La red de alimentos recuperados continúa

 

¿CONOCES LA RED DE ALIMENTOS RECUPERADOS?

Ya son muchos los martes que unas cuántas personas nos juntamos en la plaza del ciruelo para poner en común los alimentos que conseguimos de la huerta y de los desechos que esta sociedad de usar y tirar deja en la basura.

¿CÓMO FUNCIONAMOS?

En función de cuántas seamos, nos organizamos en grupos, recuperamos la comida y la compartimos en la plaza. Algunas vecinas han roto con la vergüenza de reconocer que necesitan comida, aunque sea de la basura. Otras se mantienen pendientes, pero no se atreven a bajar, y es natural, pues es lo que nos han enseñado.

¿POR QUÉ?

Porque nosotras entendemos que la vergüenza es que nos hagan sentir vergüenza por compartir lo más básico, por mostrar el derroche de los supermercados y ponerlo sobre la mesa. Verguenza nos da de vernos obligados a comprar y consumir. Por ello proponemos que la vergüenza cambie de causa y de dirección.

Seguiremos por ello todos los martes, que la energía y el tiempo nos permita, creando un espacio de encuentro donde satisfacer nuestra necesidad más básica de alimento por que no tengamos pasta o porque no queramos consumir. Una quedada semanal donde poner a nuestra disposición comida que viene del despilfarro de la ciudad, o de las huertas que cultivamos para tener más autonomía en nuestras vidas.

 

No somos una ONG, ni queremos hacer caridad. Lo hacemos por las demás porque lo hacemos por nosotras mismas y al revés. Tú puedes hacer muchas cosas en esto también. Todo el mundo puede hacer algo en el barrio para sacar esto adelante.

¿CÓMO PARTICIPAR?

Si no puedes andar mucho para coger la comida, puedes contar lo que se hace boca a boca, como toda la vida. Si no puedes acercarte tan tarde a la plaza, puedes pegar algún cartel en tu portal. Si tienes huerta o conoces a gente que tiene, puedes llevar alimentos que no vayas a comer y que se estén echando a perder. Si lees esto y tienes algún pequeño comercio, igual puedes dejar de tirar la comida que ya no puedes vender y compartirla aquí.

¿DÓNDE Y CUÁNDO?

Nos vemos cada martes sobre las 20 30 horas de la tarde en la calle San Sebastián, en la plaza del ciruelo, subiendo las escaleras de la calle Obispo Puchol (encima del bar bolero.)

                                                 ¡Nos vemos en el barrio!

Artículo elaborado por Briega y reactualizado.

Desde hace unos años un grupo de personas se da cita semanalmente en la Plaza del Ciruelo de Santander. Tras colocar unas mesas y desplegar una pancarta, desaparecen escaleras abajo o cuesta arriba hacia las calles aledañas. Al cabo de un rato vuelven cargados con cajas y bolsas repletas de alimentos que obtienen de los contenedores situados frente a los supermercados y otras tiendas de alimentación. Parece que hoy hay abundancia de masas de hojaldre y de pizza, ¡que no falte la bollería industrial! Afortunadamente, también hay mucha fruta y verdura para compensar la dieta. Qué buena pinta tienen esos calabacines. Esas fresas están un poco aplastadas… ¡Perfectas para hacer mermelada!

Toda esta comida es desechada por los comercios, porque está caducada, porque tiene una apariencia fea, porque el envase está roto, porque se ha podrido una patata en una bolsa que contiene otros 5 kilos en perfecto estado… en definitiva, porque se considera que ya no se puede vender o no es apta para ser vendida. Su destino: la basura. Muchas personas ignoran la cantidad de alimentos que son tirados diariamente en las urbes en las que habitan. Pero también hay muchas otras que lo saben y que no están dispuestas a renunciar a tal preciado botín. Cuando se acerca la hora de cierre de los comercios, gente de lo más variopinta, recolectores del siglo XXI, madres, gitanos, viejos y jóvenes, vagabundos, etc. acechan los contenedores preparados para reciclar, palabra que se suele usar para referirse a esta actividad de recuperar alimentos u objetos de la basura o de la calle. Un acto que suele ser individual, semiclandestino, a veces incluso ilegal. Pero ¿qué pasa cuando pasa a ser colectivo y visibilizado?

En la pancarta desplegada semanalmente en el Ciruelo se puede leer “Red de Alimentos Recuperados”. Una red cuyos objetivos son “organizar grupos de recicle de comida para ponerla en común y compartirla en la calle sin necesidad de que exista intercambio monetario de por medio. Satisfacer las necesidades básicas de alimento con los medios, más o menos alejados del consumo y la lógica capitalista (…)” e “ir tejiendo una rutina semanal que posibilite dar a conocer otras formas de habitar el espacio y tomar la calle”. Además de los alimentos que proceden de la basura, a veces podemos encontrarnos con fruta y hortaliza cultivada en huertas urbanas autogestionadas, otra forma de aprovisionamiento no mercantilista. Lo interesante de esta iniciativa, además de que permite alimentarnos sin gastar ni un euro, reside en su aspecto colectivo. Y es que mucha gente por sí misma quizás no se hubiese atrevido a dar el paso de abrir un contenedor y rebuscar entre las bolsas de basura, por el qué dirán, porque no es una actividad muy agradable… Sin embargo, cuando se lleva a cabo en grupo, el recicle se hace más ameno, e incluso divertido. Por otro lado, el hecho de que la comida (autoproducida o recolectada) se ponga en común, a disposición de todas, y gratuita por supuesto, es un acto de solidaridad. También es horizontal, porque todo el mundo tiene acceso a la “fuente de aprovisionamiento”. Nada que ver con el reparto jerárquico e interesado de comida por parte de las instituciones caritativas religiosas o con el supuesto humanitarismo de ONG u organizaciones políticas que buscan publicidad en los medios de comunicación o peor aún, beneficios económicos.

En muchas otras partes del mundo se están produciendo experiencias similares de distribución al margen del intercambio monetario. Por ejemplo, las free store, o tiendas gratis, tal como nos cuenta Peter Gelderloos (La Anarquía funciona, 2010), “sirven como punto de recogida de artículos donados o rescatados que las personas ya no necesitan, incluyendo ropa, alimentos, muebles, libros, música, incluso ocasionalmente, un frigorífico, una televisión o un coche”. Se puede acceder libremente a la tienda y coger lo que se necesita, sin tener que sentirse obligado a dejar nada a cambio o rendir cuentas a nadie. “Acostumbrados a una economía capitalista, muchos de los que entran en una tienda libre se quedan perplejos pues no entienden cómo es posible que eso funcione. Después de haber sido educados en la mentalidad de la rapiña, asumen que, debido a que la gente se beneficia cogiendo cosas y no se beneficia dándolas, una tienda gratis se vaciará rápidamente. Sin embargo, esto raramente ocurre. Un sinnúmero de tiendas gratis operan de manera sostenible y la mayoría está llenas de bienes. Desde Harrisonburg, Virginia, a Barcelona, Cataluña, cientos de tiendas gratis desafían la lógica capitalista diariamente”. En Santander, centros sociales como “La Libre” o “La lechuza” disponen de sus propias tiendas gratis, que funcionan de forma similar.

Otro ejemplo interesante es el de los “no-mercados” que distribuyen comida a precio libre. En el barrio libre de Lentillères, ubicado en Dijon (Francia), un grupo de personas ocuparon en 2012 unas tierras situadas a las afueras de la ciudad y se dedicaron a cultivarlas de forma colectiva. Hoy, el proyecto, ya consolidado, consigue una producción abundante de hortalizas que son distribuidas semanalmente entre los habitantes del barrio y las vecinas de las proximidades, a precio libre. Esto significa que cualquiera puede acceder a los alimentos independientemente del dinero que tenga en sus bolsillos. Sin necesidad de ningún mecanismo de control los agricultores consiguen llenar el bote, ya que los que más tienen, de forma natural, suelen aportar un poco más de dinero para compensar las contribuciones (o no) de los que menos tienen. Un dinero con el que, en cualquier caso, no se lucra nadie sino que se destina a seguir manteniendo los cultivos o a ayudar a otros proyectos o luchas sociales. Pero, al margen de la cuestión monetaria, la importancia de la experiencia del “no-mercado” de Lentillères es que supone un modesto paso adelante hacia la autonomía y la autosuficiencia alimentaria en un contexto urbano y en una sociedad dominada por la agricultura industrial. Unas huertas que permiten que decenas de personas tengan acceso a una verdura sana (para ellas y para la tierra) y producida prácticamente al margen del mercado.

Redes de alimentos reciclados, tiendas gratis, comida autoproducida, todos estos medios nos acercan poco a poco a la autonomía alimentaria. En contraposición a nuestra situación actual, en la que somos dependientes de monocultivos situados a miles de kilómetros y que están en manos de grandes corporaciones, y en la que no concebimos otra manera de intercambio que la del dinero y el valor. Sin embargo, no hay que confundir el concepto de autonomía con el de soberanía (alimentaria). El segundo término, frecuentemente utilizado por partidos de izquierda y populistas, tiene connotaciones nacionalistas y va más en la línea de la autarquía, es decir, la de no depender del “extranjero” sino de producir todo en “casa”, sin cuestionarse mucho quién o cómo se produce. La autonomía, en cambio, significa conseguir el control de lo que producimos, consumimos e intercambiamos, sin depender de las empresas, las autoridades u otras instituciones, y con la preocupación de que todo el mundo pueda satisfacer sus necesidades.

Se podrá argumentar que la comida reciclada o los objetos de las tiendas gratis no dejan de ser fruto de la economía capitalista, o que los mercadillos a precio libre siguen dependiendo del dinero. Y es cierto. Pero también hay que tener en cuenta que no podemos ignorar el sistema en el que vivimos, salvo que lo destruyamos, y que pretender no ser “contaminado” por él es una quimera, a menos que queramos vivir como ermitaños. Pero el aislamiento no parece ser una buena solución. Reciclar o cultivar de forma colectiva nos permite tejer complicidades con las personas de nuestro entorno. Nos chivamos dónde están los contenedores con comida, compartimos lo que hemos recolectado, organizamos comedores colectivos, quedamos para arar, sembrar o recolectar, hablamos y conocemos a vecinas con las que antes nos cruzábamos sin mirarnos… Son ese tipo de situaciones las que realmente dan sentido a la Red de Alimentos Recuperados y a las otras experiencias descritas en este texto, aún asumiendo contradicciones como el hecho de que seguimos dependiendo de los desperdicios de la sociedad de consumo.

La próxima vez que estés caminando por los pasillos del supermercado, escuchando una música frenética a todo volumen, preocupado por el precio cada vez más alto de tu cesta de la compra, aburrido, aislado, enfadado por las colas tan largas… piensa que otro mundo es posible, y que este puede empezar pringándose las manos en la basura. Entonces, ¿nos vemos el próximo martes?