Entrevista a uno de los autores de «Expulsados»

¿Qué es lo que os motivó a escribir el libro y en concreto a investigar sobre un tema como es el del urbanismo de Santander?

En nuestra trayectoria trabajando como periodistas, en el proyecto de El Faradio pero anteriormente en otros medios de comunicación, nos habíamos encontrado en varias ocasiones con noticias relacionadas con el urbanismo, empezando por lo que pasó en el Cabildo de Arriba, con el derrumbe y los tres muertos. En ese momento, aunque hablé con los vecinos y los entrevisté, me quedé con la sensación de que, periodísticamente, no habíamos estado a la altura, yo mismo, el conjunto de los medios de comunicación y el conjunto de la sociedad. Murieron tres personas. Eso pasa en otras ciudades, como Madrid o Barcelona, y hay otro tipo de respuesta a la que hubo aquí. Además, todo lo que se intentó para arreglarlo no sirvió para nada y el barrio sigue estando igual de mal, hasta el punto de que la Asociación de Vecinos se ha disuelto. Es un ejemplo de lo que yo me iba cruzando en mi vida como periodista.

Una vez lanzado El Faradio, nos seguíamos topando con historias relacionadas con el urbanismo, hasta que llegó el caso emblemático de Amparo Pérez, que seguimos desde el principio con mucho interés. Había mucho de qué hablar; del modelo de ciudad, de un Santander rural que se está perdiendo, de un constructor amigo del partido del alcalde, baja temeraria… y vimos además que había una cierta movilización social, más que con el Cabildo, desde luego. Este caso, aunque no se consiguió lo que se quería, inspiró a mucha gente. Surgieron las Plataformas de Prado San Roque, del Pilón, las luchas por el Parque de la Marga, por la Defensa de la Senda Costera. Todo un movimiento que íbamos siguiendo. El urbanismo empezaba a ser un tema muy recurrente de Santander, y, por ende, en El Faradio. Nos dimos cuenta además de que el urbanismo es el día a día de tu vida, son las plazas, los barrios… A veces lo despreciamos porque es un tema muy árido, pero en el libro defendemos que es una política pública. Se ha hablado mucho de recortes en Educación y Sanidad, pero el urbanismo también es política pública y sin embargo no es vista como tal sino más bien como una forma de regular negocios privados.

Aprovechando un concurso de la editorial libros.com sobre periodismo de investigación, nos animamos a participar presentando una propuesta de investigación de las alegaciones al Plan General de Ordenación Urbana de Santander (PGOU). El proceso de alegaciones es el momento en el que la gente hace propuestas, a las que te dicen que sí o que no. Viendo las que se aceptan y se rechazan puedes ver quién hace la ciudad. También nos propusimos relacionar esta cuestión con el incendio de Santander de 1941, que es otra idea obsesiva que nos habíamos ido encontrando durante nuestro trabajo. Era una historia no contada. Santander podía haber sido muy diferente sin el incendio. Teníamos la sensación de que el incendio marcó el urbanismo y marcó la ciudad.

El subtítulo del libro es “Santander, la transición urbanística pendiente”. ¿Puedes explicar su significado?

Es un concepto que une muchas cosas. De igual modo que se habla de que en España el modelo económico no ha cambiado, que ha habido una línea continuista en la que se prima mucho a unas élites que no se han renovado, nosotros en Santander lo aplicamos al urbanismo. La experiencia nos lo decía pero el libro lo documenta, confirma la sospecha. La ciudad está al servicio de unos determinados intereses económicos, en perjuicio de unos intereses vecinales. Desde que fue tomada por el franquismo no ha habido un cambio de élites. Por ello consideramos que hace falta una transición, en lo económico y en lo político y en relación con el urbanismo. Hace falta un nuevo modelo.

En los últimos años hemos palpado un deseo de cambio. La gente no quiere que el urbanismo sea algo que se imponga sino en la que pueda participar. Pero yendo más allá de lo que nos venden como participación. Se trata de decidir cómo queremos que sea nuestro barrio, decidir qué tipo de negocios queremos que haya, decidir sobre las infraestructuras, los servicios, evitar que la gente se marche, que no haya degradación urbanística. Es un deseo de más democracia. Una transición de la dictadura a la democracia plena.

¿En qué se evidencia que el modelo urbanístico de Santander es heredero del modelo franquista?

Es una ciudad que está al servicio del poder, al servicio de las élites económicas. El franquismo tenía su propio modelo de ciudad, de igual modo que todos los regímenes políticos tienen su arquitectura de cabecera. Véase por ejemplo la arquitectura nazi de Albert Speer. La teoría arquitectónica de la dictadura estaba basada en la idea de ciudad orgánica, de igual modo que el régimen se denominaba a sí mismo como democracia orgánica. Una teoría que consideraba a la ciudad como un organismo vivo, con corazón, tronco, cabeza y extremidades. La cabeza es el poder económico y político, el corazón es el poder religioso y las extremidades es lo que sobra. En Santander el poder se concentró en la Plaza Porticada, donde estaba previsto que estuviese el Ayuntamiento (allí más adelante se ubicaría la Caja Cantabria, que en realidad es el poder real), y donde se ubicaron las Delegaciones de Gobierno, de Hacienda y de Defensa. Las extensiones (el tronco), eran los comercios próximos, localizados en la calle San Francisco y alrededores, y las viviendas de la gente afín al régimen. El corazón era la Iglesia, lo espiritual, ubicado en la catedral y la iglesia que está al lado. Lo que sobraba eran las actividades industriales, las clases populares. Antes del incendio en el centro de la ciudad había mercerías, talleres, pescaderías, actividades y gente que ahora no se conciben.

La herencia del franquismo se ve en unas élites que van más allá de lo político, que organizaron la ciudad en perjuicio de los vecinos. El modelo sigue siendo el mismo; el poder en el centro, expulsar lo que sobra. La actividad industrial, los polígonos, se han quedado fuera, los jóvenes han sido relegados, con muchas dificultades durante años para realizar actividades musicales, se ha dejado degradar los barrios… Vemos que sigue habiendo una concentración de poder, aunque ahora por lo menos la gente puede protestar. Imaginemos los atropellos que pudieron cometer durante el franquismo.

¿Qué refleja el proceso de alegaciones del PGOU que habéis estudiado? ¿Qué demandaban los vecinos y las vecinas? ¿Se les hizo caso?

No se les hacía caso prácticamente en nada. Recuerdo que cuando se estaba redactando el PGOU, años antes de que se nos ocurriera escribir el libro, cada vez que había una rueda de prensa o que hablaba en público, el alcalde decía que el PGOU iba a permitir la participación de los vecinos, que iba a crear empleo, y que iba regular los grandes proyectos para la ciudad. Eran tres cosas que repetía constantemente. Pero si te vas al Plan General y al proceso de alegaciones, ves que cuando se pregunta por grandes proyectos como la renovación ferroviaria contestan que no depende de ellos. En cuanto al empleo, el plan convertía las áreas industriales en áreas residenciales; y en cuanto a participación vecinal, contestaban que el plan era solo una herramienta para decidir si tal suelo era urbano, rústico o urbanizable.

El plan no recogió demandas de participación. Por poner algunos ejemplos, los vecinos pedían cosas como una residencia de ancianos en Las Carolinas, parques, carriles bici, mejoras en las aceras, dotaciones juveniles en la zona de Vista Alegre y La Atalaya, eliminar focos de degradación urbanística como solares tapiados, pistas deportivas, una señora pedía un paso de cebra para poder acceder a un supermercado, aparcamientos… En lugar de eso, contamos en el libro cómo se presionó a los vecinos de San Martín para que firmasen un convenio después de varios intentos frustrados; cómo fue el proceso de obtención de suelo en la zona del Parque Tecnológico; cómo se sacrificaron espacios públicos, como una plaza para convertirla en un parking subterráneo perteneciente a una empresa privada; cómo algunos espacios pasaron de ser de carácter público a dotacionales…

Un hecho curioso del proceso de alegaciones es que experimentó una transformación con los años. Al principio las alegaciones tenían un carácter más individual, salvando las de asociaciones como el Colegio de Arquitectos o de Arca, que tienen una visión más integral de la ciudad. En el último periodo de alegaciones, en cambio, la gente empieza a alegar por La Pereda, por Tetuán, por la zona de Monte y Cueto, alegaciones de gente muy enfadada. Vemos que el tono sube, con gente diciendo, por ejemplo, que el plan está al servicio de la especulación privada. Entre un periodo y otro aconteció el 15M, que yo creo que es lo que explica este cambio. A partir de las movilizaciones de 2011 surgió un ambiente generalizado de protesta que en cierto modo llegó al urbanismo. De ahí que hubiera alegaciones de personas que luego nos las hemos encontrado en la Plataforma Contra los Desahucios (PAH), en la Plataforma Deba, y en los movimientos sociales.

Y es que realmente el plan no era una herramienta de participación vecinal sino una herramienta de especulación urbanística. Dentro de la propia ciudad hay Suelo Urbano No Consolidado, esto es, que no se considera urbano a todos los efectos. Estamos hablando de que, dentro de la ciudad, no en zonas periurbanas o más rurales, hay como agujeros, lo que permite que a la hora de hacer una actuación el Ayuntamiento tenga más margen. En principio puede sonar bien, pero es lo que sirve para impulsar procesos de gentrificación, de expulsión de vecinos, revalorizar propiedades de grandes propietarios.

Hay que tener en cuenta que no hacía falta modificar el PGOU por ley, puesto que Santander perdía población. Un plan de este tipo es necesario cuando quieres modificar muchas partes de la ciudad, cuando hay mucho crecimiento de población o cuando hay previstos muchos proyectos. Pero ninguna de estas tres condiciones se cumplía. Sin embargo, se forzaron los cálculos de población para poder llevarlo a cabo. Vemos que algo falló a la hora de diseñarlo y a la hora de hacer la ciudad.

Ante un futuro PGOU, futuras expulsiones, ¿estamos más preparadas?

En caso de nuevo PGOU creo que será el momento de apoyarnos en todo lo que hemos aprendido estos años. La gente afectada por cuestiones de urbanismo antes no tenía ni idea del tema pero ahora sabe lo que puede pasar, sabe las consecuencias. Se ha visto lo que le pasó a Amparo, lo que pasó en el Cabildo y en otros barrios de Santander. Ahora hay más conciencia vecinal y más espíritu crítico. Modestamente, nosotros como periodistas sabemos mucho más de urbanismo que antes. El próximo plan me lo voy a leer y voy a informarme de lo que va a implicar. También existen plataformas y partidos políticos más críticos. Creo que si el plan nuevo no está bien diseñado, habrá que hacer un esfuerzo por corregirlo y hacer ver entre todos que algo se puede hacer, que no se puede plantear un plan urbano sin debates previos, sin traducirlo a un lenguaje entendible. Habrá que ver el plan y ver cómo nos afecta a nuestro barrio, si nos expropian o no, habrá que alegar y hacer ruido.

Puede ser un buen momento para hacer ver que la ciudad es de todos, y una ocasión para que, gobierne quien gobierne, la hagamos entre todos, en base a lo que hemos aprendido estos años. La ciudad tiene que ser algo público. Una cosa que consiguió el 15M fue que muchos problemas que se consideraban privados empezaron a verse como públicos. Antes había desahucios, pero se consideraban un problema individual, mientras que ahora existe la PAH. También antes había pobreza energética, pero ahora ha pasado a ser un problema que nos preocupa a todos. Una serie de cuestiones han pasado a ser vistas como de todos, entre ellas el urbanismo. Creo que Santander está cambiando muchísimo, que ya no se cumplen muchos de los tópicos que había sobre la ciudad. Lo que no ha cambiado es la institución, pero sí vemos que hay más vida en algunos sitios, más reivindicación, actividad cultural, gente con mucha iniciativa y haciendo cosas interesantes, creo que hay una base para que la ciudad sea mejor.

Pero queda mucho por hacer…

Sí, pero yo creo que las instituciones se ven arrastradas por la sociedad, y que en algún momento tendrán que ceder.

*Entrevista publicada en el boletín de Briega en papel de abril 2019