Asociación de psiquiatrizados alternativos. Cultivar la memoria para tomar el relevo
Las personas a menudo nos enfrentamos a situaciones en donde nuestras cabezas adolecen un sufrimiento que socialmente no se aborda desde el acompañamiento sino desde un etiquetaje que en ocasiones desemboca en encierro, y que en otras nace a partir del mismo. El aislamiento del individuo prevalece sobre las posibilidades de asumir colectivamente lo que a cada uno nos pase.
Por un cúmulo de factores difícilmente cuantificables pese a que la psiquiatría lo pretenda, acabamos teniendo crisis psíquicas que a menudo desembocan en comportamientos no tolerados por nuestro entorno y en dolores pesados para el resto.
Si esto llega a una gravedad considerable (teniendo en cuenta que la “gravedad” está atravesada por muchos factores ajenos a la voluntad de quien sufre) y los demás (vecinos, familiares, amigos, desconocidos etc) consideran que se debe intervenir o ya no pueden más ni como para considerar nada, entran en juego las unidades de psiquiatría.
Estos lugares donde la impotencia de familiares y/o amigxs, y la anulación de las personas psiquiatrizadas, se alían y desencuentran constantemente, cuentan con la aparente incuestionabilidad de su existencia, que marca el ritmo de ambos.
Ante este presupuesto de inevitabilidad, hay un movimiento de personas que actúan desde distintos ámbitos y cuyos vínculos con la psiquiatría se han forjado por diferentes motivos. Estamos hablando de lo vivencial, lo académico, lo profesional, lo familiar, lo amistoso, lo militante, etc.
Gracias a este conjunto de prácticas basadas en un intento de abordar colectivamente la situación, es cierto que muchas veces somos capaces de evitar que personas cercanas tengan ingresos. Pero también lo es que muchas otras veces no.
Es en este momento que la persona que está sufriendo, o no, pero en todo caso, su comportamiento perturba la normalidad, entra en un espacio apartado del entorno habitual, pierde autonomía sobre su capacidad de decisión y su movimiento, y se ve rodeado de personas con las que no ha elegido estar pero que están ahí por un motivo aparentemente similar desde una perspectiva psiquiátrica. Algunas personas reciben visitas constantes y otras están tan solas como antes de ingresar.
Precisamente al calor de las visitas surgen conversaciones que dan pie a hacer memoria de antiguos proyectos de esos que tratan de abordar el dolor psíquico como un asunto en común, y no como un designio individual a merced de la biología. Es ahí donde un grupo de personas que decidieron visitar a una persona conocida que estaba en la unidad de psiquiatría del hospital de Valdecilla, se pudieron enterar de que el 29 de mayo de 1996 nacía, o por lo menos, se creaban los estatutos de la Asociación de Psiquiatrizados Alternativos.
Esta asociación proclamaba su carácter no mercantil ni lucrativo. Su intención era la de tener alcance en toda Cantabria, aunque fijó su domicilio provisional en la calle Vargas de Santander.
Entre su principios estaba la consideración de que las enfermedades mentales en su gran mayoría tenían un origen psicosocial. Consideraban que dichas patologías estaban provocadas por la inadaptación al medio, que consideraban claramente perturbador y complejo en esta sociedad para sus vidas. Pensaban por ello que les correspondía a ellos y a todas las demás personas afectadas, incidir en las instituciones y en la sociedad para alcanzar sus objetivos de transformación social. No negaban las demandas a las instituciones sino que exigían de estas que proporcionaran alternativas válidas a sus necesidades. Además, hacían un llamamiento a colaborar en la investigación de la problemática de la salud mental con todos aquellos profesionales que aportaran soluciones alternativas en este campo.
Sus objetivos concretos eran agrupar a todas las personas afectadas por las llamadas enfermedades mentales de Cantabria en su movimiento asociativo, reclamar a los organismos públicos, como hemos dicho antes, servicios de prevención y rehabilitación, y extender las prácticas de la solidaridad y el apoyo mutuo, así como la exigencia de sus intereses socioeconómicos inmediatos..
Además, exigían algo muy básico, la protección jurídica, laboral y sanitaria y la defensa de los derechos sociales como el resto de personas.
Sus principios y objetivos se saben gracias a recuperar sus estatutos del olvido. Pero más allá del punto de partida, la experiencia más relevante para extraer de la memoria de este colectivo no muy lejano en nuestra historia local, es lo que podemos saber gracias a conversar con parte de sus integrantes. Es decir, el apoyo traducido en visitar a quienes acababan siendo ingresados después de atravesar sus crisis. El intento de que si alguien acababa siendo trasladado forzadamente a un espacio ajeno y desconocido, no viviese esa experiencia en soledad, sino que se viera arropado por un conjunto de personas escogidas.
Al igual que una herramienta útil al alcance de todas para mejorar nuestra salud mental es el hecho de darnos cuenta de que muchas de las dolencias psíquicas que atravesamos son vividas de forma parecida por otras, del mismo modo, el conocer que en Santander hace más de 20 años existió un intento de dotar de una pequeña estructura a quienes querían abordar la salud mental como una cuestión política y social, puede ser un aliciente, o como mínimo, un aporte a quienes hoy en día se plantean las mismas cosas y no saben muy bien cómo empezar a crear estructuras de apoyo mutuo para llevar a cabo lo que ya se hace a un nivel más informal y espontáneo desde la inevitabilidad de vivir en relación a los demás y sufrirnos juntas.