El COVID persistente, esa incurable enfermedad de los banqueros centrales
Las ovejas se pasan la vida temiendo al lobo, pero acaban devoradas por el pastor (Proverbio popular)
A estas alturas deberíamos tener claro que el COVID-19 es, en esencia, un síntoma del capital financiero desbocado. Se trata, en términos más amplios, del síntoma de un mundo que ya no puede reproducirse aprovechando el trabajo humano, por lo que depende de una lógica compensatoria de perpetuo dopaje monetario. Mientras la contracción estructural de la economía basada en el trabajo infla el sector financiero, la volatilidad de este último solo puede sostenerse sobre las emergencias globales, la propaganda masiva y la tiranía de la bioseguridad. ¿Cómo salir de este círculo vicioso?
Desde la tercera revolución industrial (la microelectrónica de la década de 1980), el capitalismo automatizado se ha dedicado a abolir el trabajo asalariado como sustancia propia. Ahora hemos superado el punto de no retorno. Ese creciente avance tecnológico ha hecho que el capital sea cada vez menos capaz de exprimir la plusvalía de la fuerza de trabajo, y el despliegue de la inteligencia artificial ha convertido ese objetivo en una misión imposible: game over.
Eso significa que los fundamentos de nuestro mundo ya no descansan sobre el trabajo socialmente necesario que se traduce en mercancías como los coches, los teléfonos o la pasta de dientes. Ahora se apoyan en especulaciones explosivas y apalancadas en deuda sobre activos financieros como acciones, bonos, futuros y, sobre todo, derivados cuyo valor se tituliza indefinidamente. La creencia religiosa en que la masa de esos activos produzca valor nos impide ver el abismo que se abre a nuestros pies. Y cuando nuestra fe disminuye, la providencia divina interviene con relatos apocalípticos de contagio y salvación que nos someten a una hipnosis colectiva.
Pero la realidad es tozuda. A medida que el tumor financiero se extiende por el cuerpo social, el capital desata al Leviatán de dos cabezas: ese vampiro que se alimenta de emergencias globales y modelos de negocio anclados en la tecnología digital para securitizar la totalidad de la vida en la tierra. La “dictadura blanda” ya está aquí, mirándonos a los ojos, y resistir significa defender la dimensión inviolable de la dignidad humana, punto de partida innegociable para la construcción de un proyecto social alternativo. Aún estamos a tiempo, pero necesitamos conciencia crítica, coraje y lucidez colectiva.
Pandexit en el país de los unicornios
¿Estamos cerca del Pandexit? La siguiente cita de un reciente artículo de Bloomberg nos da una posible respuesta: “Los científicos tienen malas noticias para quien espere ver la luz al final del túnel de COVID-19 en los próximos tres a seis meses: prepárense para más de lo mismo”. Para desentrañar esta afirmación, supongamos que nuestro futuro se caracteriza por los siguientes acontecimientos:
1. Los bancos centrales seguirán emitiendo montañas de dinero, en su mayoría destinadas a inflar los mercados financieros.
2. La alarma del contagio (o similar) seguirá hipnotizando a poblaciones enteras, al menos hasta la implantación total de los pasaportes sanitarios digitales.
3. Las democracias liberales serán desmanteladas y sustituidas por regímenes basados en un panóptico digital, un Metaverso de tecnologías de control legitimadas por el ensordecedor ruido de la emergencia.
¿Demasiado pesimista? No, si tenemos en cuenta que la montaña rusa de la crisis sanitaria (cierres seguidos de aperturas parciales que se alternan con nuevos cierres provocados por mini-olas) se parece cada vez más a un juego de rol global en el que los actores se pasan la pelota para que el fantasma de la emergencia, aunque cada vez más débil, siga circulando. La razón para este escenario depresivo es simple: sin el virus que justifica el estímulo monetario, el sector financiero apalancado por la deuda se colapsaría de inmediato. No obstante, a la vez, el aumento de la inflación y los cuellos de botella en la cadena de suministro (especialmente en los microchips) amenaza con una recesión devastadora.
El dilema parece insuperable, de ahí que las élites no puedan abandonar el relato de la emergencia. Desde su perspectiva, la única salida pasa por una demolición controlada de la economía real y su infraestructura liberal que permita seguir inflando artificialmente los activos financieros. Esto último incluye trucos cínicos de lavado verde financiero como la inversión en valores ESG [ambientales, sociales y de gobernanza corporativa, NdT], esa laguna legal disfrazada de verde que legitima una mayor expansión de la deuda.
Con el debido respeto a las Greta Thunbergs de nuestro entorno, esto no tiene nada que ver con salvar el planeta sino con la disolución acelerada de un capitalismo liberal obsoleto. El panorama es objetivamente deprimente. Los intereses financieros y geopolíticos mundiales estarán asegurados por la recolección masiva de datos, los libros de contabilidad en criptodivisas y la esclavitud por medio de una aplicación digital vendida como innovación y progreso. En el centro de nuestro predicamento se encuentra la despiadada lógica evolutiva de un sistema socioeconómico que, para sobrevivir, no dudará en sacrificar su marco democrático y abrazar un régimen monetario apoyado por la ciencia y la tecnología de propiedad corporativa, la propaganda de los medios de comunicación y los relatos apocalípticos acompañados de un nauseabundo filantrocapitalismo pseudohumanitario.
Apelando a nuestro sentimiento de culpa por “destruir el planeta”, los bloqueos climáticos por venir dan la continuación perfecta a las restricciones contra el COVID. El virus fue un aperitivo terrorífico, pero el centro del menú es una generosa ración de ideología de la huella de carbono mezclada con escasez energética. Uno a uno, estamos siendo convencidos de que nuestro impacto negativo en el planeta merece ser castigado. Primero aterrorizados y disciplinados por el virus, luego avergonzados por agredir a la Madre Tierra, ya hemos interiorizado el mandato medioambiental: nos ganaremos el derecho natural a vivir si cumplimos los dictados ecológicos impuestos por el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial y ratificados por la policía de los gobiernos tecnócratas. Esta es la versión más cínica del realismo capitalista.
La introducción de los pasaportes sanitarios digitales (¡hace solo un año ridiculizados como teoría de la conspiración!) representa una inflexión crítica. El marcaje de las masas es crucial para que las élites se ganen nuestra confianza en una estructura de poder cada vez más centralizada que se vende como oportunidad de emancipación. Tras cruzar el Rubicón de la identificación digital, es probable que la represión continúe suave y gradualmente, como en esa famosa anécdota que cuenta Noam Chomsky: si arrojamos una rana a una olla de agua hirviendo, huirá de un salto prodigioso; pero si la metemos en agua tibia y aumentamos la temperatura grado a grado, incluso disfrutará del calorcito hasta que, débil e incapaz de reaccionar, acabe muriendo.
Entiéndase esa predicción en un contexto conflictivo y profundamente incierto. En primer lugar, ya hay muestras (aunque muy censuradas) de una auténtica resistencia popular a la pandemia psico-op y al Gran Reset en general. En segundo lugar, las élites parecen estar estancadas y, por lo tanto, confusas en cuanto a la forma de proceder, como demuestra el hecho de que varios estados hayan optado por desescalar la emergencia sanitaria. Merece la pena insistir en que la naturaleza del enigma es fundamentalmente económica: cómo gestionar la extrema volatilidad financiera manteniendo capitales y privilegios. El sistema financiero mundial es un enorme esquema Ponzi [timo piramidal, NdT]. Si quienes lo dirigen perdieran el control de la creación de liquidez, la explosión resultante destruiría todo el tejido socioeconómico y, de vuelta, la recesión privaría a los políticos de toda credibilidad. Por eso el único plan viable de las élites parece consistir en sincronizar la demolición controlada de la economía (el colapso de la cadena de suministro mundial, que provocaría una “escasez de todo”) con el despliegue de una infraestructura digital global para la toma de posesión tecnocrática. El tiempo es oro.
Adicción de emergencia
Al respecto de una posible recesión, el analista financiero Mauro Bottarelli resume así la lógica de los vasos comunicantes de la pandeconomía: “un estado de emergencia sanitaria semipermanente es mejor que un desplome vertical del mercado que convertiría el recuerdo de 2008 en un paseo por el parque”. Como intenté reconstruir en un artículo reciente, la “pandemia” ha regalado un bote salvavidas a una economía que se hundía. Estrictamente hablando, ha sido un evento monetario destinado a prolongar la vida de nuestro modo de producción, ese enfermo terminal alimentado por las finanzas. Con la ayuda del virus, el capitalismo trata de reproducirse simulando unas condiciones que ya no existen.
He aquí un resumen de los fundamentos económicos del Covid. Tras once años de expansión cuantitativa [herramienta de política monetaria poco convencional utilizada por algunos bancos centrales para aumentar la oferta de dinero que consiste en dotar al sistema de liquidez aumentando la cantidad de dinero en circulación en el mercado, NdT], el sector financiero volvía a estar al borde del pánico. El rescate de septiembre de 2019 mediante la creación de billones de dólares con la varita mágica de la Reserva Federal supuso una expansión sin precedentes del estímulo monetario, pero la inyección de esta cantidad desmesurada de dinero en Wall Street [sector financiero, NdT] sólo fue posible apagando el motor de Main Street [sector productivo-comercial, NdT]. Según ese topo miope llamado capitalismo, no había alternativa. No se puede permitir que el dinero creado por ordenador en forma de bytes digitales caiga en cascada sobre el terreno en cada ciclo económico, pues eso provocaría un tsunami inflacionario como en el Weimar de los años veinte (ese que dio paso al Tercer Reich) pero mucho más catastrófico para una economía estancada y globalmente interconectada.
La cuidadosa reapertura de las transacciones basadas en el crédito en la economía real ha provocado un inevitable aumento de la inflación y, con él, un empobrecimiento generalizado. El poder adquisitivo de los salarios se ha visto mermado, como los ingresos y los ahorros. Conviene recordar que los bancos comerciales actúan en el umbral entre el mundo mágico del dinero digital de los Bancos Centrales y ese páramo de excepción permanente habitado por la mayoría de los mortales. Por eso cada expansión salvaje de las reservas de los Bancos Centrales (que es dinero creado de la nada) dispara la inflación en cuanto los bancos comerciales filtran el efectivo (es decir, la deuda) a la sociedad.
El propósito de la “pandemia” era acelerar la macrotendencia de expansión monetaria en curso y, a la vez, aplazar sus efectos inflacionarios. Imitando a la Reserva Federal, los banqueros centrales del mundo han creado océanos de liquidez que llevan a la devaluación de sus monedas en perjuicio de la población. Y mientras esto continúa, el turbo-capital transnacional de las élites sigue expandiéndose en la órbita financiera y absorbiendo las pequeñas y medianas empresas que ha arruinado y destruido. En otras palabras: para nosotros, nada es gratis. La máquina de imprimir dinero del Banco Central sólo funciona para el 0,0001% de los humanos – con ayuda del virus o de cualquier amenaza global de potencia similar.
En la actualidad, los banqueros centrales parecen entregados al noble arte de la procrastinación. El consejo de la Fed [Reserva Federal de EEUU, NdT] volverá a reunirse en noviembre de 2021 y se anuncia que el taper (la reducción del estímulo monetario) comenzará en diciembre. Sin embargo, con la burbuja del COVID que se está desinflando, ¿cómo afrontarán las élites los tipos de interés cero y la financiación directa del déficit?
En términos más claros: ¿qué nuevo “evento contingente” o “intervención divina” les sacará del apuro? ¿Serán los extraterrestres? ¿Un ataque ciberterrorista al sistema bancario? ¿Un tsunami en el Atlántico? ¿Juegos de guerra en el sudeste asiático? ¿Una nueva guerra contra el terrorismo? La lista es larga.
[NdT: el 24 de noviembre, el Departamento de Enfermedades Infecciosas del Instituto Scripps de EEUU analizaba un conjunto de nuevas secuencias del genoma del SARS-CoV-2. Tres procedían de muestras recogidas en Botswana el 11 de noviembre; otra fue tomada una semana después en Hong Kong a un viajero con origen en Sudáfrica. Aún no se había bautizado como Ómicron].
Mientras tanto, los ciudadanos de a pie viven en una encerrona asfixiante. El crédito debe ponerse a disposición de las empresas pero los Bancos Centrales deben contener la inflación, y la única forma de hacerlo es... ¡drenando el crédito! La inflación galopante sólo puede evitarse conteniendo los efectos perturbadores de la creación excesiva de dinero, es decir, sometiendo a las sociedades basadas en el trabajo. La mayoría de nosotros, aplastados entre la subida de los precios de los bienes esenciales y el drenaje deflacionario de la liquidez, acabamos perdiendo ingresos y ahorros. En una economía estancada con una inflación en alza, cada vez más transacciones comerciales acaban suprimidas y canalizadas en forma de activos financieros.
Una herramienta que impide que la liquidez llegue a la economía real es el “mecanismo de recompra inversa a un día” (RRP) de la Reserva Federal. Gracias a los repos, la Fed sigue inundando Wall Street con dinero recién impreso y luego absorbe cualquier exceso de ese mismo dinero bombeado a los mercados financieros. Así funciona este juego de suma cero: dar y recibir. Por la noche, los operadores financieros depositan su exceso de liquidez en la Fed. Esta entrega como garantía los mismos bonos del Tesoro y valores respaldados por hipotecas que drena del mercado durante el día como parte de sus compras de expansión cuantitativa. En agosto de 2021, el uso de RRP por la Reserva Federal superó el billón de dólares, lo que llevó al Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC) a duplicar el límite de RRP hasta 160.000 millones de dólares a partir del 23 de septiembre de 2021.
Ahí está el elefante en la habitación: ¿cómo cuadrará el taper de la Fed con semejante magnitud de repos inversos? ¿Es posible la tan esperada reducción del estímulo monetario con una burbuja financiera mundial alimentada por el apalancamiento a tipo de interés cero y el endeudamiento estructural? Y a la vez, ¿cómo pueden los banqueros centrales seguir ampliando su balance con el doble golpe del estancamiento y la inflación (estanflación) a la vuelta de la esquina?
La lógica de este mecanismo monetario es perversa. La “danza loca” solipsista del capital financiero se ha descontrolado mucho más allá de lo habitual y el ajuste de cuentas se acerca rápidamente. ¿Puede evitarse una recesión devastadora? La respuesta política actual parece apelar al antiguo dicho: “tiempos extremos requieren medidas extremas”. Ante tan obstinada negación de la implosión sistémica, eso significa que no podemos descartar ningún crimen contra la humanidad. ¿No es eso lo que la historia nos ha enseñado siempre?
La crisis que vivimos no es epidemiológica. En primer lugar, porque pretende hacerse cargo del cataclismo que implica la exposición financiera al riesgo tóxico y, a la vez, de la gestión de la inflación asociada. Baste señalar que los banqueros centrales no consiguen aumentar los tipos de interés al 2% para combatir la inflación, cuando en la década de 1970 los subieron al 20%. Sin embargo, como nos ha enseñado el COVID, las acrobacias financieras de semejante magnitud sólo funcionan bajo una cobertura de emergencia: bloqueos, cierres, restricciones, etc.
El objetivo del encubrimiento es doble: 1. Ocultar el hundimiento del Titanic (la “sociedad del trabajo” impulsada por las finanzas); y 2. Coordinar un colosal reseteo monetario basado en la depresión económica y el control centralizado de la vida de las personas.
Fascismo digital
El capitalismo de emergencia produce claros efectos biopolíticos relacionados con la administración de un excedente humano cada vez más superfluo para un modelo reproductivo automatizado, financiarizado e implosivo. De ahí que el “pasaporte”, la “vacuna” y el “certificado” compongan la Santísima Trinidad de la ingeniería social. La función de los “pasaportes” es entrenar a las multitudes en el uso de carteras electrónicas que controlen el acceso a los servicios públicos y el sustento personal. Junto a los incumplidores, las masas desposeídas y sobrantes son las primeras en ser disciplinadas por esos sistemas digitalizados de gestión de la pobreza que el capital monopolista supervisa directamente. El plan es tokenizar el comportamiento humano [representar un derecho en un registro reemplazando los datos sensibles de usuario por un código único identificativo llamado ‘token’ que se emplea en trámites y burocracias digitales, NdT] y colocarlo en la contabilidad de la cadena gestionada por algoritmos. La propagación del miedo global es el golpe ideológico perfecto para consumar se plan.
Mientras la censura y la intimidación silencian el debate público, aumenta la probabilidad de que el carácter infernal de esta distopía biotecnocapitalista se manifieste plenamente en la próxima crisis global. Esto justificaría el despliegue de las Monedas Digitales de los Bancos Centrales (CBDC) que, en palabras de A. Carstens (director general del Banco de Pagos Internacionales), otorgarán “un control absoluto sobre las normas y regulaciones que determinarán el uso de ese pasivo del Banco Central (es decir, el dinero), y tendremos la tecnología para hacerlo cumplir”. Esa vinculación del dinero digital a la identidad digital resume la servidumbre monetaria de alta tecnología que se extenderá primero a desempleados y/o beneficiarios de rentas mínimas, por ejemplo, y potencialmente a la mayoría de nosotros. Más nos vale tomar en serio las palabras de Larry Fink, director general de BlackRock, cuando dice que “los mercados prefieren los gobiernos totalitarios a las democracias”.
Discriminar a la población según su estado de vacunación es un hito histórico del totalitarismo. Si la resistencia es controlada, los comportamientos “virtuosos” serán registrados mediante un DNI digital obligatorio que regule nuestro acceso a espacios y relaciones sociales. El COVID es el caballo de Troya ideal para este avance. La Alianza ID2020, respaldada por gigantes como Accenture, Microsoft, la Fundación Rockefeller, MasterCard, IBM, Facebook y la omnipresente GAVI de Bill Gates, lleva tiempo planeando un sistema global de identificación digital basado en la tecnología de cadena de bloques (blockchain), algo que facilita una suave transición al control monetario. Las CBDCs permitirían a los banqueros centrales rastrear cada transacción y, sobre todo, cerrar el acceso a la liquidez por cualquier razón que se considere legítima. El proyecto de “digitalización de la vida” también incluye un “pasaporte de Internet” que, sujeto a revisiones periódicas, permitiría expulsar de la red a quien fuese considerado indigno. En caso de que el crédito social de un individuo cayera por debajo de un determinado valor, encontrar un trabajo, viajar u obtener préstamos exigiría el sometimiento voluntario a un “programa de rehabilitación”. Es fácil imaginar la consiguiente creación de un mercado negro para los marginados.
Una de las piedras angulares del fascismo histórico fue el control estatal de una industria cuya propiedad seguía siendo privada. Es sorprendente que, pese a las evidencias abrumadoras y sistemáticas de las puertas giratorias entre sector público y privado, la mayoría de los intelectuales públicos aún no hayan visto hacia dónde nos dirigimos. El escritor italiano Ennio Flaiano dijo una vez que el movimiento fascista está formado por dos grupos: los fascistas y los antifascistas. Hoy en día, cuando la mayoría de los autoproclamados antifascistas apoyan silenciosamente o con entusiasmo este giro autoritario medicalizado, la paradoja es más relevante que nunca.
De la teoría de la conspiración a la paranoia exitosa
La epistemología de la teoría de la conspiración permite que gran parte de la propaganda actual se difunda a modo de retórica de la exclusión. El rechazo a priori del “pensamiento paranoico” impone la narrativa oficial como única portadora de la verdad, independientemente de su verificación empírica. Así, como argumenta Ole Bjerg, “la verdadera patología emerge del lado de las reacciones desde la corriente principal contra los llamados teóricos de la conspiración [...] y toma forma de un estado epistémico de excepción que amenaza con socavar el debate público y la crítica intelectual”. Dicho de otra forma: la paranoia califica la posición de esos Torquemadas modernos cuya inquisición condena al silencio cualquier pensamiento “herético” que ose apartarse de los dogmas del capitalismo de emergencia. La acusación generalizada contra “paranoicos negacionistas” y “antivacunas” es síntoma de la disolución del vínculo democrático y, sobre todo, del contagio de una enfermedad ideológica sin parangón propagada a escala mundial.
Como sostenía Jacques Lacan en los años sesenta, el poder capitalista funciona desapareciendo, haciéndose secreto e invisible para disimular su autoridad y su impotencia. En el capitalismo todo parece funcionar espontáneamente, como si nadie diera ni obedeciera órdenes. Solo nos limitamos a seguir sus deseos espontáneos: “Lo que llama la atención y nadie parece ver es que, al despejar las nubes de la impotencia, el significante soberano parece aún más inexpugnable [...] ¿Dónde está? ¿Cómo se puede nombrar? ¿Cómo localizarlo, aparte de por sus efectos asesinos?”. ¿Deberíamos incluir a Lacan en la lista negra de teóricos de la conspiración? Mientras el amo tradicional se apoya en la autoridad simbólica, el amo capitalista delega la autoridad en la objetividad intangible de su modo de actuar. Tal y como ha demostrado el neoliberalismo, se puede renunciar oficialmente al dominio y, a la vez, reafirmarlo en forma de “liderazgo”. La clave que nos explica Lacan es que esta estrategia abre el espacio para formas más profundas e insidiosas de manipulación.
Como hacen los medios de comunicación corporativos, hoy a muchos lacanianos les encanta burlarse de los “teóricos de la conspiración”. Lo hacen citando el lema de Lacan de que “no hay tal cosa como un gran Otro” para repetir que, en última instancia, no puede haber nadie conspirando en la sombra. Como afirma Slavoj Žižek en un artículo reciente, “no hay necesidad de inventar pandemias y catástrofes climáticas, pues el sistema las produce por sí mismo”, pero estos argumentos no dan en el blanco porque olvidan que el poder funciona ocupando la inconsistencia ontológica del gran Otro y manipulándola a su favor. Con otras palabras: si hay un inconsciente, la conspiración y la manipulación son inevitables. El éxito de cualquier estructura de poder depende de su capacidad para dirigir contra las masas neuróticas el carácter autocontradictorio de su universo de sentido.
Pese a todo su hegelianismo, Žižek está olvidando el carácter especulativo del poder (capitalista): las contradicciones sistémicas son el fundamento mismo y la sangre vital de cualquier arquitectura de poder. La principal artimaña especulativa del poder consiste en convertir esa inconsistencia ontológica en condición de posibilidad. Esto lo demuestra claramente el “giro autoritario” de un capitalismo contemporáneo que se basa en la explotación ideológica de las emergencias. En última instancia, tales emergencias sólo serán reales en tanto que emergencias capitalistas –léase desplegadas en el momento adecuado para promover los intereses del capital. La idea de que una emergencia pueda trastornar o subvertir la estructura de poder existente ignora hasta qué punto toda emergencia funciona ya a favor del poder capitalista. Mi lectura del COVID como producto de la volatilidad financiera es coherente con este argumento: la contingencia pandémica es una necesidad capitalista y, como tal necesidad, ha sido apoyada desde el principio por un formidable aparato ideológico.
La retórica de la exclusión que anima el discurso público-oficial sobre el COVID puede describirse con el concepto de “paranoia exitosa” que Lacan tomó prestado de Freud y “parece constituir la clausura de la ciencia”. Esa “clausura” refiere básicamente a una creencia positivista en la objetividad científica que se construye sobre el rechazo (exclusión) de la “cuestión del inconsciente” como fuente de crítica, duda y error. En la teoría del discurso de Lacan, la paranoia exitosa alimenta un sistema híper-eficiente de creencias asegurado por la “curiosa cópula entre capitalismo y ciencia”. [El poder de lo que hoy se promueve unilateralmente como “ciencia real”, tan real que prohíbe la duda, silencia el debate y promueve la censura, se asemeja al poder de esa nueva religión anunciada por Lacan en 1974: “La ciencia es aún más despótica, obtusa y oscurantista que la religión, y está en proceso de sustituirla”. El capitalismo se apoya en la ciencia y la tecnología del mismo modo que capitaliza la salud, uno de los negocios más rentables del mundo.
Esa “ciencia” a la que se nos ordena obedecer está secuestrada por las élites financieras y sus compinches políticos. Funciona como una barrera contra la conciencia de que “nuestro mundo” se desmorona. La verdadera ciencia, que sigue operando detrás de la espesa cortina de la censura, nunca impondría mandatos dictatoriales como los hoy vigentes en las democracias de todo el mundo. La fe ciega en la “ciencia COVID” delata un deseo desesperado de aferrarse al poder capitalista, mutación autoritaria incluida, pero la historia del progreso científico demuestra que la ciencia es sobre todo un discurso centrado enfáticamente en “lo que falta”. Todos los grandes avances se basan en un principio de insuficiencia: la consciencia de que la verdad, como causa del conocimiento, está ontológicamente ausente. Citando a Lacan: Il n'y a de cause que de ce qui cloche (“Solo hay causa en lo que no funciona”). Esa es la ciencia por la que vale la pena luchar.
Como las premisas impulsoras del sistema (la relación de creación de valor entre capital y trabajo) han dejado de funcionar, el señuelo del COVID permite al capitalismo suspender cualquier razonamiento serio sobre su enfermedad estructural y su actual transformación. La clínica de la neurosis nos muestra hasta qué punto el neurótico medio desea tener un amo para oír que su mundo tiene bases sólidas. Los neuróticos suelen vivir tan desesperadamente apegados a su estructura de poder que son capaces de cualquier perversión para asegurar su funcionamiento, como el masoquista que entrega con entusiasmo el látigo a su dominatrix. La perversión funciona como una orden para disfrutar de la relación de poder, y los sujetos contemporáneos nos sometemos dócilmente al poder en un intento desesperado por consolidarlo. Por desgracia, las estructuras conservadoras de la neurosis y la perversión suelen ser compartidas por esas “mentes progresistas” (desde las liberales a las izquierdas radicales) cuyo compromiso se limita a señalar la virtud o participar en el vergonzoso juego de la teoría de la conspiración.
Sin embargo, no todo está perdido. Pese a la imparable convergencia de ciencia y capitalismo que impone un sistema de creencias hermético para excluir cualquier disidencia, nuestro triunfal universo paranoico nunca podrá totalizar su estructura. Paradójicamente, la actual represión de la humanidad puede ser la mejor oportunidad para una oposición radical al régimen de acumulación capitalista y a su implacable chantaje de excepción.
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Fabio Vighi es profesor de Teoría Crítica e Italiano en la Universidad de Cardiff. Entre sus obras recientes se encuentran Critical Theory and the Crisis of Contemporary Capitalism (Bloomsbury 2015, con Heiko Feldner) y Crisi di valore: Lacan, Marx e il crepuscolo della società del lavoro (Mimesis 2018).
Artículo publicado originalmente en The Philosophical Salon.
Traducido al castellano por Daniel Jiménez Franco.