Mathieu Rigouste: «Para prosperar, el capitalismo juega la carta de la seguridad»
Nota de Briega: La siguiente entrevista fue publicada originariamente por el diario ecologista francés reporterre.net. Nos hemos encargado de traducirla y adaptarla al castellano.
¿Qué piensas del boom mediático, a nivel retórico y verbal, que se ha producido a propósito del “islamo-izquierdismo”?
Cuando un sistema de dominación entra en crisis, tiene tendencia a señalar, por un lado, a los revolucionarios y por el otro, a los “impuros”. Designa un enemigo interior de dos caras, algo así como una alianza entre el extranjero y el subversivo, que habría que purgar para restablecer el orden social. De esta manera, la figura del islamo-izquierdista es una adaptación de la figura del judeo-bolchevique. Estigmatizar al enemigo interior permite designar a un segmento de la población como vector de proliferación de la subversión. Sabemos para qué sirvió esto en los años 1930. Pero es menos conocida la manera en que otra figura, mucho más cercana, fue instrumentalizada durante la Guerra de Argelia: la figura del indígena musulmán independentista manipulado por el comunista, a sueldo de la Unión Soviética.
¿Se trataba, en realidad, del islamo-comunista?
Exacto. Esta figura estaba en el centro de la retórica militar y diplomática del Estado francés de aquella época. Se trataba de legitimar el aplastamiento militar y policial de la revolución argelina negando la rebelión a los colonizados, a través del discurso sobre la manipulación, por parte de la Unión Soviética, de los pueblos inferiores todavía incapaces de gestionarse por ellos mismos.
¿Por qué el sistema actual de dominación está en crisis?
El sistema capitalista engendra constantemente crisis económicas. Se ve obligado a reestructurarse regularmente, porque no se puede acumular indefinidamente capital y beneficios sin que ello agote los recursos. Y también porque no se puede acrecentar las desigualdades permanentemente sin que ello genere revueltas y, a veces, procesos revolucionarios. El neoliberalismo es un capitalismo en crisis permanente. Yo, que nací a principios de los años 1980, ¡no he conocido ningún momento en el que no se decía que estábamos en crisis! Pero esta crisis permanente está también presente en los otros sistemas de dominación ligados al capitalismo, como son el orden racista y el patriarcado.
¿Cuál es la relación con el patriarcado? El islamismo se presenta como que niega la libertad de la mujer al imponerle el velo.
Existe una genealogía de la instrumentalización racista y colonial de la crítica del “patriarcado de los demás”. La práctica de quitarle el velo, por parte de los colonos y el ejército francés en Argelia, a las mujeres argelinas, buscaba simbolizar la adhesión de las argelinas a una modernidad occidental fusionada con el orden colonial. De igual modo, en la actualidad, las campañas de estigmatización y la injerencia en el porte del velo de las mujeres musulmanas participan en la legitimación de la reproducción de un sistema de discriminación racista de una parte de las mujeres de las clases populares.
Si uno de los argumentos del sistema de dominación para reprimir el islamismo es decir que es patriarcal, ¿no le obliga ello a ser más feminista?
No creo. No se trata de estrategias de legitimación. El capitalismo y el patriarcado están ligados entre sí desde sus orígenes. Se engendraron y han funcionado juntos, conjugados con el orden colonial y racista, a lo largo de su historia. Estigmatizando algunas prácticas de las mujeres musulmanas, el Estado oculta su colaboración histórica en la reproducción del patriarcado.
Todo ello interviene después de los abominables crímenes perpetuados contra Samuel Paty y en Niza. ¿No es un poco exagerado comparar la lucha contra el terrorismo islámico con los métodos utilizados por el ejército francés durante la guerra de Argelia?
Nadie está diciendo que se trata de la misma configuración, sino que hay una genealogía, es decir, una continuidad en la transferencia, salpicada de rupturas y readaptaciones, de las tecnologías coloniales y militares experimentadas en las doctrinas de contrainsurgencia y las tecnologías mediáticas y policiales empleadas en la era securitaria. Y esto viene a apoyar el hecho de que la sociedad francesa sigue estando organizada en torno a una colonialidad interior.
También invito a cuestionarse esta pretendida lucha contra el “terrorismo islámico”, cuando durante cuarenta años Francia ha sido y sigue siendo uno de los principales socios económicos y militares de Arabia Saudí y las petromonarquías, que financian y arman grupos etiquetados como “islamistas”. El Estado y el capitalismo francés se apoyan en formas de instrumentalización reaccionaria del “islamismo político” fuera de su territorio a la vez que llevan a cabo políticas racistas e islamófobas contra las clases populares dentro de su territorio, maquillándolas bajo la “lucha contra el islamismo”.
En tu trabajo de investigación, has puesto en relieve la doctrina de la contrainsurgencia del ejército francés en las guerras coloniales de los años 1950-1960. ¿Qué doctrinas se siguen aplicando todavía?
No de la misma manera. Pero la doctrina de análisis contrainsurgente forma parte de los principales repertorios a los que recurren las clases dominantes cuando tienen que enfrentarse a una crisis del orden securitario. En consecuencia, encontramos muchas analogías entre los dispositivos utilizados en la Guerra de Argelia y los de hoy en día. La doctrina de contrainsurgencia es un modelo de guerra policial que considera que hay que llevar la guerra en y contra la población colonizada para poder extraer de ella un enemigo interior. Esto consiste, en la práctica, en el despliegue de dispositivos militares y guerreros en la vida cotidiana de la población, es decir, instalar una forma de gobierno militar y policial cotidiano. Ese esquema de poder ha influenciado el orden securitario desde hace décadas.
Por ejemplo, ¿el hecho de que haya soldados con metralletas en las calles de París y en otras ciudades grandes, participa de esa lógica?
Sí, pero también hay que tener en cuenta que hay un cuerpo nacional que hay que inmunizar contra las subversiones y que el ejército y la división militar en sectores de la ciudad son formas de inmunización. Por supuesto, un Estado que militariza su territorio lo hace siempre presuponiendo que eso puede servir en caso de crisis social mayor.
¿Existen, hoy en día, otras analogías de la doctrina de contrainsurgencia?
Está esa designación de una figura etno-racial y política del enemigo interior de la que hemos hablado antes. Está el fichaje de todo aquello que es considerado como subversivo. El fichaje de una parte muy amplia de las clases populares bajo el prisma de la “radicalización religiosa” pero también “política”, y además, la vigilancia y el control de todo aquello que supone un problema para la reproducción del orden social.
Esto viene acompañado de una extensión de los controles, arrestos brutales, detenciones y encarcelaciones en las clases y los barrios populares. Asistimos también a una masificación de las detenciones preventivas y los controles judiciales. Todos estos dispositivos fueron implantados sistemáticamente a través de las doctrinas de contrainsurgencia. También se traduce en la colaboración intensa de los medios de comunicación dominantes con las instituciones policiales y militares para “promover el pensamiento de defensa y seguridad en la población” exactamente bajo la forma de “la acción psicológica” teorizada por las doctrinas de contra-insurgencia.
Observamos también esta genealogía en la militarización de las fuerzas policiales, la multiplicación de las fuerzas especiales, el auge de los servicios de inteligencia, de las unidades de comandos y los regímenes de crueldad. En el desarrollo de tecnologías de vigilancia y en el material represivo, percibimos también la hegemonía del programa informático de guerra policial. La combinación de la “guerra contra los virus” y la guerra contra el terrorismo permite así hacer avanzar la institucionalización de los drones policiales y del reconocimiento facial.
¿Por qué la población ha aceptado todo esto?
No todo el mundo lo acepta, no siempre y no de la misma manera. Pero hay un inmenso esfuerzo en la Educación nacional, en los grandes medios de comunicación y a través de todas las instituciones para imponer las ficciones dominantes. Por otro lado, las dinámicas de precarización se articulan con las políticas represivas para impedir la formación de inteligencias colectivas críticas y ofensivas. Frente a ello, las fuerzas capaces de asumir una formación política revolucionaria entre las clases dominadas son ellas mismas precarias y reprimidas. El Estado y los municipios franceses se han esforzado mucho en someter y destruir las formas de educación popular asociativas y realmente emancipadoras. En los barrios populares, estas últimas intentan, sin embargo, construir una cultura crítica autónoma al tiempo que intentan sobrevivir en lo cotidiano.
A pesar de todo ello, las resistencias colectivas y decididas continúan organizándose en sectores muy diversos de la sociedad. Lo hemos visto con los Chalecos amarillos. Algunas resistencias populares encuentran medios para tenderse la mano y hacer cosas conjuntamente. Estoy pensando en las luchas de barrio y de migrantes que hacen lo que pueden para entre-ayudarse con otros movimientos sociales, con las luchas antifascistas, las luchas obreras y las luchas ecológicas, por ejemplo.
¿Qué papel desempeña el movimiento ecologista en esta situación?
Vimos aparece en los años 1980, en el pensamiento militar de defensa, la figura de lo que denomina “el ecoterrorista”. Por lo tanto, muy pronto, el ejército francés y los ejércitos occidentales designaron la figura del “militante ecologista radical” sin respetar las formas de movilización inofensivas. Esto llevó, por ejemplo, al hundimiento del barco de Greenpeace en 1985. Hay que tener en cuenta este principio: la contrainsurgencia designa y fabrica una figura de enemigo interior frente al que se pretende estar en guerra, pero el objetivo es el control cotidiano y local de la población designada como la matriz de esa amenaza. Y la figura del ecologista radical permite apuntar al conjunto de las redes entre los diversos movimientos sociales, las luchas ecologistas y los movimientos revolucionarios.
Estamos en 2020. ¿Cómo ves que está la cuestión, desde ese punto de vista, sobre el movimiento ecologista?
La gestión securitaria ha crecido desde las protestas en Seattle contra la Organización Mundial del Comercio y el nacimiento de la figura del “alermundialista”. En Francia, las ficciones policiales que prepararon la represión de la Zad de Notre-Dame-des-Landes comenzaron a ser aplicadas en otras zad. Las personas que están implicadas en las luchas contra el colapso climático van a ser tratadas cada vez con más regularidad con dispositivos provenientes de los repertorios del antiterrorismo. Las luchas ecologistas no están sometidas al mismo régimen represivo que los barrios populares, pero hay una lectura común: la guerra policial como forma de gobernar a la población.
Con el Covid, se ha instaurado el confinamiento y el toque de queda. ¿Qué significan para ti tales prácticas?
Me parece que, antes que nada, permiten continuar girando la rueda del sistema capitalista sin tener que invertir en la sanidad pública y a la vez continúan a profundizar el control militar y policial del espacio público. Continúa siendo desplegado una especie de gobierno militarizado de la cotidianidad, aunque cada vez con más dificultades para legitimarse y mantener el orden social que busca proteger.
¿Se podría gestionar esta pandemia de otra manera?
Evidentemente, aunque yo no soy quién para decir cómo hacerlo. Me parece urgente poner los medios para una sanidad pública gratuita y universal. Pero para remediar esta pandemia de manera justa y legítima, haría falta una gestión popular colectiva de la producción y la puesta en común de los conocimientos científicos. Todo ello implica necesariamente un cambio completo de la sociedad. La crisis del Covid está visibilizando catástrofes que están en curso desde hace tiempo, pero que no afectaban de la misma manera a todo el mundo: la catástrofe de la relación Norte-Sur en materia de miseria, el hambre en el mundo, las guerras, etc. La catástrofe está presente desde los orígenes de los sistemas de dominación y son ellos los que han originado la catástrofe actual.
Al estado de emergencia que fue decretado después de los atentados de 2015 se le ha añadido el estado de emergencia sanitario. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y ecólogos piensan que en el futuro se producirán nuevas pandemias. ¿Qué implica este estado de emergencia permanente?
Viene a mostrarnos la esencia de lo que es la forma “Estado”. Mientras no consigamos establecer una oposición efectiva que impida al Estado y a las clases dominantes seguir con las innovaciones securitarias en curso, seguirán normalizándose, extendiéndose y profundizándose. La combinación del Estado y del capitalismo implica una lógica de experimentación continua de dispositivos de excepción así como su conservación y generalización. Asistimos, de tal manera, a una acumulación aparentemente sin fin de dispositivos de vigilancia, control y represión. Porque el desarrollo de estas tecnologías constituye también una economía muy lucrativa: el capitalismo securitario vive de la expansión de mercados inducidos por la continua expansión de esta guerra policial.
¿La mediatización de la cuestión del islamo-izquierdismo y de la seguridad, así como la presencia de la pandemia no contribuye a debilitar el pulso entre los opositores y los dominnates?
Sí, pone la cosa más difícil. Pero las luchas de clases son dinámicas. Las fuerzas de la revuelta social y las voluntades revolucionarias que provocaron el movimiento de los Chalecos amarrillos siguen vivas, y buscan la forma y se preparan para resurgir. En diciembre de 2018, vimos hasta qué punto la colaboración de facciones de las clases dominantes dentro del bloque de poder son frágiles frente al levantamiento y la acción directa de los dominados, hombres y mujeres.
La oleada racista y securitaria es una reacción a la evolución de las luchas de estos últimos años y a la convergencia que empezaron a construir, especialmente con el crecimiento de las luchas de los barrios de migrantes. En 2015, pocos meses después de los atentados, las luchas sociales vinieron a instalar otra configuración esperanzadora.
¿Qué es lo que te inspira esperanza a día de hoy?
¡Tengo esperanza porque hay luchas por todos lados! Para verlo, basta a veces con unirse a una, empezar a implicarse. Pero también se ve cuando consideramos la profundidad política de las formas de la vida cotidiana, en especial entre las clases más pobres y discriminadas, que luchan por su supervivencia. Durante el primer confinamiento, vimos emerger formas de auto-organización colectiva en los sectores más explotados y más organizados. Fue en las cárceles, en los CIES, en los barrios populares y los hogares de los trabajadores migrantes dónde primero se organizaron formas de solidaridad. Estas experiencias de entreayuda y autodefensa popular cultivan esperanza y preparan otra forma de sociedad.
Entrevista publicada el 4 de Noviembre de 2020