El antifascismo en nuestras luchas; Un debate local sobre la necesidad de actuar
Escrito enviado a Briega
El debate entre distintas perspectivas
Existe una diferencia fundamental a la hora de debatir en los movimientos sociales de esta ciudad sobre la influencia del fascismo callejero y la necesidad o no de darle respuesta. Una de las opiniones que abunda es la de no darle demasiada importancia a quienes no la tienen. Es decir, a un grupo minoritario de nazis, vestidos de dinamizadores culturales, que se dedican a realizar charlas sobre submarinos y a hacerse fotos en Facebook. Es decir, existe una parte de personas que militan en grupos con conciencia antifascista, que sostienen la necesidad de no mover un dedo, ni gastar energías en llevar a cabo un trabajo activista contra dichos proyectos de tinte fascista que una minoría de personas lleva a cabo en Santander. Esta posición sostiene que contra más les demos cancha, más importancia y publicidad les estaremos concediendo, y que precisamente eso es lo que ellos quieren.
Esta posición mayoritaria, que va perdiendo peso por la evidente mayor presencia de la propaganda nazi en las calles, tiene bastante sentido, y es por ello que este artículo no pretende despreciarla en post de enarbolar otra distinta, sino promover el debate para que éste motive la acción.
En Cantabria, y precisamente en Santander, los nazis han sido bastante marginados durante años por una presencia de personas que le plantaban cara en la calle, por la existencia de estructuras como una coordinadora antifascista, como colectivos concretos donde el antifascismo era una de las prioridades, hasta llegar a una asamblea antifascista que no hasta hace mucho seguía presente, llevando a cabo un trabajo más profundo, intentando incidir en temas como las políticas migratorias, y otros factores sociales que afectaban directamente a las personas migrantes, es decir, ampliando el margen de actuación del antifascismo, muy centrado en demasiadas ocasiones en peleas estéticas y en macarrismos políticos, entendiendo político aquí como un elemento superficial y marginal, más que radical y transformador. No obstante, tanto con un tipo de actividad más callejera como con otra más inclusiva, ambas eran complementarias y, aunque susceptibles a crítica, necesarias. Por ello, dicha posición tiene sentido, porque hay una trayectoria cargada de experiencias que ahora llevan a algunas personas a pensar que por la actividad de “cuatro matados” no es importante moverse ya que su incidencia social y política es mínima y podemos conseguir el efecto contrario actuando. Otra razón para pensar esto también puede ser el hecho de la influencia de la integración de la política parlamentaria dentro de los movimientos sociales, además del pensamiento largamente extendido, de que la actividad de, y en la calle, pertenece a una edad, a una etapa de la vida, y a una efervescencia juvenil sobre la que echar freno en algún momento. La “madurez” política ésta que se le llama, a veces se traduce en abandonar colectivos para formar partidos, pero otras veces simplemente se convierte en dejar de repetir dinámicas de calle; pegar carteles, pegar pegatinas, hacer concentraciones, buzonear barrios, … Pero sin duda, otra razón que encontramos en este punto de vista que surge tanto en conversaciones cotidianas es la de que en realidad, hay parte de verdad en afirmar que desplegar energías en parar a un puñado de frikis nostálgicos de una Europa aria es una pérdida de tiempo, porque son lo que son. Pero ¿Son sólo lo que son?
Y ahora es cuando vamos a empezar hablando de otra perspectiva en desacuerdo con la primera descrita, no por hacer dos bandos de una misma lucha, sino por entender dos maneras distintas de verlo, por las que seguro muchas de las personas que se identifican con el antifascismo en Cantabria, hemos transitado en algún momento.
El hecho de decir que combatir y hacer contrainformación de la propaganda nazi es hacerles más publicidad, sólo demuestra que se tiene miedo a que las ideas que esta gente propaga calen en la sociedad, pero también, que por evitar una realidad creciente ésta puede desaparecer por ahogarse en su propia marginalidad o decadencia. Sin embargo, eso es más fácil que ocurra cuando separamos la actividad fascista, del papel que ésta cumple en el capitalismo, que hoy en occidente se ampara en la democracia. Lo importante no es que la propaganda se vea o no, sino que la contestación a esos mensajes siempre esté presente. Es decir, cuando el monstruo está debajo de la cama, no va a desaparecer porque le escondamos y nos esforcemos por no informar a los demás de que exista. Va a desaparecer si miramos debajo y se esfuma, o si miramos debajo y decidimos sacarle. El problema, una vez que ya existe, no es que el mensaje esté presente en la calle, sino que el mensaje encuentre respeto y tolerancia, porque no podemos cambiar las mentes de nadie, pero sí que podemos oponernos a las consecuencias prácticas que engendran esas mentes. Mentes que tampoco se pueden entender ni siquiera como monstruosas, sino como hijas de un contexto social que nunca rompió con el pasado, como la democracia quiere hacernos creer, sino que evolucionó hasta un fascismo contemporáneo que ahora adquiere ese nombre. Aquí son unos pringados, pero sus amigos de otros lugares son los porteros de discoteca del capitalismo, que hacen el trabajo sucio cuando se dan reestructuraciones económicas, que llaman crisis, o cuando las calles se agitan contra este orden social injusto y violento.
Sobre la idea de “madurez política” no hay mucho que decir, puesto que es cuestión también política la de estar en la calle, tapando insignias nazis y contrainformando a las personas que preguntan, tanto a ellas como a aquellas a quienes les pueden afectar en primera persona la actividad del racismo social y callejero. Siempre tendremos que tener en cuenta la autocrítica y preguntarnos si no estaremos cayendo con ello en batallitas ficticias en donde los únicos implicados son los fascistas, los antifascistas y la policía, pero como la actividad es complementaria, también se pueden hacer muchas más cosas en la línea en que la asamblea antifascista trabajaba aquí. Conectando el fascismo más cutre como es éste, con las políticas migratorias, las deportaciones, las redadas racistas por la policía, los cies, los centros de menores, las agresiones machistas, las luchas LGTB, la gentrificación de los barrios obreros y el desplazamiento de la gente no blanca y/o no productiva hacia fuera de las zonas céntricas urbanas, el trabajo asalariado y las condiciones de explotación laboral… en resumen, esta actividad es compatible con conectar dicho tema con el resto de violencias que engendra el sistema capitalista y con las resistencias o intentos de…, que se llevan cabo contra éste. Eso posibilitaría no enfrascarnos en una identidad antifascista, ni que su agenda marcara nuestra “contraagenda”, ni nuestro ritmo. Tampoco tenemos que caer en una lucha parcial que nos haga darle más importancia a lo que no lo tiene, sino conectarlo y así no perder el tiempo. Y para eso no necesitamos ni urnas, ni políticas parlamentarias, ni abandono de la calle, ni madurez.
El respaldo social y el racismo/patriotismo como punto de conexión
Ahora toca volver a la pregunta del ¿Son sólo lo que son? Entre ambas perspectivas puede haber un acuerdo en que son sólo un grupo en Santander con poco impacto social. Pero si lo vemos desde el punto de vista de que existe un panorama europeo, tanto en la política profesional, aquella entendida como la que hacen los políticos, como en el ámbito social, que respalda las ideas que se esfuerzan en propagar; odio al musulmán, odio al migrante, persecución de los rebeldes y las personas activistas, políticas homófobas, antiabortistas… entonces esta gente deja de ser sólo una anécdota, porque la actualidad les aguarda y les da cancha, porque nos guste o no, su mensaje cala muy bien en la sociedad, ya que no es un mensaje tan distinto al de los medios de comunicación en su espectro más amplio, ni al de la política profesional. El racismo social no es algo que tengan que ganarse en la comunicación con sus vecinos, sino precisamente el filtro o la escusa por la que empezar una conversación. El patriotismo, otro recurso tan sencillo, cara de la misma moneda, también es algo sencillo para iniciar un debate en la barra de un bar, en la cola del Inem o en la salida del instituto. ¿que la policía detiene a personas en función del color de su piel o de su origen de nacimiento? ¿ que las fronteras se abren sólo en función de cuando los estados requieren mano de obra barata y se cierran en función de cuando la economía fluye sin problema? ¿ que la cárcel está llena de pobres? ¿ que las mafias no van contra los estados sino que actúan deacuerdo a sostener un sistema compuesto por estos?. Digamos en cuáles de estos ejemplos podemos encontrar la misma facilidad de entendimiento, que no necesariamente de puntos en común (pues no es lo mismo), Que esta gentuza con otros temas a nivel social. No profundizaremos en qué está pasando en Europa, en Polonia, en las socialdemocracias nórdicas, en Francia, en Grecia, en Italia, en EEUU, porque hay ya mucha información al respecto y no es la función de este texto, pero sabemos que se están levantando muros, se están quemando mezquitas, se están bloqueando el paso a autobuses de personas refugiadas, se están apaleando y asesinando personas migrantes, (como en Italia acostumbran a hacer ese grupo llamado CASAPOUND, esos mismos que en Santander vinieron a un acto “cultural” de una asociación que se hace llamar “cultural” y que ya no se esfuerza demasiado en disfrazarse, aunque siga siendo su estrategia. “Cuando la mierda huele, no hay colonia que la oculte” 1)
Asi que sí, el miedo no viene tanto de un puñado de gente que en Santander se dedica a hacer una revista, a montar una radio, a llenar cada señal de tráfico con su propaganda antirefugiadas y nazi, a pegar carteles periódicamente (con una calidad que viene a recordarnos que hay mucho dinero implicado en la acción política derechista en Santander y que probablemente no venga solamente de sus propios integrantes), a organizar charlas en espacios reconocidos de la ciudad como el Ateneo, hoteles como el Santemar y NH, o de repartir comida para españoles poniéndose en la puerta de los supermercados, así como ejerciendo labores de asesoría sobre revisiones de hipotecas. Es el sistema, la coyuntura social y el alimento de otros grupos nazis en otros territorios donde si tienen más fuerza, el que plantea una preocupación.
No deberíamos esperar a que estas prácticas se extiendan ni a que una pegatina se transforme en una paliza, por ello el miedo a compartir estas palabras es un llamamiento a que no nos gane. Si el miedo lo transformamos en imaginación colectiva para pararles los pies, será mucho mejor que la indiferencia y no tiene por qué restar nuestra implicación en otras luchas, sobre otras injusticias.
Sobre el desarrollo cultural: Elemento gentrificador y refugio para nazis.
El desarrollo cultural es un elemento en crecimiento en la ciudad de Santander y casi todo sector político lo utiliza para intentar ganar adeptos, fieles y/o clientes. Es un factor íntimamente ligado a las expectativas de turismo que los gestores de la ciudad tienen entre sus planes de negocio. De ahí el derribo de casas para hacer pizzerías o viales, la destrucción de huertas para hacer cadenas multinacionales de comida rápida o supermercados, la destrucción del territorio, para planear paseos marítimos, campos del golf o ampliaciones en el campus universitario, y la creación de fundaciones que monopolicen o integren la actividad cultural, transformándola en mercancía con el dinero de las grandes familias de la ciudad a través de los bancos que poseen. La cultura como elemento político de adoctrinamiento y de obediencia, que ya no excluye los actos cuyo contenido puede conllevar crítica a su modelo, sino que los integra y los aprovecha como forma de ampliar la diversidad del pensamiento único. Por ello, ayuntamiento, universidad, fundaciones, empresas y demás agentes, se alían para la creación de una ciudad en donde la escusa de ser un entorno urbano con escasa actividad de ocio y entretenimiento variado, así como de posibilidades para todos los gustos, atrae también a prácticamente todo el espectro de los movimientos sociales, que con la creencia de que a mayor cultura y mayor conocimiento se dan dinámicas sociales más éticas y valores más justos entre la sociedad, contribuyen, o contribuimos, a gentrificar la ciudad, a volverla más chick, más guay, más inclusiva para las carteras llenas, más aniquiladora de las formas de vida que, sin ser formas necesariamente dignas de alabanza ni de lo contrario, se quedan sin lugar para ser vividas. Dicha creencia, como creencia que es, no es necesariamente verdadera, y en muchos casos es completamente falsa.
En este contexto, también el lado más extremo de la derecha en la ciudad, protagonizada por unos cuántos jóvenes que dan la cara y suponemos que unos cuántos no tan jóvenes que se dedican a otros menesteres, se viste de “cultural” por medio de una asociación llamada “Alfonso I”. Y si entendemos cultura como cualquier actividad hecha por el ser humano que genere conocimiento a su alrededor, pues razón no les falta. Pero entendemos que su razón de llamarse “cultural” no responde a que sean personas leales a los conceptos, sino a una estrategia política que pasa por la falsa neutralidad que aporta dicho adjetivo y que a ojos de la “opinión pública” siempre es positivo. Sin embargo, aunque cualquiera que se fijara un poco en la propaganda podía ver desde el principio que carácter tenía este grupo, ahora es sin duda, visible. No obstante, como la estrategia que otros grupos al estilo de hogar social Madrid han seguido en determinados momentos, evitan el que les llamen racistas y nazis, autodenominándose lo típico; patriotas, españoles que aman su pueblo… y demás chorradas que no se contradicen, pero que sí diluyen el mensaje con el fin de hacer más efectiva su comunicación. Y es que esas sí son connotaciones compartidas por muchas personas que habitan en su contexto más cercano. Pero sería interesante que la comunidad gitana de Cazoña supiese qué tipo de trasfondo ideológico hay detrás de estos dinamizadores culturales. También estaría bien que la población migrante de Santander pudiese saberlo.
La caridad racista que reside en dar comida sólo a españoles rezuma una violencia semejante a ser una persona migrante y encontrarse pintadas alrededor de las estaciones de autobús y de tren con los lemas de “Fuera inmigrantes”. Seguramente la mayoría de las personas de las que hablamos tengan cosas mejores que hacer que fijarse en dichos mensajes, pero dicha posibilidad no reduce la importancia que tiene el combatir estas actitudes, hoy por hoy aparentemente inofensivas en nuestro contexto local , mañana ya veremos . ¿Son actos “culturales”? Seguro que sí, como el de traer neonazis italianos, intelectuales fascistas casposos españoles, hacer conferencias sobre inventos bélicos, y en defensa de una Europa blanca. ¿Es por ello algo respetable? Muchas personas que se paran en la calle dicen que estamos en democracia y que por ello son libres de organizarlo. Ahí es donde reside el mayor problema, la creencia de que todos somos libres para organizar según qué cosas, para promover la cultura. Como si la sociedad fuese una línea horizontal donde gana quien más argumentos pone, por razonables que sean, y aquellos que detentan el poder se retiran para dejar paso a quienes sean más elocuentes. Como si la correlación de fuerzas fuese la misma. Bajo ese pretexto, si Democracia Nacional ganara las elecciones y apalear migrantes fuese una práctica legalizada, como ahora es encerrarlos en Centros de internamiento, tendríamos que tolerarlo en nombre de la democracia, por su justo y correcto acceso al poder mediante el voto de la mayoría. Algo parecido a como Hitler llegó al poder. Pero por otra parte las palizas a personas migrantes ya se dan en la frontera, en las comisarías y en los Cíes, no por nazis sino por demócratas, así que tampoco hace falta esperar a imaginar futuros hipotéticos. .
En conclusión, el antifascismo no tiene por qué restar nuestras pequeñas luchas y creemos que es importante ponernos a ello, integrándola en nuestra actividad ya presente, y no sumándola como otro entretenimiento activista con el que pasar el rato. Para ello es necesario conectar esta problemática con otras y entender el fascismo de baja intensidad como una amenaza, así como el fascismo callejero, como una consecuencia de las políticas institucionales y no como algo ajeno que se reduce a un extremo radical en contraposición con otro, porque sólo contribuiríamos a alimentar los mitos con los que la prensa elabora sus artículos y sus programas de televisión, y a encasillarnos.