La noche, la calle y la ira también son nuestras
A las mujeres se nos ha enseñado a elegir, entre el tú y el yo, siempre el tú; entre tu bienestar y el mío, siempre el tuyo. El coste es la autoinmolación, la renuncia al desarrollo personal, el quedarnos pequeñas y viviendo en un mundo encogido, el renunciar a la ira que nos aboca a sentirnos víctimas, injustamente tratadas, impotentes, y resentidas. Acarreando una gran cantidad de irritación, perdiendo la fuerza que nos da el enfado y viviendo bajo la alargada sombra de la culpa. Porque a pesar de no darnos el derecho de enfadarnos con orgullo y con permiso, nos sentimos culpables sólo por sentirlo, consciente e inconscientemente. Por todo esto y para poder seguir aguantando, gran cantidad de mujeres viven reguladas por la medicación, antidepresivos y ansiolíticos. Lo decía un slogan del 8 de marzo: “Más feminismo, menos Prozac”.
Renunciar a nuestra ira nos convierte en víctimas sometidas. Si somos víctimas, no podemos decidir, ni cambiar, sólo esperar a la buena fortuna, a que el otro/la otra se ponga en mi lugar, a que se de cuenta de que tiene que cambiar. Si somos víctimas no estamos en posición de decidir, vamos a dejar que decidan por nosotras.
Si somos víctimas somos no somos responsables, nos ahorramos el trabajo de pensar, de decidir y de poner en práctica. Evitamos la interlocución activa, trasparente y responsable con la otra/el otro, nos ahorramos la negociación. La víctima acumula miles de razones que justifican su sentimiento de agravio. La posición de víctima es una trampa mortal.
Queremos poder decidir y responsables de nuestra vida y, para ello, necesitamos poder contar también con la fuerza de nuestra ira. Porque la ira, bien gestionada, es energía poderosa y autoafirmante, es dirección, es resistencia y es empuje. El enfado nos ayuda a distinguir, a elegir, a decidir, a dibujar el cambio y a realizarlo. A las mujeres del siglo XXI nos toca reconciliarnos con ella, rescatarla, legitimarla y aprender a gestionarla bien. Ellos mandan y nosotras obedecemos. Por eso, ellos se enfadan y nosotras nos tragamos los enfados prohibidos.
Renunciar a la ira nos convierte a las mujeres en víctimas sometidas sin capacidad para decidir
Pero, decía el poema de León Felipe que cantaba Soledad Bravo, “yo no quiero que me arrullen con cuentos, que no quiero que me sellen la boca con cuentos, que no quiero que me entierren con cuentos y que vengo de muy lejos y me sé todos los cuentos”. Necesitamos con urgencia generar una nueva narrativa más justa y veraz con las mujeres. Y hasta con los hombres. Una narrativa en la que no desplacemos, no proyectemos, en la que no haya elegidos por Dios ni siervas del mismo. Una narrativa en la que ellos y nosotras apechuguemos con nuestra fragilidad y nuestra ambición.
La renuncia, la dimisión, no pueden ser el eje articulador de la vida de las mujeres. La resistencia, la consistencia, la presencia, sí. Conjugar la primera persona del singular es un aprendizaje necesario. ¿Las primeras interesadas? Nosotras, claro. ¿Los mayores resistentes al cambio? Ellos. Porque pierden la tarifa plana que tenían con nosotras. Pero, con ganancia y todo, nosotras lo abordamos con miedo. ¿Y si por ponerme tiesa me quedo más sola que la una? Parece que nosotras también sentimos que nos quedamos sin cobertura si ellos se enfadan y nos dejan. Cuánto nos han repetido que sin ellos no somos nada y cuán real ha sido, además, cuando no podíamos ni sacar dinero del banco sin su firma.
Pero ahora, desde hace poco, tenemos razones y horizontes para poder reafirmarnos sin temor a la bancarrota, al ostracismo, al fracaso, a la soledad. ¿Por qué? Porque nuestras narrativas están cambiando, ya no son cuentitos que nos arrullan. Además no queremos seguir haciéndonos las durmientes dormidas. Porque contamos con el amor a la vida de las otras que nos acompañan bien, en danza hermosa, compartiendo la libre y maravillosa sensación de que este mundo es también nuestro y lo vamos a mejorar: Gustatzen ez zaiguna aldatzera goaz!
Porque reconociendo nuestra potencia vital, dejándonosla sentir, ira incluida, encontramos sentido, deseo y dirección. No sólo el amor es fuente de luz y de energía, también lo es el disentir y el desacuerdo. Cada una somos un ser de luz que tiende al infinito, que ni puede ni debe dejar de tender a lo más allá que sea posible. Ese es nuestro destino humano: desarrollar, desenredar, propulsar la vida dejando atrás lo que nos recorta y minimiza.
Las mujeres somos seres individuales no seres nacidos para diluirse en un nosotros, ni para pertenecer a otros. Las mujeres buscamos a las otras y a los otros para ser más, no para ser menos. Si nos emparejamos lo hacemos también para ser más, para que la pareja sea más y para sentir, a ratos, que somos mucho más que dos, que también es muy grato.
La empatía, la sensibilidad, la generosidad, el amor a la vida, son desarrollos a celebrar, a aplaudir, a valorar y a utilizar mejor, poniéndolas al servicio de nosotras mismas, de nuestro cuidado, de nuestro desarrollo personal. Ese modelo de buena mujer, para que no nos victimice, hay que completarlo integrando también la rabia y el enfado como inexcusables de estar viva, gestionándolos con inteligencia para ganar autoridad y fuerza. Entonces sí, es perfecto.
Aquí las mujeres del siglo XXI seguimos con el trabajo de construir y vivir dentro de un ideal de ser mujer que nos haga justicia y nos potencie hasta el infinito y más allá. No más recortes. Es tarea, es trabajo, pero para mayor gozo de ser mujer libre. Además, trabajo siempre nos ha sobrado, pero a trabajar para nosotras sí vamos a aprender, con el inestimable apoyo y ayuda de las otras , que me van a jalear cuando necesite, que me van a reconocer cuando me haga falta, que esperan a que llegue, para celebrar juntas la alegría de la meta alcanzada, ser reales, consistentes, presentes, potentes y verdaderas.
¡Somos mucho más que cuando empezamos! Yo no soy esa. A quién le importa. A mi manera. Ya no soy una muñeca vestida de azul, ni me oprime la talla 36. ¡Y lo que nos queda por cantar! ¡Qué alegría, qué alboroto!
* Imagen de Señora Milton.