Los nuevos pacifistas

El movimiento de objeción de conciencia trata  de sobrevivir al final del servicio militar obligatorio y enfoca su futuro hacia las protestas contra la globalización, la violencia de género y la ecología.

El servicio militar obligatorio, la vieja pesadilla de tantas generaciones de jóvenes, roza a su fin. Y con la desaparición de la mili, se cierra también la labor que decenas de colectivos e individuos han llevado a cabo durante años para exigir que acaben los sorteos, la jura de bandera, la instrucción, las guardias… La pregunta que ahora aparece es: ¿Supone la desaparición de los colectivos antimilitaristas y pacifistas?
Éste y otros interrogantes, relativos al poder de la globalización y el surgimiento o vigencia de diferentes formas de violencia, son las que debe responder un movimiento heterogéneo y que, a menudo, ha aparecido fragmentado. Todo ello, con el telón de fondo de los atentados de Estados Unidos y los ataques a Afganistán, que en las últimas semanas han vuelto a llevar al pacifismo a primera línea pública.
«El pacifismo no se ha parado, ni mucho menos», enfatiza Miguel Arce desde el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) de Cantabria. Al contrario, asegura, «se va a relanzar», porque su filosofía no se agota en el «mensaje, muy parcial, de ¡mili no!» que más caló entre la opinión pública en los años de la insumisión. «Esta lucha fue un fenómeno mediático, pero el sentido de la insumisión sigue estando ahí, presente» tras el fin del servicio militar obligatorio y la implantación de un ejército profesional.
Arce recuerda que la corriente antimilitarista en ningún momento se mostró partidaria de profesionalizar las tropas: «Ni lo pedimos nosotros ni es cosa nuestra que se haga». Desde Utopía Contagiosa, un nombre de reminiscencias entre irónicas y hippies que califica a un grupo pacifista, se oyen voces coincidentes. Dice José Ambrona que la lucha a favor de la insumisión «ha creado un buen caldo de cultivo, pero ahora hace falta un relevo; hay que plantear nuevas propuestas y comprometernos en otras cosas».
A su juicio, «hay más necesidad que nunca de trabajar, porque queda un militarismo más sutil, pero más duro» de contrarrestar, porque está interiorizado cultural y socialmente. No en vano, como apunta Arce, son muchas las voces que, después de la abolición de la mili, les plantean el mismo interrogante: «Ya lo vais a dejar, ¿no?».
Sintonías
Pues no. El final del servicio obligatorio «nos ha roto un poco los esquemas», pero la masa de objetores cree que la pérdida de ese banderín de enganche le ha servido también como revulsivo. Primero, para engarzar anteriores «debates deslavazados» y conformar una única «reflexión conjunta y más compleja». El fin último de las discusiones es «actualizar el concepto del militarismo», que desborda la simple esfera de los ejércitos para adentrarse en «nuevas formas de control social». Y segundo, para coordinarse más y mejor con otros colectivos sociales.
Por ejemplo, con el movimiento antiglobalización, en el que, según remarca Arce, «el MOC tiene mucho que decir» en temas como la «lógica militarista» en el escenario político y económico internacional. Pero también existe sintonía con el ecologismo, con el que las asociaciones pacifistas comparten preocupaciones en asuntos como la oposición a los campos de tiro. Y con el feminismo y sus denuncias contra los valores machistas y la jerarquización.
Y, por si eso fuera poco, el colectivo ha encontrado un plus de máxima actualidad en los bombardeos estadounidenses sobre Afganistán. Como apunta Pepe Mejía, miembro de la organización antiglobalizadora Attac, la respuesta militar a los atentados del 11 de septiembre provocó en España una «reacción rápida, casi espontánea», en el propio movimiento contra la globalización. Pero, por encima incluso de sus diferencias, atrajo a la protesta antibélica a organizaciones con gran capacidad movilizadora, como Comisiones Obreras y la Unión General de Trabajadores.
Resultado: dos plataformas se dan cita en la calle para exigir el final de los bombardeos, como prueba definitiva de un espectro social amplio y complejo. Una de ellas ofrece un mayor peso institucional, al contar en sus filas con partidos como Izquierda Unida, sindicatos (Comisiones, UGT) y grupos populares (Federación Regional de Asociaciones de Vecinos, etc), mientras que en la segunda tienen mayor influencia los colectivos críticos con la globalización.
Nuevos debates
También las consignas dibujan matices diferenciales: «No a la guerra, no al terrorismo» en el primer caso; en el segundo: «Paremos la guerra. OTAN no, bases fuera. Otro mundo es posible». Este último lema remite a las protestas contra la globalización, en las que, como señala Mejía, «la guerra es una de las patas del banco. Hasta ahora se veía este fenómeno desde el punto de vista de la economía; ahora hay que verlo también como una amenaza a los derechos y libertades».
En su opinión, la reflexión sobre la guerra «como otro elemento más del capitalismo» obliga a una «readecuación del discurso, para ir contra el tema de fondo: las consecuencias que genera, como los despidos y el retroceso de las libertades». Todo ello, insiste el integrante de Attac, hará que la corriente antiglobalización «cambie en positivo», aunque descarta que se fusione con el movimiento pacifista. Una opinión compartida en el propio ámbito antibelicista, que tiene muy claro su perfil diferenciado.
Las próximas iniciativas de este dispar colectivo se producirán el próximo fin de semana, cuando la Coordinadora Antimilitarista y No Violenta (CAN) de Madrid celebre su quinto Encuentro de No Violencia; y en diciembre, coincidiendo con el definitivo adiós a la mili, el Movimiento de Objeción de Conciencia abordará su III Congreso. El objetivo es similar en ambos casos: mirar hacia el futuro, como dice Miguel Arce, «no desde un planteamiento utópico, sino de educación social».
Desde Mujeres de Negro, Gracia Escalante lo resume en pocas palabras: «Nuestro futuro va a ser diferente». También integrante del MOC de Madrid, Mujeres de Negro señala que «mucha gente cree que el Movimiento de Objeción de Conciencia sólo pretendía acabar con la ‘mili’. Pero trabajamos más campos, como la incorporación de la mujer a las fuerzas armadas o la educación para la paz». Y su lucha, remacha, no se ha acabado: «Queremos desenmascarar la utilización del ejército profesional en la ayuda humanitaria y denunciar la militarización social que sufrimos diariamente».
Para Arce, el futuro de la filosofía pacifista se conjuga con varias claves: «Romper el ‘anti’ para reivindicar su significado», superar la simple denuncia con «propuestas en positivo» y «llevarlas a la práctica a pequeña escala». El MOC aspira a recuperar la coordinación con otros grupos sociales, prevista antes de que la insumisión acaparara sus energías.
Y confluir, por ejemplo, con el feminismo para contestar la lógica social de los juguetes bélicos para niños, o desentrañar las raíces culturales de las violaciones como «estrategia» en determinadas guerras. No es de extrañar, por tanto, que sean muchas las mujeres que militan en el MOC. «Saben y sienten que la militarización las toca de lleno». Frente a la rutina educativa que «hace mamar la jerarquía desde la escuela» que denuncia Arce, el guión de los objetores apuesta por conceptos como la «autogestión de nuestras vidas», la «autonomía» del ser humano y la «asunción de nuestra responsabilidad».
Insumisión fiscal
La traslación de esa filosofía dibuja variados perfiles. El Movimiento Antimilitarista de Carabanchel subraya el acento bélico cuando denuncia el «cinismo de las misiones humanitarias de paz». El grupo Tritón se centra en la economía al acusar a Defensa de beneficiarse de «partidas presupuestarias de carácter militar de los ministerios civiles», mientras que Utopía Contagiosa apuesta por la insumisión solidaria.
José Ambrona pone como ejemplo la campaña de objeción fiscal, «que consiste en detraer la cantidad simbólica de 7.000 pesetas y entregarla a ONG’s que realmente trabajan por la paz». El justificante de este ingreso es remitido a Hacienda –unas delegaciones han hecho la vista gorda, otras han llegado a juicios y embargos de cuentas– para demostrar «que se trata de una propuesta política alternativa».
Para Utopía Contagiosa, ha llegado la hora de plantearse un «pacifismo de segunda generación» y ofrecer a la sociedad «una opción global al militarismo». De ahí su apuesta conjunta en la plataforma madrileña CAN, compuesta por varios grupos para aprovechar sus sinergias y aumentar su presencia. «La alternativa ya está en marcha», remarca Ambrona, que considera imprescindible «definir primero qué es lo que hay que defender» antes de ver «la forma más adecuada de hacerlo». Señala «la democracia, los derechos humanos y las conquistas políticas y sociales», y parte de la base de que «ya hay gente que los defiende» desde los colectivos populares.
Fuente:  La verdad