Creciendo sin escuela

El tiempo pasa, nuestrxs hijxs tienen ahora 6, 13 y 16 años. Siguen sin ir a la escuela. La vida cotidiana se transforma poco a poco, sutilmente. Nos ocupan temas diferentes de los que partimos, algo distintos de los que ocupan a las nuevas familias que empiezan a plantearse si llevar a sus hijxs o no a la escuela, o si acaso a una escuela «alternativa»...

Sabemos que es posible, que no es una tarea sumamente complicada, o difícil o problemática. Que lxs niñxs aprendan muy bien lo que les interesa, y que les interesan muchas cosas. Que la relación entre el grupo familiar se enriquece enormemente. Que no significa estar encerradxs solxs en casa, que la socialización se de de forma espontánea y que es de gran calidad.

Entonces, ¿qué dificultades tenemos ahora? Una de ellas: las edades diferentes de nuestrxs hijxs hacen que a menudo haya dos intereses algo contrapuestos. Por ejemplo, seguimos leyendo mucho en común, pero ahora leemos por un lado libros para la pequeña, por otro libros para todxs y por otro libros para lxs mayoores. Esto mismo ocurre con los juegos o con el cine/visionado de vídeos, u otras actividades. Esto se traduce en: más cosas para hacer, más tiempo que emplear.

Ahora lxs mayores están interesadxs en más actividades fuera de casa. Por otro lado, yo también voy trabajando más horas fuera. No siempre es fácil encajarlo y compatibilizarlo todo. Aunque a veces se desplazan por sus propios medios (andando, bicis o trenes), no siempre se puede hacer así, ya que vivimos en un lugar ni céntrico, ni demasiado bien comunicado, y frecuentemente Guillermo y yo tenemos que hacer de chóferes. Como decía antes, esto quiere decir más cosas que llevan más tiempo. Desde hace un tiempo, en algunas horas del día ya sabemos lo que significa estrés.

A veces me siento algo desbordada y se me ocurre que no puedo con todo, que esta situación ha estado muy bien pero que quizás sea el momento de cambiar. Pero al rato también me doy cuenta de todo lo que disfrutamos, de lo que hemos conseguido, de lo bien que estamos, en definitiva, y de lo que perderíamos si les esolarizamos. Además, recuerdo que a la mayoría de padres de escolares que conozco se les ve habitualmente tan desbordadxs como me siento yo en esas ocasiones.

El tema de su futuro trabajo queda ahora más cerca, pero tampoco tanto. Colonizada como estoy yo también como cualquiera, con las ideas y temores oficiales, a veces me entra el agobio de imaginarme que puedan tener serias dificultades y problemas en el campo laboral. ¡Como si lxs demás no los tubieran con estudios reglados, incluidxs lxs universitarixs!. Después suelo conseguir relajarme y disipar esa angustia: ya se verá lo que nos traerá la vida, ahora es inútil y absurdo planteárselo. Si es necesario, siempre estarán a tiempo de prepararse para sacar alguna titulación, y todavía es pronto para limitarse ya a una sola cosa, un solo camino que te cierra a otros.

Es al Sistema al que le interesa que no veamos más salidas que las que él nos presenta, el que nos alimenta con miedos por todos los medios (noticias, estadísticas, cine, TV, allegados con dimes y diretes), para que aparentemente «libres» decidamos andar por donde nos marca. No puedo menos que recorda a Juan de Mairena, el personaje de una de las obras de Machado, diciendo: «¿De qué sirve la libre emisión  de un pensamiento esclavo?». ¿De qué sirve haber conseguido el derecho a la libertad de pensamiento y a la libertad de expresión si no nos atrevemos a quitarnos las cadenas del «pensamiento» oficial? Seguramente, a la hora de pensar en buscar trabajo, nuestrxs hijxs (y nosotrxs con ellxs) deban mirar en otra dirección, hacer uso de lo que algunxs llaman «pensamiento lateral». Pero no solo para buscar trabajo, sino para cualquier área de la vida. Para cambiar de lugar habrá que cambiar de ruta.