El placer de estar juntos saboreando el tiempo
La existencia no se nos dio para el dolor de consumirla entre obligaciones, sino para la satisfacción de disfrutarla en compañía. No se nos dio para el trabajo alienado, en dependencia, servil; ni para la desposesión y subordinación políticas propias del votante crónico, periódicamente movilizado. Se nos dio para “lo lúdico”, en sentido amplio.
En el “juego libre” de los niños, ese juego que acontece a salvo de los juguetes industriales, de los entretenimientos reglados y de las actividades recreativas supervisadas por adultos, ese juego que evita la competencia y llama a la cooperación, reside la clave del “eros”, también en su acepción menos restrictiva: “placer de estar juntos saboreando el tiempo”.
“Estar juntos, de forma placentera, saboreando el tiempo” es lo que jamás sucederá en las escuelas, en las fábricas, en las oficinas, en los psiquiátricos o en las cárceles, por mucho que la dulzura del demofascismo sature esos espacios con “juegos” diseñados a consciencia, juegos no-libres, sometidos a normas, vigilados, “pedagogizados”.
Hay motivos para aborrecer todos y cada uno de los juguetes que nos propone el mercado; hay motivos para dar la espalda a la “invitación” al juego que se nos suministra en los ámbitos cerrados o jerárquicos; hay motivos para mirar de reojo a los padres que caen sobre los menores con juegos y juguetes “educativos”, con sus normas o sus instrucciones de uso y su pretensión de dejar huella en la sensibilidad y en la conducta.
“Allí donde muere la verdad, nace una Institución”, anotó Henry David Thoreau a mediados del siglo XIX. Allí donde perece el “juego libre”, brota el juego conservador, domesticado y domesticador, el juego que seduce a las instituciones, mentira de juego al servicio de los organizadores de la engañifa.
Frente al “juego reproductivo”, que nos asalta por todos lados, desde el Casino a la consola, desde la lotería o la máquina tragaperras a las quinielas, desde el “Monopoly” al ajedrez, desde el parchís a las cartas, etcétera, todos sabemos de ese “juego libre”, que ostenta una estructura diferente, irreductible, y que se da en la ausencia de reglas, sometimientos, patrones dictados de actuación, comercio, intromisión de terceros armados de intenciones “morales” o “educativas”....
Es lo que hacen los niños al poco de nacer; lo que hacen los pequeños cuando se juntan y empiezan a forjar un ambiente casi mágico, sagrado, que en nada se parece al de los adultos y en el que no cesan de “crear”. Es lo que hacen los mayores cuando no se dejan arrastrar por la razón instrumental o estratégica, por la lógica de la eficiencia y del rendimiento material, de una parte, y por la necro-lógica de la obediencia y la supeditación políticas, de otra. Y entonces obran por el gusto de saborear el devenir junto a otros, bajo la alegría de sentirse ligeros y soberanos a la vez, para la felicidad de luchar al lado de los demás contra lo odioso de este mundo o por el placer de quedarse quietos desenvolviéndose en un tiempo que ya no es el del reloj porque quedaron suspendidos los empleos y murieron todas las horas del “deber” cívico.
Frente al Tiempo, nos restan dos opciones, como leí en Emil Cioran: o lo degustamos, tal si no existiera pero sabiendo que está en nosotros, en el sentido del espacio mental lúdico, o nos convertimos en sus esclavos y permitimos, al modo moderno, que nos devore.
En el Encuentro de Primavera de ALE, que se celebrará este abril en Elche, defenderé el “derecho a la realidad” de una Razón Lúdica subversiva, asociada al concepto de “juego libre” y combatida con saña en nuestra época por la pedagogía y su brazo escolar. El texto-base de esa intervención está disponible en el siguiente rincón digital: