La fête est finie: Sobre las transformaciones urbanísticas e implicaciones sociales de ser Ciudad Europea de la Cultura. Marsella

“Cuando te sacan la palabra ‘cultura’ tienes que tragar, tiene un aura casi religiosa, intocable. Sólo los fascistas se oponen a la cultura”, comenta el historiador Alessi Dell’Umbria en el documental La fête est finie, tratando de explicar lo difícil que es ejercer la crítica a proyectos de este tipo. La película dirigida por Nicolas Burlaud analiza las consecuencias que tuvo para Marsella la capitalidad en 2013. Compara el evento con un caballo de Troya: algo que los ciudadanos celebran como regalo, sin tener en cuenta todo el daño que les puede causar.

La Capital Europea de la Cultura llegó a la ciudad francesa acompañada de grandes transformaciones urbanísticas y, según narra el documental, la reordenación de la ciudad obligó a muchos vecinos a cambiar de casa. Para otros, especialmente para los jóvenes que no son blancos, supuso no poder moverse con tranquilidad por el centro de la ciudad debido al incremento del control policial. Mención especial al puerto, que pasó de acoger barcos que venían de Túnez y Argelia a ser el embarcadero de cruceros turísticos. El proceso se describe como un mapa de guerra: la ciudad tiene que dar imagen de zona pacificada para poder escalar posiciones en los rankings turísticos. Y así, la calle se convierte en un espacio de representación, dejando de ser el territorio en el que el pueblo se reinventa a sí mismo. Las personas que no se adaptan a esa transformación dejan de existir. Literalmente: vemos al alcalde de Marsella en la inauguración de un centro comercial. “No veo a los que estaban en contra de este proyecto”, vocifera desde el micrófono.