El instante Sísifo (El Santander de toda la vida en 3D)
Subía jadeando los últimos peldaños, su pelo rojo, coronaba la pendiente de bruma
matinal, que bajaba flotando por los tejados de una de las colinas de la ciudad hasta el
mar. Alcanzó la cima, y miró hacia atrás: los borbotones blancos y enmarañados, hacían
flotar el pico de Peña Cabarga, que respalda el otro lado de la bahía. Hacía mucho que no
escalaba por esas zonas de los barrios entrehuertas y Prado San Roque. A pesar del día
plomizo, las vistas a la ciudad, con la bahía al final, y las montañas al fondo, seguían
siendo magníficas.
Aún sofocada por la subida, bocanadas de aliento avivaban las pecas casi naranjas de su
rolliza y sonrosada cara. Reposa en el tañir de las campanas, gravemente suave y lento de
la iglesia de Los Carmelitas. Muy abiertos, quietos, sus ojos verde grises parecen reposar
en la niebla de sus recuerdos: novios, amigas, pandilla, crecieron todos por las zonas vacías que quedaron a los lados de las de realojo, de aquel Santander después del incendio.
Qué habrá sido de tantos, se pregunta. A Rogelio le vi hace poco por el hospital, con
artrosis ya; a los cincuenta, ya se sabe; claro que, con esta humedad…; ni el bacilo de
Koch está extinguido, siempre llena de tuberculosos la planta de respiratorio del hospital
de Liencres. Mi madre perdió a su hermano pequeño, yo no lo conocí. ¿De ahí ese afán
por quemarlo todo de mi madre? El fuego, única forma de quemar los bacilos cuando no
había antibióticos; Y, Ramón, se suicidó un día de sur. ¡Ay, el sur! Ya lo dice el doctor
Cubría: no operar nunca, en días de sur… También afecta a mi madre, su piel se seca en
extremo y le sangran las pústulas. Pero ahí sigue. No sé de dónde saca esa energía, para
tomarse todos los días como un abordaje.
El sur, causa de tantos incendios en esta ciudad, el fuego ha forjado su historia desde la
edad media, dentro de la antigua muralla y extramuros hasta el “arrabal del mar”, por
donde ahora subo. En cada peldaño, enterradas las cenizas de tantos incendios, de
pérdidas, realojos, guerra civil…me pregunto en cuántos de estos escalones habrán
guardado, tantos como mi madre, sus silencios.
Hasta el mismo día de mi cumpleaños, tres de noviembre, es el aniversario del otro
incendio, el de 1893: cuando explotó en la bahía el buque “cabo Machichaco”. Su onda
expansiva conmocionó a las gentes que habitaban hasta más de 10 km a la redonda, con
un saldo catastrófico de 590 muertos, y de 525 a 2000 heridos. Murieron la mayoría de
las autoridades civiles y militares de Santander. El de 1941 dejó 10.000 damnificados,
muchos trastornados y realojados, y 120.000 metros cuadrados de ceniza y escombros a
su paso. Y no pasó más, porque estaba militarizada la ciudad por la posguerra, que sino...
La familia de mis padres lo perdió todo: comercios, casas y hasta las cabezas de ganado,
sólo les quedó las tierras del pueblo. Mis tías me lo han ido contado a jirones, pero mi
madre no cuenta nada; demasiado tan malo junto, en tan poco tiempo. Que en apenas cincuenta años, esta ciudad, sufriera tal catástrofe urbanística, social y humana, tan
dramática, que no alcanzó a ninguna otra, salvo las afectadas por la II Guerra Mundial,
ha dejado sin duda, una fractura traumática en la memoria colectiva.
Por eso existen en todo el mundo lugares de recuerdo; aquí, una escultura en una rotonda,
son emblema de los damnificados, o el nuevo turisteo que pulula por las rutas de los
incendios.
En Santander, cuando el arco iris corona en bóveda el crepúsculo de la bahía, filtra sus
colores a las gotas de bruma que oxidan los rojos, anaranjados y amarillos en un
envolvente hollín, que incendia ese lugar en la memoria, donde recuerda a sus gentes que,
como el Ave Fénix, resurgieron de sus cenizas.
Pero como todas las fisuras humanas, se compensan cubriéndolas con la idealización de
alguna época feliz de su historia; el pasado glorioso de los siglos de oro, permanece
clavado en sus mentes como una mariposa disecada.
Estas dos caras disociadas, permanecen en el carácter de sus gentes: resentimiento sutil
negado y altanería, que lo hace distinto del carácter reservado- o reservón que dice
Pombo, el escritor- de los montañeses del interior; distante y seco en el trato de los
santanderinos, que tanto choca a los foráneos, sobre todo, en el trato dado en los
comercios.
El viento norte azota su cara, trayendo el olor a romero, hinojo y lavanda marinos; los
graznidos estridentes de las gaviotas que se recogen tierra dentro anuncian lluvia; las
primeras gotas de sirimiri, encrespan, aún más, su pelo rojo; ¡pero qué grandes son!
Recuerda, que esta especie, comenzó a anidar en los barrios cercanos a la bahía, por los
noventa y tantos, cuando su hija ya remaba sola. Las patiamarillas de ahora, bonitas, pero
chillonas y grandes, lo colonizaron todo, matando a palomas y gorriones; por eso, las llaman “las asesinas”, y porque atacan hasta las personas. La misma colonización ha
querido ocurrir en estos barrios, con la presión urbanística, y lo que al de mi madre; en
este, les ha dado por hacer y grafitarlo todo; lo han llenado de pintadas estridentes de
monstruos infantiles.
Quizá, nuestra historia, piensa, la de esta ciudad al menos, que la parece se repite, se
configure mejor como esos textos, cuyas letras van configurando un dibujo, y se deben
leer de izquierda a derecha y en sentido inverso a las agujas del reloj, como lo hace la
tierra, y también los huracanes y las galernas. Pero también, piensa, todos corremos en
sentido inverso a las agujas del reloj; y el espejo nos devuelve la imagen invertida del
otro lado, girado noventa grados, pero no del revés (arriba/ abajo). O quizá, como mi hija,
todos zurdos, escribamos de derecha a izquierda nuestra historia, y como en el colegio,
forzados a aprender con la derecha, vamos tapando con la mano lo que vamos escribiendo,
y no nos deja leer, y de vez en cuando, solemos emborronar el papel y tenemos que repetir.
La contemplo por el retrovisor de mi coche, aparcado en el barrio. De un portazo, saltan
por los peldaños, los pensamientos y las piezas de su memoria, sacando del instante
Sísifo, a la hija de la Sirena.