del sistema de salud mental de este y otros países que subsisten en nuestros días. Que existan personas desde distintos ámbitos luchando por eliminarlas es, cuanto menos, alentador. Fernando Alonso Martinez, activista en el ámbito de la salud mental y persona diagnosticada, habla de derecho de fuga de la psiquiatría hegemónica. Como medio, la autonomía puede ser un nuevo paradigma para la salud mental. Hay algo más contrario a este paradigma que atar a una persona, y es apodar esta práctica de terapéutica. Por ello, acostumbrarnos a exigir explicaciones, a denunciar arbitrariedades, a poner límites y, en definitiva, a no normalizar estas prácticas en el momento en que visitamos, acompañamos, o bien, recibimos visitas y/o somos atendidas, podría ser una buena manera de apuntar en esta dirección.
A continuación, la hoja adicional que venía en este nuevo número de Briega boletín en papel del mes de Marzo
ALGUNAS PRÁCTICAS QUE CREEMOS ES MEJOR NO REPRODUCIR CUANDO VISITAMOS A PERSONAS INGRESADAS DE UNIDADES DE PSIQUIATRÍA
* No culpar ni responsabilizar a la persona del hecho que le ha llevado a estar encerrada en la unidad.
* No desacreditar. No dar por hecho que porque no entendemos lo que nos dice quiere decir que el mensaje no tiene sentido.
* No preguntar a los celadores o a otras visitas cómo se encuentra la otra persona si puedes hacerlo directamente con ella misma. No hablar sobre la otra persona como si ella no estuviera.
*No ignorar las quejas ni las peticiones. Por muy desconectada de la realidad consensuada que la persona pueda estar en ese momento, sus quejas son tan válidas como la de cualquiera y sus necesidades deberían ser atendidas. No puede ser terapéutico privarle a alguien de lo más básico con el pretexto de que se lo tiene que ganar.
* No presionar a la persona con que depende de ella “salir” o “no salir”. No presionar con la necesidad de que tiene que ponerse “bien”
* No focalizar toda la atención en la persona visitada. No hacerlo puede generar que la persona pueda recibir la visita sin sentirse forzada a relacionarse y por ello, hacerlo más en un plano de igual a igual
* No tener la auto-exigencia de mejorar el estado de ánimo de la otra persona. No ocultar la necesidad de desahogo con interrupciones hacia temas “positivos” en todo momento.
Todas estas prácticas se llevan a cabo constantemente sin ánimo de hacer daño a las personas que visitamos. La cultura psiquiátrica y el peso de los diagnósticos perfilan esta manera comunicativa basada en la noción de “enfermedad” por encima de otras cuestiones que son fundamentales como es la confianza, la dignidad y la horizontalidad.
ALGUNAS PRÁCTICAS QUE CREEMOS ES MEJOR NO REPRODUCIR CUANDO TRABAJAMOS EN UNIDADES DE PSIQUIATRÍA
* No privar a las personas de sus cosas más preciadas ni castigarlas con su ausencia. No aumentar el proceso de infantilización de la persona que ya va ligado a la reducción de autonomía a causa del ingreso.
* No desacreditar con la broma, el sarcasmo ni la risa. No hacer comentarios jocosos ni relacionados con la diferencia que muestre la persona, ni delante de ella ni a escondidas.
* No amenazar con “reducir” ni “contener” para doblegar el comportamiento de la otra persona, ni para evitar un mayor esfuerzo de atención y compañía
* No hacer distinciones en el trato dado a las personas visitadas de las que visitan.
* No es no. Aquí también. No traspasar los límites de una persona así como marcar los propios para uno mismo desde la humildad de ser otra persona, no desde la arrogancia de ser un profesional. Dar espacio por inverosímil que parezca en un entorno tan reducido.
* No negarse a la escucha ni al cariño. No interrumpir las muestras de afecto entre personas.
*No asumir el protocolo si consideramos que daña nuestra concepción ética del mundo y a las personas que están allí ingresadas.