Para que el mes de Marzo no acabe nunca.

Soplan aires de insurrección en Francia. El pasado mes de febrero, el Gobierno del infame Partido Socialista, apoyado por sus secuaces del Partido de los Verdes, anunció su intención de imponer una nueva reforma laboral antes del verano. No nos parece de especial interés, en lo que respecta a este texto, detenernos en examinar cada detalle del proyecto de ley. Baste con decir que esta reforma laboral va en la línea de las que, desde los años ochenta,se están llevando a cabo en el conjunto de los países de la Unión Europea. Una reforma que no hace sino perfeccionar un poco más el proyecto de explotación neoliberal, y que se traduce en precariedad, bajos salarios, jornadas de trabajo más largas, inseguridad laboral para lxs trabajadorxs y, por supuesto, mayores beneficios para la clase burguesa .

La oposición de las clases populares a los planes del Gobierno no se hizo de esperar. Al principio está se limitó a las redes sociales, y a una petición en Internet para la retirada del proyecto de ley que consiguió un millón y medio de firmas. Pero todo el mundo tuvo claro desde el principio que solo tomando las calles se conseguiría hacer retroceder al Gobierno. Los sindicatos de trabajadorxs mayoritarios anunciaron las primeras movilizaciones e hicieron un llamamiento a la huelga general para el 31 de marzo. Pero pronto se evidenció que los sindicatos no iban a protagonizar el nuevo movimiento social que se estaba empezando a gestar en el país galo. Estudiantes de institutos y universidades, alentados por el descontento que se hacía notar en las redes sociales, decidieron adelantarse a los sindicatos a la hora de lanzarse a la calle.

El 9 de marzo tuvo lugar la primera jornada de lucha, con piquetes en más de 400 institutos, asambleas masivas en las universidades, ocupaciones y manifestaciones que lograron reunir a un millón de personas en las calles del Estado francés. A lo largo de las siguientes semanas varias facultades se declararon en huelga indefinida al tiempo que se creaban coordinadoras estatales de estudiantes de universidades e institutos. Aunque los sindicatos de estudiantes reformistas trataron de encauzar la rabia de la juventud hacia sus propios intereses, afortunadamente se vieron desbordados por la misma, y pronto las reivindicaciones fueron mas allá de la simple retirada del proyecto de ley. El estado de urgencia, las expulsiones de Calais, la ZAD de Notre-Dame-des-Landes o la violencia policial fueron algunos de los temas que empezaron a surgir en las conversaciones informales y en las asambleas. Las manifestaciones se sucedieron a lo largo del mes de marzo, con cada vez más determinación por parte de la juventud. Mientras tanto, lxs trabajadorxs calentaban el ambiente preparándose para el día 31, sumándose , aunque de forma más bien tímida, al movimiento social. Algunos sectores, como el ferroviario o correos, se declararon en huelga. Como era de esperar, el aparato represivo del Estado se puso rápidamente a funcionar: lanzamientos de gases lacrimógenos y pelotas de goma, cargas, detenciones masivas, criminalización de lxs manifestantes por parte de los medios de comunicación y políticxs... son algunas de las prácticas que acostumbramos a ver y que se han vuelto a reproducir en esta ocasión. Sin embargo, no son pocas las personas que han hecho notar que la violencia policial se está normalizando cada vez más en la sociedad francesa, hasta el punto de que, como me dijo un manifestante, "hace unos años, durante el movimiento anti-CPE [2006], los maderos tenían un poco de cuidado a la hora de reprimir a lxs estudiantes de institutos, que al fin y al cabo siguen siendo críxs; hoy en día no se cortan ni un pelo". Un vídeo de una agresión policial a un manifestante ha sido ampliamente difundido por internet, mostrando la cruda realidad de la represión estatal (puede consultarse en: http://www.huffingtonpost.fr/2016/03/24/video-lycee-henri-bergson_n_9540...).

El último día de marzo fue una jornada histórica para el movimiento, con casi dos millones de personas reunidas en las calles. En algunas ciudades como París, Nantes o Marsella, las manifestaciones tomaron aires de revuelta generalizada. En Nantes -desde donde escribimos este texto- 40.000 personas lograron paralizar el centro de la ciudad desde las diez de la mañana hasta las nueve de la noche, impidiendo la circulación de tranvías, trenes, autobuses y automovilistas. Los escaparates de bancos así como cajeros automáticos y cámaras de vigilancia fueron sistemáticamente destruidos. Edificios simbólicos como el ayuntamiento, oficinas de la patronal, la sede de Vinci (multinacional que está detrás del proyecto de construcción del aeropuerto de Notre-dame-des-landes) o del Partido Socialista fueron generosamente redecorados con globos de pintura, pintadas, y extintores. Se alzaron innumerables barricadas para defenderse de la policía, quien no escatimó en el lanzamiento de sus municiones. Al caer la noche, lxs manifestantes, que se encontraban dispersos por toda la ciudad, lograron reunirse en una plaza del centro de la ciudad, la cual se ocupó hasta bien entrada la madrugada, cuando la policía intervino de nuevo para expulsar al centenar de personas que todavía seguían reunidas.

La jornada del 31 vino a mostrar que las motivaciones de la juventud van mucho más allá de la oposición a la reforma laboral. Los mensajes de las pintadas realizadas durante las manifestaciones, dirigidos a la policía, lxs políticxs o los bancos, demuestran que el enemigo ha sido bien identificado. La deteminación con la que lxs manifestantes plantaron cara a las fuerzas represivas de Estado durante 11 horas seguidas en Nantes nos dan una idea del hartazgo de la juventud hacia esta sociedad y el sistema capitalista sobre la que se sustenta. Las piedras lanzadas por chavalxs de 16 años a la policía no son más la respuesta lógica a la violencia que éstos sufren en el dia a día en sus casas, escuelas y barrios. Por otro lado, también es cierto que se ha colado en las movilizaciones el típico mensaje ciudadanista y pacifista de la -mal comprendida- no violencia. Un mensaje que curiosamente suele ir acompañando del de "centremos nuestros esfuerzos en parar la reforma del Gobierno, no nos desviemos en nuestras reivindicaciones". Pero la realidad es que a muchxs manifestantes les importa poco o nada esta reforma laboral. Y es que solo aquellxs nostálgicxs del keynesianismo creen todavía en la posibilidad de conseguir un capitalismo de rostro amable que proporcione empleos bien remunerados y estables. Así, mientras que por un lado los sindicatos se empeñan en perseguir quimeras como la jornada laboral de 32 horas, otras muchas personas tienen la valentía de clamar por el fin del trabajo asalariado y de toda explotación.

El movimiento no se ha detenido el 31 de marzo, o más bien cabría decir que, este año, el mes de marzo no ha acabado. Tras el 31 ha habido un llamamiento a seguir en la calle el 32, y el 33, para que el mes de marzo no se acabe nunca, y en esas estamos. Mientras tanto, otra modalidad de protesta se ha sumado a las manifestaciones; la de la ocupación de las plazas céntricas de las ciudades durante la noche. Los medios de comunicación franceses se han apresurado en establecer paralelismos con el movimiento 15M, quizás de forma no tan inocente. Ya se están empezando a escuchar voces que intentan desligar lxs "manifestantes violentos" de lxs ocupantes de plazas pacíficxs. Todo está por decidirse en los próximos días, y queda por ver si los protagonistas de esta lucha se dejarán seducir por los populistas que probablemente se colarán en las asambleas llamando a crear el "podemos francés", o si por el contrario optarán por la vía de la insurrección y de la desobediencia absoluta a la autoridad.

Nantes, 39 de marzo de 2016