Entrevista completa a una mujer de Treceño que emigró a Alemania
Elena, ¿Cómo era tu vida en Treceño y por qué decidiste emigrar?
Mis padres tenían varias tierras que trabajaban pero que no les pertenecían, eran de una señora que tenía muchas tierras por allí. Siempre me obligaban a saludarla y darla los buenos días y yo lo odiaba esa sumisión constante. Por ejemplo, igual estaba mi padre trabajando y venía esta señora y le decía que tenía que ir a quitar unos yerbajos de su huerta. Cuando se iba, mi padre juraba en hebreo pero dejaba su trabajo para hacer lo que le decía esa señora. Como ellos eran los ricos…claro. Se llamaba aparcería, y si cogías el maíz, lo tenías que repartir en tres cestos; uno para ellos y dos para nosotros. Venía la sobrina de esta señora para ver si echabas algo más de maíz en tus cestos que en el suyo. Después había que llevárselo a casa, desojárselo, hacerle trenzas y colgárselo.
Mi madre cada vez que decía algo esta señora agachaba la cabeza y a mí me daba tanta rabia que fuera tan sumisa que no podía con ello. Es que aquí tenías que decir amén a todo. Una vez el cura me metió unas bofetadas por haber estado hablando durante el rosario con otra niña. Le dije que por qué me había pegado a mí y a la otra no, que era porque yo era pobre y ella rica. Me enfadé con el cura. Y cuando llegué a casa mi madre ya se había enterado, se lo habían contado y me dio unos zapatillazos.
Otro día en la escuela la misma niña dijo que le faltaba un hilo de bordar y la profesora nos registró a todos. Nos hizo ponernos de rodillas (a veces incluso nos ponía garbanzos en ellas) con las manos en cruz hasta que apareciese el hilo. No aparecía el hilo hasta que no sé qué hizo la niña con la chaqueta y ahí apareció, lo tenía ella y no se había dado cuenta. Y yo les dije a ella (la traté de tú),- pues ahora te tenías que poner tú de rodillas y con los brazos en cruz-
¿Y qué te dijo la profesora?
Pues nada, me cascó. Fíjate, yo empecé en la escuela con 6 años y ya sabía leer y escribir, sumar, restar y hasta dividir por el dos, que me habían enseñado mis hermanos. Y la maestra me dijo que no podía ser que yo supiera eso. Y por ejemplo, para que veas… A mí en el pueblo siempre me llamaban Leni, pues la maestra me decía que de Leni nada, que eso era de niña rica, que me llamaran Elena. ¿Tú te crees que a una niña de 6 años se le pueden hacer esas cosas?
Normal que te quisieras ir en una atmósfera tan opresiva
Desde pequeña era muy rebelde y no me gustaba dar los buenos días a los señores . Mira en el pueblo mandaban; el cura, el alcalde, la guardia civil, el jefe de estación…se juntaban en una camarilla y se sabían la vida de todo el mundo.
¿En Treceño pasabais una situación tan dura y precaria como Vitorio tu marido en Castilla?
No, yo no pasé hambre porque en mi casa teníamos algunas vacas (5 o 6), gallinas y tierras y allí se cultivaban maíz y alubias, patatas… Mi padre también se dedicaba a ir a segar para la gente y talaba árboles. Había trabajado el hombre un montón, andando por toda Cantabria. Me acuerdo que en la escuela nos daban leche y queso. Aquella época en la que los americanos mandaban leche en polvo, en el año 52. El queso no me gustaba nada y a veces lo intercambiaba con mi prima por unas onzas de chocolate (risas). Era una economía de subsistencia, lo único que no era de casa era el bacalao, que era muy barato. Mis hermanas también se fueron a servir con 13 años. Una de ellas es la que se fue un año antes que yo a Alemania con su marido.
¿Cuándo y por qué decidiste emigrar?
En Treceño me ahogaba, iba a hacer 19 años y yo me quería marchar. Al ser menor, por entonces (1965) la mayoría de edad era a los 21, tuve que hacer unos cursos de la sección femenina y después ir a limpiar la iglesia durante 6 meses para que el cura me firmara como que ya había hecho servicios a la comunidad o como se llame, porque era una mujer y menor. No me encontraba a gusto allí la verdad. Entonces le dije a mi padre que, o me dejaba irme a Alemania o me marchaba a servir a Santander, que yo no me quedaba en el pueblo. Y como mi hermana ya estaba en Alemania, la escribí y cuando vinieron de vacaciones me fui con ellos. Le dije a mi hermana que me iba en el tren de la inmigración y ella me dijo que no, que me pagaban ellos el viaje. Estuve la víspera antes de irme bailando en los Mártires en Cabezón hasta las tantas (risas) y por la mañana en un taxi nos juntamos unos cuantos de Cos y de Cabezón y en lugar de ir en el tren de Gijón a Irún, fuimos en taxi hasta Hendaya. Allí cogimos el tren a París. Imagínate la impresión porque en aquella época sólo había ido hasta Santander. Si apenas había salido del pueblo, con decirte que nos dejaban ir una vez al año al cine…
Imagínate llegar por la mañana en el tren a París, menuda explosión. Fue como ¿dónde estoy? Fue una sensación…ver el Sena, aquellas avenidas… Teníamos que ir en taxi de una estación a otra cruzando todo París. Allí cogimos mucha gente joven el tren a nuestro destino, Karlsruhe.
Fuimos a la misma fábrica, a la que entramos muchas ese año, de muchos sitios: Jerez, Línea de la Concepción, Valladolid, Córdoba, Madrid… Era una fábrica de metalurgia, de galvanizado. En las pausas del desayuno nos juntábamos todos los españoles, algún alemán y algún italiano. Allí unas cuantas encontraron pareja ¡yo también! (Risas). La verdad es que nos lo pasábamos muy bien en las pausas
¿Si te hubiera salido un trabajo en Torrelavega, por ejemplo, te hubieras ido?
No, yo saliendo de Treceño no me hubiera ido a Alemania ni a ninguna otra parte. Yo me habría ido a Santander a servir como tantas otras. Pero por ejemplo, en el caso de Vitorio mi marido, fue claramente para huir de la miseria porque andaba sirviendo de casa en casa y malviviendo.
Y cuando decidiste irte ¿cómo reaccionó tu familia?
Mi padre se disgustó mucho -que cómo me iba a ir- No quería. A la hora de firmar los papeles que me hacían falta se lo pensó un montón. Y cuando me fui, me dijeron que lloraba y decía” Ay que no la voy a volver a ver”. Me dijo mi cuñada “aquí hubo un funeral de por lo menos 15 días” (risas) Mi madre tampoco quería que me fuera pero creo que entendía mejor que mi padre la necesidad que yo tenía de salir de Treceño.
¿Y sobre la experiencia migratoria de Vitorio, tu marido, que fue diferente a la tuya y mucho más difícil?
Totalmente diferente. Él estaba trabajando en Ávila sirviendo en diferentes casas cuidando el ganado, haciendo las labranzas y todas esas cosas. Castilla estuvo mucho peor que Cantabria en la posguerra. Se acostaba a las tantas y se levantaba a las cinco de la mañana. Dormían en un saco de paja, con eso te lo digo todo. No pudo ir a la escuela. Aprendió a leer y escribir en Alemania con un cordobés que era maestro y daba clases allí.
Entonces se abrió la inmigración a Australia y él se quiso ir para allá. Pero no sé qué pasó que se cerró la frontera y cuando fue a hacer los papeles le dijeron que a Australia no, pero que si quería podían apuntarle para Alemania y dijo que sí. Fíjate que casualidad, él no había dicho nada en casa, pero su hermana que estaba sirviendo en Madrid también se había apuntado y se encontraron en el reconocimiento médico en Madrid. Fueron juntos para Alemania en el tren pero los separaron y les enviaron a destinos diferentes; él a Düsseldorf y ella al sur a Karlshrue, aunque en 1962 él se fue también a Karlshrue con ella. Al llegar trabajó durante un invierno durísimo repartiendo carbón en una camioneta por la Selva Negra. Después ya encontró trabajo en una fábrica y hasta que nos vinimos.
Allí os conocisteis ¿no?
Si (risas) Nada más entrar todas juntas en una presentación en la fábrica, le dijo a un amigo de Reinosa “ uy! A esa tan pelá me la voy a ligar yo “. Por aquel entonces yo llevaba el pelo muy cortito. Y yo “si hombre si, lo que tú quieras” (risas)
Fue amor a primera vista
Ah no, es que era muy pesado (risas)
Los barracones que salen en alguna foto de las que conservas ¿Dónde estaban?
En Düsseldorf, en los terrenos de la fábrica en la que trabajó Vitorio. Ahí le metieron con unos vascos que entre ellos hablaban sólo en vasco. Claro, entre que no les entendía y que no entendía nada de alemán, imagínate a Vitorio con una cara de pardillo recién llegado de la España profunda (risas) Imagínate cómo lo pasó. Hasta que un navarro les dijo ¡oye, a este crio hay que hablarle en castellano me cago en tal! Ya luego le empezaron a hablar en castellano y él vio a dios (risas) porque por lo menos se entendía con alguien. A los seis meses pidió que le rompieran el contrato porque se quería ir con su hermana. Luego ya se juntaron él y su hermana en Karlsruhe.
¿Los alemanes qué pensaban de que contrataran a españoles y a inmigrantes de diferentes procedencias?
Había muchos tullidos por la guerra, la mayoría hombres adultos. Por ejemplo el encargado que había donde trabajaba, tenía una pierna de palo. ¡No había juventud en el 65! Cuando fue Vitorio (mi marido) en el 62, menos.
De hecho fuisteis a levantar el país.
Por supuesto que sí. De hecho, recuerdo a una de Corrales que fue a pasar el reconocimiento médico a Santander y no veía de un ojo y el médico alemán le dijo a la enfermera (él no hablaba español) que la dijera que no podía ir, que bastantes inválidos tenían ellos ya en Alemania. “Queremos gente sana”, así le dijo.
Otra cosa de la que no se habla mucho es eso precisamente, los controles médicos que hacían para permitir que la gente migrara.
Es que te miraban todo. A Vitorio casi no le dejan pasar por tener un brazo torcido. Dijo que era de nacimiento y le dejaron.
¿Notabas muchas diferencias entre los trabajos que realizaban los alemanes y el que realizabais vosotros?
No, la verdad es que la mayoría nos trataban bien. Y si no estabas contenta podías protestar. Una vez uno que nos hacía el control del tiempo para trabajar a destajo me dijo” tú en España serás muy católica eh, pero aquí eres protestante, protestante ¿eh?” (risas) Había una yugoslava que se mataba a hacerlo a todo correr y claro, nos perjudicaba a todos los demás. Los demás decían házselo a Elena y a mí me daba la risa y les decía que me daba igual, que yo iba a hacerlo a mi paso. Me decía - ¡no, no, no, esto no puede ser así!- ¡Por eso lo de protestante! (risas)
¿Tenías mejores condiciones laborales allí?
Si, también teníamos seguridad social. Te daban un volante para cada trimestre. Ibas al médico que tú quisieras, cortabas el volante y se lo dabas. Si ese médico por lo que fuese no te gustaba o no te atendía bien, le decías dame el volante y te ibas a otro. Si tú no llevabas ese volante el médico no cobraba.
En algunas fábricas creo que cobrábamos menos que los alemanes. Sí que eras consciente de que eras mano de obra y que estábamos allí para levantar en país. Y no conocí a ningún capataz o alto cargo que no fuera alemán. Y por ejemplo estabas obligado a sindicarte y si estabas en el paro o en huelga el sindicato te pagaba. Por eso no se hacían muchas huelgas en Alemania. Vitorio fue enlace sindical y después de mucho batallar lograron que nos dieran de cuatro a seis semanas para poder venir a España de vacaciones. Una vez fuimos a una manifestación, claro para nosotros aquello era ufff ¡una novedad! (risas)
Pero también estuve una temporada trabajando en una fábrica textil y madre… ¡Qué mal lo pasé! Me pusieron a coser y como era aquello…como los nazis. La mayoría de los trabajadores eran yugoslavos y turcos. El encargado era malo no, lo siguiente. Solo le faltaba el látigo. La mayoría de las tardes salía llorando a mares de trabajar. Se lo conté a la mujer que me había conseguido el trabajo y me cambiaron de sección. Allí estuve hasta que nació mi hija Mila. Después empecé a trabajar en la Kraft y muy bien, la verdad. La mayoría eran alemanes, algún yugoslavo y unos pocos españoles. Estuve bien, trabajando mucho hasta que nació Alfonso y luego estuve un año sin trabajar para poder cuidarlos, pero no se podía estar allí sin trabajar, era todo carísimo. Vitorio iba a a la Siemmens a limpiar máquinas los sábados y los domingos para poder ganar un poco más.
En aquella época ¿había gente que emigraba de forma ilegal?
Había mucha gente que emigró de forma ilegal. La gente se piensa que eso sólo ocurre ahora y no es así. Cantidad de gente emigró a Alemania de forma ilegal. Con el tiempo les arreglaron los papeles, como pasa aquí. Nosotros tuvimos que ayudar a un madrileño que por desgracia tuvo un accidente y le tuvimos que ayudar entre varios, porque no podía ir al médico. Claro, eres solidario con los tuyos. Al final pudo ir al médico porque alguien se lo arregló, no sé si la asistenta social o el cura.
¿Cómo era el ocio y la vida social de los inmigrantes en Alemania?
Nosotros nos juntábamos mucho con otros españoles. Íbamos a la iglesia para españoles, teníamos el centro español, un baile para los españoles…Y daban clase a los niños en español. Así podían aprender los dos idiomas. Antes éramos como una familia, como hacen muchos extranjeros cuando vienen aquí. Es normal.
Allí en Alemania ¿sentías que las mujeres tenían más libertad que aquí?
Claro que sí, por supuesto. Allí te decían ¿Tú por qué no te tomas la píldora? Y yo decía ¿cómo me voy a tomar la píldora, como se os ocurren esas cosas? (risas) tú tómatela y acuéstate con tu novio hombre. Y yo les decía que cómo lo iba a hacer si mi hermana no me dejaba sola ni a sol ni a sombra (risas) Y yo ¡ay por dios la píldora, de dónde la sacarán! Pero sí, te sentías mucho más libre para ir y venir.
¿Os planteasteis quedaros a vivir en Alemania?
Aunque pasé mi juventud allí de los 19 a los 31, no te sientes del todo parte de aquello. Al final no sales a tomarte una cerveza con los alemanes, ni a tomar un café. Nos juntábamos con otros españoles. Nos juntábamos con alemanes en las excursiones de la empresa y poco más. Teníamos claro que no nos queríamos quedar allí para toda la vida. Queríamos ahorrar para comprarnos un piso aquí. En cuanto a la vida del inmigrante, pues tienes ratos buenos, otros regulares y otros malísimos. Añoras a tu familia. Y nosotros que tuvimos que dejar a nuestros hijos con mi hermana en Treceño, pues mucho más. Fue una decisión durísima. Nunca nos habíamos planteado dejarlos pero Vitorio se puso muy malo a consecuencia de un accidente laboral. Un día en la fábrica le cayó acido en la cabeza y estuvo muy malo.
¿Cuándo decidisteis dejar a los niños en Treceño?
Cuando él empezó a estar malo a consecuencia del accidente en la fábrica. Le tuvieron que ingresar no sé cuántas veces. Entre lo de esperar por lo de la mili y esto, pues cinco años, los tuvimos que dejar aquí del 72 al 77.
¿Os costó volver a vivir en Cantabria?
Nos costó muchísimo, porque no encontraba Vitorio trabajo. Y además la sensación es extraña porque ya no te sientes ni de aquí ni de allí. Ya no eras de ninguna parte. Se pasó seis meses recorriendo Cantabria buscando trabajo y sin coche. Lo pasó realmente mal. Menos mal que el piso le teníamos pagado y teníamos algo de dinero ahorrado, pero no te creas.
Mucha gente tiene la idea de que el que emigró en esa época, además de ir de forma “legal”, alcanzó un nivel de vida muy bueno.
Había gente que contaba muchas películas. No se hacía tanto dinero. Daba para vivir y se estiraba un poco más por el cambio, que salías ganando. Pero también había muchos que no comían ¿eh? Que con una lata de sardinas desayunaban y comían al mediodía. Muchos de los que hicieron dinero, pasaron muchas miserias. A base de no parar de trabajar. Algunos que trabajaban en una fábrica de lácteos en la que había unas barracas, sólo hacían ese trayecto de la fábrica a las barracas, no conocían nada más. Sacaban leche, yogures, lo que se producía allí, y comían solo eso. No conocían nada del lugar donde vivían. ¡Si para ir a la estación les tenían que llevar en coche!
¿Cómo ves la actitud que está teniendo Europa con respecto a la inmigración?
Pues fatal, tanto levantar vallas y muros. Tiraron el muro de Berlín y mira ahora. Una mujer que trabajaba con nosotros tenía a una hija en la otra parte (Alemania oriental) y no se podían ver. ¿Tú te crees que ahora estén haciendo lo mismo? A mí me parece inhumano.
Hay un proverbio africano que me gusta mucho que dice: Cuando la memoria va a recoger leña, trae los troncos que más le conviene
Pues no lo conocía pero cuánta razón, es que es así. Me da mucha rabia la falta de memoria de la gente.