Entrevista a David Madden: «La desigualdad es lo que define el modelo urbano actual»

Huelga de inquilinos de Buenos Aires en 1908, en Barcelona en 1931, en Varsovia en 2011, en Londres en 2016. Movimientos contra los desahucios en Chicago, en Ciudad del Cabo, en Las Palmas de Gran Canaria, Barcelona o Madrid. Luchas contra la gentrificación, contra el desplazamiento de poblaciones o por el acceso a suministros. La vivienda, de norte a sur, de este a oeste, es un territorio de lucha desde hace cientos de años. Su papel en el capitalismo financiarizado de la década de los 10 ha aumentado la resistencia a una concepción de la vivienda que prioriza su uso como hogar antes que el de mercancía.

David Madden (Nueva York, EE UU) y Peter Marcuse han escrito En defensa de la vivienda (Capitán Swing), un ensayo que da un marco teórico al problema de la vivienda, de su uso y mercantilización como materia prima (commodification) y su relación fundamental con la lucha de clases.

Como escriben Madden y Marcuse, “plantear el problema de la vivienda hoy en día significa revelar las conexiones que existen entre el poder de la sociedad y la experiencia residencial. Supone preguntar para quién y para qué son las viviendas, quién las controla, a quiénes empoderan, a quiénes oprimen. Implica cuestionar la función de la vivienda dentro del capitalismo neoliberal globalizado”. Así, durante su reciente gira de presentaciones por España, Madden conversó con el Sindicato de Inquilinos o la Plataforma de Afectados por la Hipoteca ya que, aunque los casos concretos difieren en los distintos territorios, la crisis de la vivienda hoy atraviesa ciudades e incluso se extiende desde las clases populares a las clases medias. 

 

Actualmente, una mayoría de las personas vivimos en las ciudades más ricas en la historia de la humanidad. Ciudades con problemas cada vez mayores de desigualdad. ¿Qué está funcionando mal?
El desarrollo urbano ha seguido muy diferentes formas en las últimas décadas. Ha sido un desarrollo muy dispar a nivel global, que ha tomado formas distintas, pero que ha dado lugar a un crecimiento extraordinario de la desigualdad. En términos generales, en casi todas partes, para demasiada gente, la vida en las ciudades es una lucha muy seria para encontrar un sitio donde vivir, una lucha para sostener la vida individual, familiar y en comunidad, en un contexto de trabajo en condiciones precarias.  Mientras demasiada gente vive en condiciones precarias, otras personas disfrutan de lujo y riqueza. La desigualdad es lo que define el modelo urbano actual. Eso significa cosas muy diferentes: algunas comunidades están expuestas a riesgos enormes que otra gente es lo suficientemente privilegiada para poder evitar.

 

Parece ser que en cierto punto de la historia de Occidente todo el mundo se olvidó de que el tema de la vivienda es una parte importante, sustancial, de la política, ¿por qué?
No creo que todo el mundo olvidara que la vivienda es una parte substancial de la política. Pero parte del cambio en los modelos de desarrollo urbano ha significado que la vivienda haya dejado de ser usada como instrumento para la redistribución y ha dejado de ser regulada para protegerla de las fuerzas del mercado. La vivienda ha sido vista como un recurso económico en sí mismo, está siendo usado para el intercambio y la acumulación de riqueza.  Así que no creo tanto que la gente haya olvidado la importancia de la vivienda, como que la propiedad inmobiliaria, la industria de la propiedad y otros actores urbanos han transformado la función de la vivienda.

 

¿Qué significa que ahora la vivienda se considere una mercancía o un recurso? ¿Por qué esa mercantilización ha cambiado las condiciones de nuestra vida?
La vivienda no siempre ha sido vista como una oportunidad para el enriquecimiento, pero tampoco nunca ha habido un momento en el que el tema de la vivienda haya sido resuelto. En la historia de los procesos urbanos capitalistas siempre ha habido desigualdad en el acceso a la vivienda. Pero el carácter público de la vivienda ha variado: ha habido periodos en los que la vivienda ha sido objeto de mayor mercantilización, en otros momentos ha habido épocas de menor mercantilización. En el siglo XX, en los Estados del bienestar, hubo un movimiento hacia la parcial desmercantilización de la vivienda, en la forma de viviendas públicas, de control y regulación, etcétera. Pero ha habido un movimiento para socavar todo ese esfuerzo y para devolver la vivienda al mercado, y esa es la esencia del problema.

En el libro lo llamamos hipercommodification (hipermercantilización) porque el proceso se mueve más rápido que nunca en la historia y está abarcando más en cuanto a políticas de vivienda y encontrando “paquetes” de vivienda que todavía no ha sido mercantilizada para explotarlos. Ahora se ha introducido la vivienda en un mercado global de “materias primas” que son viviendas y hogares, a menudo gestionado de manera digital. Y eso no tiene precedentes en la historia.

 

¿Cuál es la responsabilidad de nuestros gobiernos en toda esta nueva regulación o desregulación de la vivienda?
Los gobiernos han promovido activamente la mercantilización de la vivienda. En el libro explico que es un proceso en el que todo está profundamente conectado: mercantilización, financiarización, privatizaciones. Todas están conectadas con la acción de los Estados. La vivienda en general siempre ha estado profundamente conectada al Estado. Ellos son los que hacen posible que existan los mercados de la vivienda. Así que es algo que los Estados tienen que procurar de manera activa: si aspiran a dar respuestas democráticas para la ciudadanía, tienen que actuar de otra forma muy distinta. En el libro argumentamos que hay una responsabilidad que pasa por hacer el sistema de la vivienda más justo, pero no es lo que están haciendo en este momento.

 

El libro detalla que no todo es una cuestión de dinero, que hay mucha gente con problemas relacionados con la vivienda con diagnósticos de ansiedad, depresión... ¿Qué clase de efectos tiene el tema de vivienda sobre la clase obrera?
Hay muchos factores político-económicos en las políticas de vivienda, pero una de las cosas que argumentamos es la necesitad de poner atención a los efectos psicosociales de estos cambios. Usamos el término “alienación residencial” para afrontar este sentimiento de inquietud en sus propios hogares que mucha gente experimenta. Las sensaciones de extrañamiento de la gente. Y eso es porque, si hablas con gente que está viviendo en esas condiciones precarias, se aprecia que hay un incremento de estrés, ansiedad, y eso se convierte en un conflicto interpersonal. Creo que esto es importante ver cómo esto está imbricado con los cambios estructurales.

Es importante recalcar que esto no solo impacta a la clase obrera y a los pobres, se extiende también y cada vez más a los hogares de la clase media, que están experimentando la precariedad. Creo que hay una oportunidad política en la construcción de un proyecto, basado en una serie de alianzas amplias, para un tiempo en el que la precariedad es la condición definitiva en las ciudades contemporáneas. 

 

¿Cómo podemos empezar a organizar una agenda común para modificar ese sistema en torno a la propiedad?
Ya hay movimientos por la vivienda que se están organizando para intentar cambiar las cosas, es importante darse cuenta de que son los que están encabezando el proceso contra la financiarización de la vivienda. Quiero decir, en cualquier lugar en el que se dan estos procesos de mercantilización se producen también resistencias. La gente se está movilizando para cambiar cosas. A menudo se movilizan en respuesta a amenazas directas, como el miedo a los desahucios o a los desplazamientos, y eso tiene todo el sentido. Creo que la clave para la creación de alianzas entre los movimientos y en los intentos para conectar todas estas luchas en torno a la vivienda es entender que los cambios que se están produciendo son universales, que forman parte de un proceso más amplio.

La propiedad inmobiliaria es un asunto global, es algo que está transformando las condiciones de vida urbana a lo largo y ancho del planeta. Así que sí, parece que tiene que haber algún tipo de respuesta transnacional. Es un tema clave porque la gente vive en lugares concretos, lucha y se moviliza en unas condiciones específicas y locales y es un reto importante intentar escalar ese movimiento para alcanzar el nivel global que tiene la propiedad inmobiliaria. Pero creo que es algo muy positivo cuando los movimientos de vivienda y reforma urbana —y otros que trabajan en los problemas respecto a la vivienda en todo el mundo— pueden encontrar formas de colaboración y cooperación ente ellos. Creo que, definitivamente, en el futuro la respuesta tiene que aumentar hasta plantear una respuesta global para lo que es un problema global.