Pase sanitario, conspiracionismo y luchas sociales. En el espejo italiano, una entrevista a Wu Ming
Wu Ming, es un autor colectivo (actualmente son tres) de Bolonia, que publica relatos y ensayos y desarrolla una intensa actividad político-cultural, especialmente a través de su blog. En el que se ha publicado un relato de uno de los actores del movimiento colectivo anti-pass de Trieste, del que se puede leer el primer episodio, perfectamente complementario a esta entrevista. La crisis sanitaria, ha sido una oportunidad perfecta para que los dirigentes del mundo, enfrentados a las revueltas de la última década, se dotaran de más medios para controlar a las poblaciones. De momento, hay que decir que tras la emergencia antiterrorista, la emergencia sanitaria es la nueva cara de la política del miedo, y que ha tenido bastante éxito.
En el espejo italiano
Una entrevista a Wu Ming [i]
La manifestación del 8 de octubre en Roma, con el asalto a la sede del sindicato mayoritario CGIL, pareció confirmar a los ojos de la clase política que la oposición al Pase Sanitario[ii] era exclusivamente fascista. Y era innegable que la derecha, extrema o no, había conquistado espacios en el campo de la protesta contra la gestión de la pandemia. De repente, las cosas cambiaron, pero antes de que nos lo cuentes, explica por qué crees que la descripción de un movimiento esencialmente fascista contra los pases verdes es errónea.
En la primavera de 2020 ya advertimos que la ira social estaba creciendo y que se desataría una vez que el miedo al virus hubiera disminuido. Dijimos que la falta de crítica a la gestión de la pandemia por parte del gobierno convertiría la inevitable protesta en algo muy confuso, ambiguo, manipulable por la extrema derecha y por teóricos de la conspiración. Fuimos muy críticos con la mayor parte de del movimiento de izquierdas que expresaba una visión «virocéntrica»,[iii] es decir, centrada únicamente en el virus y el riesgo de contagio, diciendo muy poco sobre el hecho de que la gestión política de la pandemia era irracional, injusta, hipócrita e incluso criminal.
Durante el verano, cuando empezaron las movilizaciones contra el pase sanitario, nos pronunciamos por enésima vez, criticando la postura altiva de algunos compañeros, la facilidad con la que aplicaban las etiquetas, la adhesión a la «paz social pandémica» del gobierno de Draghi por miedo a decir «lo mismo que la derecha», es decir, Matteo Salvini y Giorgia Meloni, que criticaban el pase sanitario pero por razones oportunistas. Está claro que las calles también están llenas de fango semiótico e ideológico. También, pero no sólo, y esa es la cuestión.
En las movilizaciones de masas siempre se ha escuchado de todo: para empezar, la revolución rusa de 1905 estaba dirigida inicialmente por el pope Gapone, recordemos que en la plaza de Tharir también se escucharon fantasías de un complot antisemita, en el parque Gezi se oían rumores de un complot nacionalista de matriz kemalista (el mismo que impulsa la negación del genocidio armenio), etc. ¿Habría sido justo liquidar estas luchas sobre la base de estas referencias? No, y tampoco tiene sentido hacerlo para las luchas actuales, las de la post-pandemia,[iv] que son contradictorias, pero inevitables.
Ante las protestas de la calle contra el pase sanitario –pero en realidad contra toda la gestión de la pandemia por parte de los gobiernos de Conte 2 y Draghi– la corriente neoliberal recurrió en seguida a la Reductio ad Hitlerum. Cierta izquierda, incluido el «movimiento», siguió inmediatamente su ejemplo. No es nada nuevo: la operación retórica de comparar potencialmente cualquier cosa con el nazismo y cualquier oponente con los nazis, y más generalmente el uso indiscriminado de los términos «fascistas» y «nazis», se remonta a la Comintern y el Cominform de los años 30 y 40. Para los estalinistas de aquella época, los trotskistas eran «trotski-nazis», los socialdemócratas eran «social-fascistas» y, más tarde, los comunistas yugoslavos eran «tito-fascistas». Todos hemos oído a camaradas nuestros llamar «fascismo» a cualquier tendencia que no les gustaba. Utilizamos «fascista» como un término genérico, con el resultado de que el concepto de fascismo se trivializa y se hace cada vez más vago. En esta fase post-pandémica, la Reductio ad Hitlerum ha hecho un servicio a los neofascistas al exagerar su papel. En muchas de las manifestaciones contra el pase los fascistas están ausentes o son insignificantes, en otras están ahí, y por supuesto intentan llevar a cabo sus sucias maniobras, pero quizás sólo en Roma tienen cierta importancia, por lo demás, el movimiento contra el pase es salvaje, desafía todos los parámetros interpretativos, y ninguna fuerza política consigue tener una verdadera hegemonía en él.
No nos debería sorprender que en estas manifestaciones haya gritos contra «la izquierda». Ahora, en la mente de muchos italianos, «la izquierda» es el Partido Democrático, es decir, un partido neoliberal en el que las masas populares ven, con razón, un enemigo. No es casualidad que el PD sea apodado el «partido de las ZTL» (zonas de tráfico limitado): recibe sus votos principalmente en los centros históricos de las ciudades transformados en salones burgueses y en barrios elegantes como Parioli en Roma. Aquí es donde su base social es una burguesía media pretenciosa e hipócrita, que demuestra los residuos de su condición de «intelectual» y una identidad de «izquierda» cada vez más moderada. Pero que en la realidad concreta es repulsivamente elitista, entusiasta del clasicismo en cada una de sus manifestaciones, admira a un banquero como Draghi y quiere más tecnocracia, más desigualdad –por más que lo llame «meritocracia» o «innovación».
En definitiva, no hay que ser fascista para odiar a esta «izquierda». Y ciertamente no podemos culpar a quienes no lo vean de otra manera, porque venimos de largos años de reflujo de los movimientos, por no hablar de que gran parte de la llamada izquierda «radical» comparte muchos de los defectos de la «izquierda» dominante: la procedencia de la burguesía, el elitismo, la arrogancia cultural, el alejamiento de los problemas de la vida de la mayoría de la gente.
La extensión de la obligación del pase sanitario a todos los centros de trabajo está creando un número creciente de incoherencias y contradicciones. Cada vez es más evidente que el pase sanitario es una forma de descargar toda la responsabilidad sobre la gente de a pie mientras que el gobierno de Draghi –legitimado sobre todo por la «guerra contra el virus»– acomete una matanza social. Mientras seguimos fijándonos en el virus, el gobierno y la patronal nos están masacrando. La toma de conciencia de ello está haciendo estallar partes de la sociedad, en un verdadero «otoño caliente»[v] que sólo los prejuicios ideológicos impiden percibir. Es una ola que desafía la descripción y la predicción, pero es un verdadero despertar del cuerpo social tras dos años de coma.
«¿Por qué ahora?» y «¿Por qué por el pase sanitario?» son dos preguntas importantes, pero se vuelven inútiles si las formula la izquierda esnob, es decir, a manera de chantaje y liquidación. Sencillamente, el pase sanitario se ha vivido como la gota que colma el vaso, después de dos años que han destrozado la vida de tanta gente.[vi]
Tampoco tiene mucho sentido disertar filosóficamente sobre el supuesto abuso del término «libertad» en la comunicación de estas protestas. Las acusaciones de «liberalismo», «anarcocapitalismo» e «ideología libertaria» que algunos intelectuales lanzan a las concentraciones, así como la comparación con Trump y Bolsonaro, no vienen al caso, porque la mayoría de las veces, estas manifestaciones no son sólo por la «libertad»: son por su propia proletarización. Una parte de las capas medias precarias, empobrecidas y atemorizadas –gente que no domina los lenguajes de la lucha social y que no es heredera de ninguna tradición política con vocabularios consolidados– traduce en términos de «libertad» la rabia contra su propia degradación reciente o inminente, y contra la injusticia que creen haber sufrido por la forma en que se ha manejado la epidemia.
En su prisa por distanciarse de la calle, cierta «izquierda» de las redes sociales ha mostrado su desprecio por las libertades personales como «burguesas». Tampoco en este caso hay nada nuevo: hablar de las libertades con suficiencia e incluso con desprecio no es ajeno a determinadas tradiciones dentro de la izquierda. Al final de este camino, está el gulag. Debemos tener cuidado con la elección de los términos a los que queremos atribuir connotaciones peyorativas. Porque una cosa es el individualismo, el egoísmo, y otra muy distinta el ámbito de autonomía que todo ser humano debería poder disfrutar, el habeas corpus existencial sin el cual la vida no es vida. Sin esta distinción, se comete una terrible confusión y se acaba abrazando el autoritarismo, además en un contexto capitalista, ¡sin ni siquiera la excusa de la dictadura del proletariado!
Sobre todo, es importante decir que esta forma de gestionar la pandemia ha atacado la dimensión colectiva, la sociabilidad, las relaciones entre las personas… En este contexto, «libertad» significa también la libertad de poder vivir colectivamente, de poder afirmar el desacuerdo juntos, de poder manifestarse. Limitarse a decir que todo esto es «cosa de fascistas» es cuando menos una muestra de estupidez ideológica.
Pero, desde hace unos días, los medios de comunicación italianos están dominados por la alarma contraria, la del papel desempeñado en la movilización por la «izquierda radical», los «anarquistas», los «bloques negros», e incluso «las ex-Brigadas Rojas»… ¿Qué ha cambiado? Desde Alemania, donde sólo la extrema derecha y los teóricos de la conspiración han salido a la calle contra la gestión de la pandemia, estas rápidas transformaciones son difíciles de entender…
Hace dos años, los camaradas del Comité Invisible observaron con razón que los acontecimientos insurreccionales atraviesan las fronteras nacionales con gran dificultad, y que incluso cuando lo hacen, lo hacen después de sufrir muchas distorsiones, hasta el punto de ser irreconocibles. Es como si hubiera una aduana invisible que detiene los contenidos políticamente peligrosos en la frontera y solo los deja pasar si renuncian a gran parte de su significado.[vii] Se habló de la dificultad de contar las luchas francesas en Italia y las italianas en Francia, pero en nuestra opinión esto también se aplica a la relación entre Italia y Alemania. Entre los «escenarios» de los dos países existe una incomunicación histórica, en parte oculta por una fascinación mutua, que agrava las cosas. Al contar una lucha italiana a un público alemán (y viceversa), el riesgo de malentendidos es enorme, y pueden difundirse verdaderas leyendas urbanas, exageraciones y mitologías. Pero básicamente hay un malentendido. Por ejemplo, la “peña” italiana está totalmente desinformada sobre las movilizaciones de Ende Gelände,[viii] la “peña” alemana no sabe nada del movimiento No Tav, que este año celebra su trigésimo aniversario. En el movimiento italiano, lo poco que se sabía de un fenómeno como el de los Antideutschen[ix] provocaba reacciones de asombro y horror: ¿cómo era posible que una parte de la izquierda radical llegara a apoyar esas posiciones? El contexto y la genealogía estaban totalmente ausentes.
Cuando hablamos de los movimientos post-pandémicos en Italia y Alemania, tenemos que añadir esto: la gestión política de la pandemia en ambos países tuvo rasgos comunes pero también diferencias pronunciadas, son contextos muy diferentes. Por último: la situación es muy complicada, ya vista desde Italia, ¡imagínese desde Berlín o Hamburgo!
La representación de las manifestaciones como controladas por los fascistas dominaba en los medios de comunicación hasta hace tres semanas, luego hubo un cambio drástico de percepción: ahora señalan al «extremismo de izquierdas», el peligro de un retorno del «bloque negro», ¡y directamente a las Brigadas Rojas![x] Por supuesto, el marco retórico es el de los «extremos opuestos», como en los años 70: la democracia liberal debe defenderse tanto de los fascistas como de los rojos… Pero en la narrativa, son siempre los rojos los más peligrosos. En resumen, algo ha cambiado. ¿Pero qué?
El caso es que ha habido cada vez más críticas al pase sanitario por parte de la izquierda y del mundo anticapitalista: todos los sindicatos de base, COBAS, USB, USI, CUB, SOA e incluso el mayor sindicato italiano, la CGIL, que en su día fue comunista pero hoy tiene una orientación socialdemócrata, se declararon en contra.[xi] Contó también lo que ocurría en Francia, donde todos los partidos de izquierda –Francia Insumisa, el Partido Comunista Francés, el NPA, LO– y todos los sindicatos se oponían al pase sanitario de Macron. En Italia, el 11 de octubre hubo una huelga general lanzada por los sindicatos de base, y entre los puntos del orden del día estaba el rechazo del pase. Mientras tanto estallaron los acontecimientos en Trieste.
El punto de inflexión en el cambio de retórica sobre las manifestaciones fue el bloqueo del puerto de Trieste, en el contexto de una movilización que iba en una dirección completamente distinta a la de Roma, pero también en Milán y Turín fue muy diferente. En una intervención en vuestro blog, habláis de «solidaridad de clase». Me gustaría que profundizáramos en este aspecto.
En Trieste, desde agosto y hasta hoy, está en marcha una movilización masiva. En una ciudad de 200.000 habitantes, han salido a la calle en varias ocasiones unas 20.000 personas. En las manifestaciones había trabajadores de todas las actividades productivas importantes de Trieste, empezando por los trabajadores portuarios. El 15 de septiembre, una concentración de trabajadores portuarios bloqueó uno de los principales accesos al puerto y recibió la solidaridad de amplios sectores de la población. El 18 de septiembre, la policía desalojó la manifestación con tanques lanzadores de agua y gases lacrimógenos. Recordemos: la policía enviada por un gobierno que es el más caciquil y neoliberal de la historia de Italia, presidido por el antiguo jefe del Banco Central Europeo, uno de los hombres que pilotó el estrangulamiento de la sociedad civil griega.
A lo largo de este año, ha sido muy importante el papel de los compañeros que desde el pasado mes de abril han realizado un trabajo político y de investigación militante dentro de la movilización contra el pase. Han contribuido directamente a la formación de la Coordinadora Ciudadana contra el Pase Verde y desde hace meses viven una situación ciertamente contradictoria y difícil de gestionar, pero también tumultuosamente rica y viva. El caso de Trieste es la prueba de que desde el principio había espacios para intervenir, de que era posible comprometerse para que la protesta contra el pase quedara en el lugar correcto al delimitar bien el terreno común.
Por supuesto, cuando la lucha tuvo eco mediático, en Trieste también aparecieron fascistas y gurús de la conspiración del tipo QAnon, también de otras partes de Italia. Estas personas intentaron ganarse un espacio, y los medios de comunicación les ayudaron, entrevistándoles constantemente, aunque no tuvieran ningún peso en la ciudad. Por el momento, parece que su intento de parasitar la lucha ha fracasado.
Esto no significa que en las manis no se escuchen también discursos conspiracionistas y tesis pseudocientíficas. Es natural que esto ocurra.
Habéis escrito que lo que está ocurriendo en Trieste nos ofrece una anticipación de lo que serán las futuras movilizaciones, de los problemas que los movimientos tendrán que afrontar y resolver –si no quieren ser sólo movimientos de «opinión» pusilánimes– en la fase pandémica del tardocapitalismo. ¿Qué queréis decir con esto?
En Europa, y no sólo en Europa, los levantamientos del futuro serán siempre más «impuros» y sorprendentes, al menos en sus primeras etapas. Ya lo vimos en 2018, con ocasión del levantamiento de los Chalecos Amarillos en Francia, y lo será cada vez más a medida que el capital, en una aceleración vertiginosa de su subsunción real, devore cada vez más existencias, precarizando incluso la vida de estratos sociales que antes tenían una situación garantizada. Estos levantamientos se inician en la impureza porque las personas que los protagonizarán no tienen el bagaje de partida que nos gustaría que tuvieran: la memoria de las luchas obreras y los movimientos sociales, una conciencia de clase, una tradición familiar de conflicto social, etc. Pero, paradójicamente, esta ausencia de memoria también les exime de seguir patrones preconstituidos. Esto es algo de que también Toni Negri tuvo una vaga intuición, en una determinada fase de su pensamiento. Lo escribió en un artículo de 1981 titulado Erkenntnistheorie: elogio dell’assenza di memoria.[xii]
Los actores de las próximas oleadas de luchas serán a menudo «biconceptuales»: proletarios (y además precarios) en la nueva condición en la que viven, y burgueses en una mentalidad subsistente. En un primer momento, precisamente bajo el choque de la desclasificación, tratarán de cultivar todavía los valores pequeñoburgueses de antes, los restos de su estatus anterior.
Como dice el lingüista cognitivo Georges Lakoff,[xiii] tenemos que dirigirnos a los «biconceptuales» hablándolos a la parte de su mente que tienen en común con nosotros. Por lo tanto, tendremos que «hablar» con su experiencia de las nuevas condiciones materiales, con lo que viven concretamente, con su rabia contra el sistema. Si no lo hacemos nosotros, lo harán los fascistas y otros reaccionarios, que se dirigirán a la otra parte de su mente, la nostalgia rencorosa de sus privilegios blancos y burgueses.
Las movilizaciones y situaciones de este tipo requieren un mayor esfuerzo de interpretación, imaginación política y paciencia. Sólo con paciencia, y renunciando a la tendencia a categorizar inmediatamente lo que ocurre, podemos esperar generar unas síntesis útiles. La precipitación en los juicios, típica de las redes sociales, es, sin duda alguna, nuestro enemigo.
¿Cómo encaja el pase sanitario en la gestión general de la pandemia en Italia? ¿Cómo se desmonta el discurso del pase verde desde una perspectiva radical?
No es fácil resumir la cuestión para un público no italiano en el espacio de una entrevista.
En septiembre de 2020, se desató una enorme epidemia en la zona más industrializada de Italia, la provincia de Bérgamo, en Lombardía. En la Val Seriana hay cientos de fábricas de diversos tamaños, que emplean a decenas de miles de personas y alimentan el tráfico diario de Bérgamo y su provincia. Los expertos sugirieron inmediatamente el cierre de estas empresas y la declaración del valle como «zona roja», pero la patronal Confindustria presionó a los políticos para que no lo hicieran. El contagio pronto se descontroló y se extendió por toda la conurbación de la Lombardía, donde viven unos ocho millones de personas. El sistema sanitario de Lombardía, devastado por años de recortes y privatizaciones, se derrumbó en pocos días. Desde allí el contagio se extendió a media Italia y también al extranjero.
Llegados a este punto, la clase dirigente, para ocultar sus propias responsabilidades en lo que estaba ocurriendo, puso en marcha una serie de maniobras de distracción, basadas en el más clásico encubrimiento neoliberal, ya utilizado masivamente antes de la pandemia, en lo que se refiere a la biosfera, el clima, la salud: cualquier responsabilidad por el contagio se trasladó a los ciudadanos y a su comportamiento individual. El conjunto de fuertes restricciones convenientemente llamado «confinamiento», además de medidas razonables, contenía otras totalmente desprovistas de sentido. Los lugares con mayor riesgo de contagio (fabricación, centros logísticos y procesamiento de carne y alimentos) permanecieron abiertos, pero se prohibieron y castigaron comportamientos inofensivos como salir de casa para dar un paseo. Los helicópteros de la policía vigilaban las playas, los drones cazaban a los «transgresores» en los bosques y las montañas. Se promovió una inútil y falsa «culpabilización del ciudadano», como la ha llamado el sociólogo Andrea Miconi.
Los que defendieron estas medidas restrictivas «en nombre de la ciencia» han alimentado de hecho los miedos y las creencias anticientíficas. Hoy está demostrado –pero ya se suponía el año pasado– que la contaminación en el exterior es muy difícil. Según todos los estudios, la contaminación con el coronavirus al aire libre oscila entre «altamente improbable» y «casi imposible». Y, sin embargo, todos los chivos expiatorios señalados por el gobierno y los medios de comunicación como culpables de la epidemia eran personas que estaban al aire libre: paseantes, personas que llevaban a sus perros a orinar con demasiada frecuencia, jóvenes que bebían una cerveza en la calle, etc. Sin embargo, los brotes epidémicos de la industria han desaparecido de todo discurso. La apoteosis se alcanzó en 2020 con la obligación de llevar mascarilla en el exterior y el toque de queda a las diez de la noche, medidas que tienen muy poco de científico.
Esta contención selectiva y desequilibrada sólo sirvió para transmitir la idea de que el gobierno estaba «haciendo algo» sin afectar a los intereses de la patronal. Al mismo tiempo, fue una excelente oportunidad para reforzar un capitalismo aún mayor, el de los gigantes del High Tech como Amazon, Google, Facebook…
El pase sanitario amplía –y lleva a un nivel superior– esta política de hacer sentir culpables a los ciudadanos. Es un dispositivo de desempoderamiento por parte del gobierno y de la patronal que alimenta el síndrome del chivo expiatorio. Que hoy en día son los llamados «Antivax». La campaña obsesiva sobre el «peligro antivacunas» es quizá la distracción más importante introducida en la conciencia de los ciudadanos desde el comienzo de esta historia.
No es cierto que el pase sanitario sea necesario para convencer a la gente de que se vacune. Cuando se introdujo el greenpass, la campaña de vacunación ya estaba muy avanzada, con casi un 80% de personas vacunadas. Entre los trabajadores de la escuela, el porcentaje se acerca al 90%. En el sector de la sanidad, fue incluso mayor. Tras dos meses de prórroga continua de la obligatoriedad del pase seguimos en torno a las mismas cifras. Esto no sólo no ha funcionado como incentivo real para la vacunación,[xiv] sino que la arrogancia del gobierno ha endurecido la resistencia. El pase no es solamente una herramienta de propaganda, es una herramienta discriminatoria que castiga a millones de personas que no han cometido ningún acto ilegal (porque la vacuna contra el Covid no es obligatoria) con el aislamiento social o la pérdida del empleo, es una herramienta que permite a los empresarios un control sin precedentes sobre los trabajadores.
Durante estos veinte meses, buena parte de la izquierda «radical» –que a veces parecía más asustada que el italiano medio, salvo que llamaba «altruismo» a su miedo a morir– renunció a criticar la lógica de estas medidas y sólo habló del virus. El virus, el virus, el virus. Por eso fue incapaz de criticar el pase, e incluso lo defendió, adoptando exactamente la misma posición que la patronal, Draghi y toda la clase dirigente. Una clase dirigente que es el auténtico responsable de más de cien mil muertes y de millones de vidas inútilmente desperdiciadas, si no destruidas, económica y psicológicamente.
Por suerte, una parte de la izquierda y de los movimientos sociales ha salido de su larga hipnosis y se ha dado cuenta de la lógica desplegada por el gobierno.
Volviendo a las manifestaciones: «Puede que no todos sean fascistas, pero todos son peligrosos antivacunas y conspiranoicos», la segunda narrativa de la corriente dominante. Y luego los menos entusiasmados dicen: «hay que convencer a la gente, explicarle, animarla a vacunarse y aceptar el pase sanitario». ¿Qué hay de malo en esta línea de razonamiento, aparte del hecho de que mucha gente aún no ha entendido (o pretende no entender) la diferencia entre rechazar la vacuna y rechazar el pase?
Debemos distinguir entre los discursos sobre la vacuna y los discursos sobre la política de vacunas, es decir, sobre cómo se producen, comercializan, legitiman y administran las vacunas anti-Covid. Si no somos capaces de desarrollar un discurso específicamente científico y farmacológico sobre la vacuna, podemos criticar aspectos de la campaña de vacunación. Se trata de una cuestión política. Muchas decisiones no eran en absoluto científicas, sino puramente políticas, y a menudo la lógica era sólo mediática.
Cuando, en Liguria, un adolescente murió de trombosis después de la primera dosis de AstraZeneca, el Comité Técnico Científico del gobierno sugirió utilizar otra vacuna para la segunda dosis: Pfizer o Moderna. Llegaron a decir que la vacuna «heteróloga» era incluso mejor que la otra. Pero si es mejor, ¿por qué no lo hacemos siempre? Poco después, decidieron que la elección de la vacuna a inocular correspondía a los ciudadanos. ¡Como si fueran expertos en inmunología!
Sin embargo, la edad para la vacunación con AstraZeneca se cambió de «menos de 55 años» a «menos de 65 años» y luego a «más de 65 años». ¿Por qué? Porque el ensayo clínico se había realizado en sujetos menores de 55 años, pero luego se vio que en esta franja de edad la vacuna podía tener contraindicaciones –por ejemplo para las mujeres que usan anticonceptivos hormonales– y decidieron aumentar la edad, pero todo esto se hizo de forma improvisada, sin ningún estudio al respecto.
De nuevo: la duración del periodo entre dos inoculaciones de Pfizer pasó de tres a seis semanas, en contra de las recomendaciones de la propia empresa, y luego todo volvió a cambiar: cada región de Italia estableció su propia duración, en este caso de nuevo improvisando. En Campania, pasan 30 días entre las dos dosis, en Toscana 42.
Último ejemplo: al principio el pase era válido durante 270 días (9 meses), luego lo ampliaron a un año. ¿Se ha comprobado que la inmunidad de la vacuna dura más de lo esperado? No. La decisión se tomó para ganar tiempo: en octubre y noviembre, los pases de la mayoría de los trabajadores sanitarios –médicos, enfermeras, personal administrativo y de limpieza, etc.– iban a expirar, y tendrían que ser sustituidos. El resultado habría sido un desastre.
Nosotros nos hemos vacunado pero nos parece comprensible que haya gente que no quiera vacunarse dada la esquizofrenia comunicativa, la prepotencia, el halo de poca fiabilidad que rodea al gobierno fuera de las burbujas burguesas que le dan su consentimiento. Si, con la obligación del pase, el gobierno te ordena que te vacunes, pues de lo contrario te hará la vida imposible, y tú dices: «no, después de todo lo que ha pasado, ya no me fío», podemos entenderlo. Esta desconfianza se basa, entre otras cosas, no sólo en la gestión criminal de la pandemia, sino en general en una realidad que los camaradas convertidos al cientificismo más ciego[xv] han llegado a negar: en una sociedad capitalista, la medicina funciona según lógicas capitalistas. ¿Saca el movimiento antivacunas conclusiones absurdas de esto? Eso es cierto. Pero eso no impide que esta realidad exista.
Hay una crisis de legitimidad de las instituciones, una desconfianza generalizada, un rechazo a creer todo lo que dice la corriente principal. La mitad de la población ya no vota, le importa un bledo participar en el funcionamiento de la maquinaria de los partidos. Por todo ello, no queremos estigmatizar a los que no quieren vacunarse, aunque hayamos decidido lo contrario, y no podemos considerar a esta gente, como a muchos «izquierdistas», más enemigos nuestros que la clase dirigente que nos metió en este lío.
Por supuesto, cuando los antivacunas sueltan chorradas y difunden noticias falsas y fantasías conspirativas, las desmontamos en la medida de lo posible, como en La Q di Qomplotto de Wu Ming 1.[xvi] Lo que no hacemos es unirnos a los que han hecho de los «antivacunas» un chivo expiatorio, no nos unimos a una masacre que sirve para absolver al gobierno y a los jefes.
De nuevo: no hace falta estar en contra de las vacunas para entender un hecho: centrarse en las vacunas como si fueran la llegada de la caballería ha contribuido a suprimir las causas estructurales de la pandemia, su impacto y su gestión bajo el signo de la emergencia. Cuando llegó la vacuna, se dejó de hablar de revertir el desmantelamiento del sistema sanitario, su reorganización en función de las empresas, que lo hacía incapaz de afrontar nada fuera de lo ordinario.
Has citado La Q di Qomplotto, un libro[xvii] en el que uno de vosotros, Wu Ming 1, analiza el conspiracionismo sobre la base de «núcleos de verdad». ¿Puedes explicar brevemente este concepto y cómo se aplica a la situación de pandemia?
Identificamos en la difusión masiva y transversal de las conspiraciones (incluso sobre el tema de las vacunas), la expresión de un malestar, de un descontento, de una conciencia confusa de que la sociedad capitalista es invivible, deshumanizante, alienante. Eso son los «núcleos de verdad», los hay más generales y más específicos.
Incluso QAnon tiene núcleos de verdad: el sistema es realmente monstruoso, el Partido Demócrata de los Estados Unidos realmente sirve a los intereses de una élite repugnante. De estas premisas e intuiciones no ha emanado, con toda coherencia, una conciencia anticapitalista, sino la creencia en una sociedad secreta de vampiros pedófilos satanistas que mantienen esclavizados a millones de niños en la clandestinidad. Esto es un gran problema. Sin embargo, los granos de verdad no desaparecen. QAnon es una alegoría inconsciente y una parodia involuntaria de una crítica al sistema.
Los “núcleos de verdad” son premisas generales, intuiciones truncadas, descontento vago, poca o ninguna elaboración de la ira, del malestar de vivir en una sociedad capitalista. Y si podemos encontrarlos en QAnon, con más razón podemos encontrarlos en los antivax. Son los mismos núcleos a partir de los cuales se han desarrollado excelentes corrientes de crítica a la medicina capitalista, desde Ivan Illich a Basaglia, desde Michel Foucault al SPK alemán,[xviii] desde Félix Guattari a los antipsiquiatras británicos.
El sometimiento de la salud al afán de lucro, la malsana relación entre la medicina y el mercado, la dependencia de la investigación médica y farmacéutica de empresas con alta concentración de capital, la creciente burocratización y despersonalización del tratamiento, la desconfianza en la industria sanitaria tras una larga serie de escándalos… Todos estos son y serán temas que nos son propios, sobre los que se está expresando un descontento que no podremos captar nunca –y, por tanto, no nos podría llevar nunca a caminos más sensibles y fructíferos– si nos negamos a verlo y nos limitamos a tratar como enemigos a quienes expresan este descontento. Actuando de esta manera, nos reduciríamos al papel de guardianes del sistema, defensores del estatus quo. Y dejaríamos el campo libre a los agitadores fascistas.
A todo esto hay que añadir los granos de verdad menos generales, los relativos a la gestión de la pandemia, todas las mentiras vertidas por el gobierno, todo el terror sembrado, toda la información tan altisonante como incoherente que acompañó a la campaña de vacunación.
¿Cómo puede reaccionar una izquierda radical ante la teoría de la conspiración evitando el enfoque arrogante de la criminalización o la burla o la invitación paternalista a la “razón»?
Estamos en contra del enfoque más común del conspiracionismo, un enfoque idealista (en el sentido filosófico de la palabra), liberal, cientificista, etc. Un enfoque en el que desaparecen las contradicciones del sistema, las clases, las relaciones sociales, las relaciones de poder y, en general, la dinámica colectiva. En resumen, se eliminan las condiciones materiales para la conspiración.
Conforme a una clásica «robinsonnade», como las llamaba Marx, en esta narrativa sólo queda el «conspiracionista», un personaje del que se puede burlar sarcásticamente o invitar a la reflexión (o ambas cosas a la vez), pero siempre en el terreno abstracto de la «batalla de ideas». Este es el enfoque que Wu Ming 1 critica duramente en La Q di Qomplotto.
Sólo nuevos movimientos, nuevas concatenaciones colectivas pueden evitar las derivas individuales y luego tribales del conspiracionismo, empezando a luchar de nuevo en solidaridad con las luchas anticapitalistas, para recuperar ese espacio que hemos dejado vacío y que las fantasías conspirativas han llenado.
No es casualidad que comienzan las luchas que tocan lo real, es decir, las que atacan al sistema en su verdadero funcionamiento cuando “se separará el grano de la paja». Lo más probable es que los trabajadores italianos que hicieron huelga, ocuparon y bloquearon los almacenes de logística junto a sus colegas migrantes, y que comprobaron que los migrantes eran los más radicales y decididos, sean hoy menos sensibles a patrañas como «el Gran Reemplazo» y otras fantasías xenófobas.
El resultado del conspiracionismo es desviar el descontento y canalizar las energías que podrían invertirse en verdaderas luchas y transformaciones sociales hacia lugares donde dichas energías se disipan o, peor aún, se utilizan para alimentar proyectos reaccionarios. Por eso, como dice el subtítulo del libro, «las fantasías conspirativas defienden el sistema». Son «narrativas de distracción».[xix] Pero no tendrían éxito si no se construyeran en torno a núcleos de verdad.
Si durante estos años las fantasías conspiracionistas parecen haberse impuesto en muchos espacios, es porque estos espacios han quedado vacíos, pero cuando llegan las verdaderas luchas, la conspiración será destronada. No desaparece (porque nunca lo hace) pero al menos pasa a un segundo plano. Tu fantasía conspiracionista –digamos sobre los reptilianos– la dejas de lado en favor de la experiencia concreta de luchar junto a personas que no quieren oír hablar de reptilianos pero que comparten tu situación, tus intereses, tus objetivos.
Los compañeros que, en medio de mil dificultades, intervienen en las concentraciones del No Pase no parten de una lectura a priori, no piensan que pueden resolverlo todo con frases de Twitter: han empezado a hacer un trabajo político en esta situación, sumergiéndose en la contradicción en lugar de esquivarla.
Lo que intentan estos compañeros es partir del «biconceptualismo» de la gente que lucha con ellos. Tienen algo en común con nosotros: la idea de que el sistema es repugnante, que los relatos dominantes son una mierda, que los costes de la pandemia los soportan los más débiles, etc. Pero hay cosas que los separan de nosotros: las pseudo-explicaciones que se dan a sí mismos, las conclusiones reaccionarias a las que llegan a partir de estas premisas, los chivos expiatorios y los personajes imaginarios a los que atacan (la cábala, los reptilianos, etc.). Tenemos que encontrar la manera de hablar con la intersección entre ellos y nosotros, con la «mitad» de su pensamiento que tenemos en común. De la deriva todo lo demás.. Es como el Tai Chi: las «formas», las largas y complejas secuencias de movimientos, sólo pueden lograrse si la postura de partida es correcta.
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[i] Entrevista realizada para el semanario alemán Jungle World del 25-28 octobre 2021; extraído de Lundimatin, nº 313 del 15/11 https://lundi.am/La-lutte-contre-le-Passe-sanitaire-dans-le-miroir-italien
[ii] En Italia, el pasaporte sanitario se llama Green Pass, en consonancia con el filoamericanismo de la cultura italiana y la consiguiente costumbre de adornar con el prestigio del inglés las malas acciones de la clase dirigente («Job Act» por el equivalente a la «Ley del Trabajo», por ejemplo).
[iii] «Virocentrismo»: «Conjunto de sesgos cognitivos y errores lógicos que distorsionan la percepción de la urgencia de Covid. La primera impresión que se obtuvo fue la de un momento de gran preocupación y miedo: «¡el virus nos va a matar a todos! –persiste y se refuerza: el pensamiento es inexorablemente capturado por el virus y su circulación, cada línea de razonamiento gira en torno a la posibilidad de contagio, y cualquier riesgo fuera de él pasa a un segundo plano.
En el pensamiento virocéntrico:
1. El virus no es el factor desencadenante, sino la causa principal, si no la única, de los problemas que surgen durante la epidemia. El virus es el Enemigo por excelencia y a menudo se describe de forma personalizada, como si estuviera dotado de subjetividad e intenciones malignas;
2. La urgencia de contener el virus prevalece sobre cualquier otra exigencia y derecho y justifica cualquier medida, incluso aquellas cuyo impacto global puede ser más grave que el de la propia epidemia» (de Wu Ming 1, La Q di Qomplotto, Alegre, Roma 2021).
[iv] Post-pandemia: para nosotros esto significa: después del comienzo de la pandemia, no desde su final. La pandemia no ha terminado, pero la forma en que ha sido administrada por los gobiernos y las instituciones internacionales ya ha alterado el contexto en el que se desarrollan las luchas.
[v] En el otoño de 1969 se denominó «Otoño caliente», una oleada de huelgas generales y grandes manifestaciones obreras por la renovación de los contratos de trabajo. Desde entonces, se tiene la impresión de que las luchas sociales pueden estallar después de la pausa estival, cuando los trabajadores y los estudiantes vuelvan de las vacaciones: «Existe el riesgo de un otoño caliente».
[vi] La tendencia a ridiculizar a las personas que se movilizan por primera vez preguntando: «¿Dónde estaba esta gente cuando nos manifestábamos contra esto y aquello?
a. Es una verdad parcial, indebidamente generalizada, ya que en estas concentraciones no sólo hay «primerizos», sino también muchas personas que han participado en luchas anteriores, que ante la pregunta «¿dónde estabas?», podrían responder fácilmente: «Estaba en la calle. Hasta hace un tiempo, tú también estabas allí. ¿Dónde estás ahora?”
b. Es una afirmación de identidad y propiedad: «las manifestaciones son tradicionalmente nuestras, ¡ya estábamos allí antes!», dice la «izquierda buena». Sin embargo, las calles no son de nadie. Excepto para los que las toman. Por lo que respecta a los «buenos izquierdistas», las dejaron vacíos.
c. Es una manifestación de esnobismo ante una movilización sin «pedigrí», ilegible según los parámetros habituales.
d. Es la forma más rápida de rebajar una movilización que enfrenta a la «izquierda buena» con contradicciones que no quiere (ni puede) afrontar.
e. Es una forma de acallar la propia mala conciencia: la adhesión acrítica a la gestión de la pandemia ha empujado a algunas personas a la sumisión total y a la pasividad: «que lo hagan los que nos salvan la vida». Ahora el sujeto pasivo es medianamente consciente de que habría buenas razones para salir a la calle, ya que las políticas de Draghi aumentan la desigualdad, pero es difícil sacudirse dos años de pasividad y miedo, por lo que la «izquierda buena» se guarda rencor a sí misma y a los manifestantes que le recuerdan su pasividad.
[vii] Esta reflexión se encuentra en la Introducción a la colección italiana de los tres libros del Comité Invisible: Comitato Invisibile, L’insurrezione che viene/Ai nostri amici/Adesso, Not, Roma, 2019.
[viii] Ende Gelände [Literalmente: «Terreno final»] es un movimiento alemán más conocido por organizar ocupaciones de minas de carbón. Véase https://www.ende-gelaende.org/es/
[ix] Antideutsche [Antialemanes] es el nombre con el que se conoce convencionalmente a una extraña corriente de la izquierda radical alemana que se distingue por una implacable denuncia del antisemitismo que supuestamente impregna la izquierda y la política alemana en general, apoya incondicionalmente a Israel (con la consiguiente condena de la resistencia palestina) y tiende a apoyar cualquier acción militar contra el «islamismo» y los enemigos de Israel, incluida la invasión estadounidense de Irak en 2003.
[x] La efímera pero perniciosa narración sobre la participación de las Brigadas Rojas en las protestas contra los pasaportes sanitarios se originó en la presencia de Paolo Maurizio Ferrari, un ex miembro de las BR de 76 años, en una gran manifestación en Milán. Los medios de comunicación lo mostraron diciendo: «Miren a este tipo, antes era un terrorista rojo y ahora se manifiesta al lado de los nazis». Por supuesto, Ferrari no estaba junto a ningún nazi, sostenía una pancarta con el lema antifascista por excelencia «Ahora y siempre resistencia».
[xi] De hecho, la oposición de la CGIL al pase sanitario fue sólo verbal. En cuanto a los sindicatos de base, su movilización se mantuvo al margen de la de los manifestantes antipase. En cualquier caso, sus declaraciones jugaron un papel importante a la hora de demostrar que la crítica no era en sí misma «una cosa fascista».
[xii] Artículo publicado en Metropoli, nº 5, junio de 1981 y reimpreso en Fabbriche del soggetto, Ed. Ombre Corte, 2013.
[xiii] Lakoff, que, a diferencia de nosotros, es liberal, utiliza el término «biconceptual» para alguien que es «conservador en algunas cuestiones y progresista en otras, en muchísimas combinaciones posibles». Nos sentimos incómodos con las categorías políticas –especialmente con la de «progresista»– y preferimos vincular el biconceptualismo a la clase, el estatus y las condiciones materiales. En cualquier caso, cualquier reflexión sobre el biconceptualismo en las nuevas movilizaciones impuras debería partir del 4º «punto para futuras luchas» que Paul Torino y Adrian Wohlleben añadieron a su análisis de 2019 «Memes con fuerza – Lecciones de los chalecos amarillos»: «No excluir ideológicamente a los «conservadores» del movimiento, en su lugar popularizar los gestos que su ideología no puede apoyar.»
[xiv] En este sentido, cabe destacar la diferencia con Francia, donde parece que la introducción del pase ha impulsado la tasa de vacunación.
[xv] Utilizamos el término «cientificismo» para indicar, sobre todo, la actitud de quienes apelan a la ciencia como argumento de autoridad, repitiendo que «la Ciencia dice» una determinada cosa, mientras no tienen ni idea de cómo funciona la ciencia, la investigación, el debate interno en la comunidad científica. Para esta gente, «Ciencia» es una palabra vacía, y una de esas pseudo-ideas que el mitólogo Furio Jesi llamaría «ideas sin palabras», es decir, imposibles de explicar, como las típicas de la cultura de derechas (Patria, Espíritu, Naturaleza, etc.). Ni que decir tiene que esta forma de utilizar el término «Ciencia» es lo menos científico que se puede concebir, porque se basa en un acto de fe más o menos enmascarado. Normalmente, un creyente en el cientificismo confunde los resultados provisionales de la investigación científica con las verdades más consolidadas de la ciencia, y atribuye a ambas la misma autoridad indiscutible, mientras que una cosa es un artículo sobre el contagio de positivos asintomáticos en el Covid-19 y otra las leyes de la termodinámica. Un creyente en el cientificismo también está convencido de que no hay límites a la extensión del conocimiento científico y que, en este sentido, la ciencia –siempre en singular– es superior a todas las demás actividades humanas que se esfuerzan por comprender el mundo, por lo que todas ellas deben ajustarse, o reducirse, a la ciencia. En esta última connotación, incluso Henri Bergson utilizó el término «cientificismo», insistiendo en que la ciencia debe seguir siendo «científica», no «cientificista», es decir, «[forrada] de una metafísica inconsciente, que luego se presenta a los ignorantes, o a los semiconocedores, bajo la máscara de la ciencia».
[xvi] https://www.wumingfoundation.com/giap/2021/03/q-di-qomplotto/
[xvii] Se publicará en francés por Editions Lux, en el segundo semestre de 2022, con el título Q de Qomplot.
[xviii] SPK: acrónimo alemán de Colectivo de Pacientes Socialistas. Fundado en Heidelberg en 1968, este grupo se disolvió en 1971. En 1973 se creó un colectivo con el mismo nombre que todavía existe. El texto más famoso del SPK es el libro Aus der Krankheit eine Waffe machen («Hacer de la enfermedad un arma»), publicado por primera vez en 1971 con un prólogo de Jean-Paul Sartre. [Para el Estado español, ver también Espai en Blanc 3-4, La sociedad terapéutica. (n.d.t)]
[xix] Narrativa de distracción: Representación de una situación política o de un problema social que, al centrarse en falsas causas y responsabilidades, o en causas secundarias de poca importancia, aleja la crítica del funcionamiento real y de las contradicciones del capitalismo, proponiendo falsas soluciones centradas a menudo en chivos expiatorios. Una narrativa de distracción retrasa el tratamiento real de los problemas, dispersa las energías y difumina el panorama, empeorando así la situación inicial. Entre las narrativas de distracción que cumplen tales funciones, las fantasías conspirativas son las más comunes.