Decir Cantabria es decir Concejo Abierto
La tradición asamblearia, en la forma de concejo abierto rural popular sobre todo, está más y mejor documentada en Cantabria que en cualquier otro territorio peninsular.
Ya en la segunda mitad del siglo VI, un documento singular, la Vita S. Emiliani, informa de que los cántabros "se gobernaban por sus asambleas" en el tiempo que libraban una guerra –justa– contra el reino visigodo de Toledo, siglos VI y VII. Son muchos los autores contemporáneos que sostienen que para entonces no había diferencias de clase entre los cántabros, lo que significa que, además de regirse democráticamente, la propiedad colectiva tenía que ser decisiva, situación que se ha mantenido hasta las grandes ventas forzadas de comunal que impuso a punta de fusil el Estado constitucional, en particular con la ley de desamortización civil de 1855, de infausta memoria.
Un cántabro universal es Beato de Liébana. En el año 776 terminó su obra más influyente, Comentarios al Apocalipsis de San Juan. En realidad, es una compilación de textos, entre los que destaca los elaborados por Ticonio, uno de los pensadores punteros del movimiento donatista, alzado en armas contra el poder estatal romano en el norte de África a partir del siglo IV. Es una reflexión sobre la obra más radical del cristianismo revolucionario, el Apocalipsis de san Juan, con intenciones subversivas. Por ejemplo, una y otra vez vitupera a los reyes , a los que presenta como la quintaesencia del mal político. Beato se sitúa dentro de la gran tradición antisistema del monacato cristiano revolucionario, que aspira a constituir una sociedad nueva, sin ente estatal ni propiedad privada, con la asamblea rigiendo la vida de la comunidad, según se encuentra en el cristianismo verdadero, de los siglos I al IV, tan ensalzado por pensadores como C. Marx o F. Engels, sobre todo éste último.
En Cantabria abundan los testimonios arqueológicos del monacato revolucionario, como son las iglesias rupestres, difíciles de fechar, pero probablemente de los siglos VII en adelante. Muchas de las cuales fueron monasterios, muchos dúplices y pactuales, esto es, de varones y mujeres, con la asamblea como fundamento, con la obligación de trabajo manual para todos y todas, sin propiedad privada ni sexismo. Tales edificaciones, venerables y magníficas al mismo tiempo, son particularmente abundantes en Valderredible, como es el caso de Santa María de Valverde. Aunque de fecha algo más tardía, también está en relación con todo ello el románico erótico, que logra en la colegiata de San Pedro, de principios del siglo XIII, sita en la pequeña población de Cervatos, un soberbio canto en piedra a la libertad sexual, a la dignidad del cuerpo humano y a la convivencia hermanada entre mujeres y hombres.
De esa fusión entre las tradiciones de los cántabros y el ala revolucionaria del monacato cristiano resulta la institución del concejo abierto, tal como lo hemos conocido en el mundo rural popular tradicional hasta hace muy poco. Éste ha tenido en Cantabria particular arraigo debido a que su población ha sido principalmente rural durante muchos siglos. Todavía en el siglo XIX, el 90% de las y los cántabros vivían en aldeas, lo que hacía posible que la asamblea concejil sesionara en todas las aldeas y pequeñas poblaciones, aunque no en las grandes.
Intrusión Constitucional
Un testimonio de su vigencia antaño y su decadencia a partir de la revolución constitucional, que se lanza contra esta maravillosa institución para imponer su bronco sistema de dictadura política, lo encontramos en El valle de Iguña, de Daniel L. Ortiz Díaz, terminado en 1918 pero publicado en 2004. Este autor, buen conocedor de la Cantabria de comienzos del siglo XX, expone que antaño las gentes se mantenían “unidas por vínculos de amor”, reflexión fundamental sobre la que se suele pasar de largo, ignorando que el afecto era el elemento unitivo de la sociedad popular rural tradicional. Se refiere luego a “la perfecta unión y armonía que reinaba entre todos los vecinos del pueblo soberano" cuando era el concejo abierto la entidad decisoria.
Pasa luego a describir cómo eso está en liquidación para la mencionada fecha, pues “de aquello tan grande y tan sublime no queda ya más que una ridícula caricatura”. Apunta que el concejo ya apenas goza de autoridad, y que entre los que acuden a sus sesiones no suele imperar la hermandad y unión de antaño. Señala quién es responsable de tal decadencia, la “política centralizadora” y “la tiranía caciquil” impuestas, apunta, “en nombre del progreso y de la libertad”, esto es, por el régimen constitucional resultante de la revolución liberal. Dirigida y realizada contra las clases populares ha dejado convertido en apenas nada –dado que la ley de régimen local de 1985 lo admita– el concejo abierto soberano.
Responde a las generaciones jóvenes de Cantabria, mujeres y varones, recuperar esa institución milenaria, rescatándola de lo que autoriza la legislación actual –que la ha convertido, sí, en “ridícula caricatura”– para hacer que toda la vida política se realice en ella y por ella. Entonces volverá a haber democracia en Cantabria.
*Félix Rodrigo Mora es autor de los libros Naturaleza, Ruralidad y Civilización y La democracia y el triunfo del Estado.