Mitos fundadores de la psiquiatría

Los mitos fundadores de la psiquiatría son ciertos acontecimientos sin los cuales esta disciplina no existiría o no tendría la forma que tiene hoy en día. Los mitos fundacionales son importantes, porque nos ayudan a observar que las disciplinas necesitan un relato histórico que las sustente. Con este relato sucede lo mismo que con la cultura de la salud mental: los acontecimientos reconocidos como relevantes históricamente se seleccionan según criterios de consenso y no necesariamente de veracidad. Sería muy interesante incluir aquí los mitos de otras disciplinas involucradas, como el trabajo social, la psicología o la enfermería, pero desbordaría las intenciones del marco propuesto para este trabajo. Por tanto, nos centraremos en la psiquiatría.

Hemos visto que, desde su nacimiento en el siglo XV, el ma­nicomio­ convivirá con otras formas de gestión del sufrimiento psíquico, muchas de ellas vinculadas a la Iglesia y otras rela­cionadas­ con el cuidado familiar. No obstante, fue en la Europa del XVIII, durante los inicios de la industrialización en Inglaterra y en la época de la Revolución francesa, cuando el hacinamiento de grandes masas de trabajadores en ciudades ­dormitorio insalubres provocó de nuevo un incremento de sufrimiento psíquico y unas condiciones laborales que disminuían la capacidad de cuidado por parte del entorno familiar. En estas circunstancias, podríamos decir que sucede un segundo gran cambio en las estructuras que atendían al malestar. La aparición de la psiquiatría como disciplina con entidad propia se inserta en este contexto.

La burguesía francesa estrenaba su posición como clase dominante. Impregnada de las ideas de la Ilustración, decidió convertir los manicomios en la opción hegemónica de la atención a la locura. Para eso fue necesario humanizarlos. El mito señala que Philippe Pinel, en el contexto de la Revolución francesa, pidió que se dejase de atar con cadenas a las personas internadas, en lo que se considera el mito fundador de la psiquiatría como disciplina. Esto supuso una mejora de las condiciones de vida de los internos, aunque no necesariamente el fin de las cadenas en su totalidad. En esta época, se inauguraron una buena cantidad de manicomios y la psiquiatría tomó forma dentro de la medicina, con un corpus teórico propio. Hasta entonces, los médicos visitaban los manicomios de tanto en tanto, para asegurar la salud física de los internos y elaborar teorías sobre la locura, en las cuales se basaban prácticas como las purgas y los baños de agua fría. En ese momento, se empieza a profundizar en el conocimiento acerca de la locura y comienzan a realizarse las primeras clasificaciones psicopatológicas, con una cierta sistematización. También se inicia la práctica del tratamiento moral,[1] con la intención de implementar un trato digno.

Sin embargo, la inercia de situar en esos tiempos y de personalizar en Pinel el inicio de una psiquiatría humana han recibido críticas. El mismo investigador entrevistado nos dice al respecto:

[Los mitos fundacionales] juegan un papel de legiti­mación en la historia de la psiquiatría. En el ámbito es­pañol, el jofrismo, como mito fundacional. Y el otro gran  mito fundacional para la psiquiatría francesa, pero también [para la psiquiatría] en general, es la liberación de los locos de sus cadenas. Esos cuadros tan famosos en los que aparece Pinel en la Salpêtrière liberando a las locas de sus cadenas... surge toda una iconografía.[2] Pinel apare­ce como el gran filántropo, respetuoso con los derechos humanos de los pacientes. Esos cuadros están hechos muy a posteriori, son cuadros de la segunda mitad del siglo XIX. Y está por ver si esto realmente fue así. Es verdad que, en el marco de la Revolución francesa, las instituciones que se llamaban «hospital general», como grandes símbolos del absolutismo, del Antiguo Régimen, sufrieron modifi­caciones importantes. Pero la utilización de esa liberación de los locos de sus cadenas constituye un mito fundacio­nal, entre otras cosas porque ese tipo de reformas se pro­ducen en el marco de las revoluciones burguesas que se están llevando a cabo en muchos lugares. Es decir, que ese cambio de actitud en el marco de esos movimientos filant­rópicos en el que está Pinel al mismo tiempo se está dan­do en muchos otros lugares. Es un cambio del Antiguo Régimen al nuevo, no es específico de la psiquiatría.

El tratamiento moral terminaría fracasando, dando lugar hacia la mitad del siglo XIX a un modelo más biologicista:

El tratamiento moral tiene razón de ser bajo una idea psicologicista de la locura, utiliza relaciones basadas en el diálogo [...]. Se actúa sobre las ideas equivocadas, sobre las pasiones desordenadas. A mediados del XIX, los alienistas reconocen que el tratamiento moral ha fracasado. Y esto coincide con un cambio en la conceptualización de la locura. Los alienistas pasan de una concepción más psico­ogicista a una más organicista. Aparece la teoría de la degeneración.[3] Surgen una serie de teorías sobre la locura que la patologizan mucho más y que la hacen mucho más dependiente de lesiones físicas. Por otro lado, empieza también a considerarse incurable. Entonces los manicomios pasan de ser esas instituciones con vocación tera­péutica a convertirse en instituciones más tutelares, más de exclusión para sujetos irrecuperables.

Cruzando el charco, respecto al inicio de la psiquiatría chilena, suelen señalarse asimismo dos mitos.[4] El primero de ellos tiene lugar en 1857, protagonizado por el médico Manuel Antonio Carmona y Carmen Marín, «la Endemoniada de Santiago»: una chica que gritaba obscenidades, convulsionaba, no reaccionaba si le clavaban agujas y hablaba en varios idiomas. El caso se convirtió, literalmente, en un espectáculo, puesto que cuando padecía los episodios en los que se encontraba más alterada, varias decenas de personas se agolpaban para verla. Este asunto se ha considerado determinante en el debate central que se pro­dujo en aquella época: la locura como enfermedad biológica o como posesión demoníaca. Manuel Antonio Carmona fue con­siderado un firme defensor de la postura biológica y, como tal, se habla de él como el iniciador de una concepción científica de la psiquiatría chilena. En realidad, este médico era muy conservador y religioso; la mayor parte de sus argumentos tenían que ver con deseos sexuales reprimidos (lo argumentó antes que Freud) y con problemáticas del alma humana, más que con cuestiones biológicas. Pero todo esto se ha obviado, precisamen­te porque es un mito fundador y, al igual que a Pinel, no se le atribuye lo que fue real, sino lo que es necesario.

El segundo mito tiene lugar en 1860, cuando Orélie­ Antoine de Tounens, un abogado francés, viaja a Chile y empieza a reunirse con los líderes de varias comunidades mapuches. Les plantea que hay que levantarse contra el Gobierno chileno, que, tras la victoria, él se erigirá en rey de la Araucanía y que gobernará sobre el pueblo mapuche. Llegó a publicar en el diario El Mercurio un «Decreto de establecimiento del Reino de Araucanía y Patagonia». Es interesante hacer notar que los mapuches habían reunido un ejército de varios miles de guerreros y que estaban dispuestos tanto a llevar a cabo el levantamiento como a nombrar rey a este abogado que, a primera vista, no tenía nada que ver con ellos. Pero Orélie es traicionado por unos amigos poco antes de la sublevación, es detenido y, en su confesión, señala que su profesión era la de rey de la Araucanía. Tras un intenso debate, y la opinión de varios médicos, fue considerado loco; en concreto, monomaníaco (actualmente, se le habría denominado «delirante»). Fue devuelto a Francia y murió en 1874 tras volver clandestinamente a Chile en varias ocasiones, tratando de alzar en rebelión a las comunidades mapuches. Orélie funciona como mito fundador, porque el debate intentaba dirimir si se trataba de un delincuente, de un loco o de las dos cosas al mismo tiempo. Y, si este era el caso, si la locura eximía de responsabilidad o no sobre sus actos delictivos. No es una cuestión secundaria, en su momento fue central para los inicios de la psiquiatría en general. Si de este debate hubiese resultado vencedora la opinión de que la locura no exime en nada a la persona, esta disciplina sería hoy muy distinta. El mito de rey de la Araucanía refleja este debate en Chile, aunque se estaba dando asimismo en diferentes países.[5]

Ambos casos se consideran mitos fundadores de la psiquiaría en Chile. El caso de la Endemoniada de Santiago marca simbólicamente el fin de las concepciones religiosas de la locura y el inicio de lo objetivo y lo científico. El caso del rey de la Araucanía trazará las fronteras entre locura y delincuencia, psiquiatra y juez, manicomio y cárcel. En Europa, este tipo de debates también se estaban dando, aunque el mito de Pinel es sin duda el más conocido y su influencia se extiende a todos los lugares en los que está presente la psiquiatría. Lo que tienen en común los tres ejemplos no es su fama, sino su importancia como momento bisagra. Permiten articular un itinerario histórico en el que las ideas humanistas y científicas aparecen de manera ordenada, siguiendo una lógica. Por supuesto, esto no fue así. Las perspectivas chocaban entre sí y sus protagonistas se involucraban en luchas de poder. Estos casos también son relevantes por su carácter mitológico, en el sentido de que proporcionan una lógica justificatoria: la psiquiatría se origina en un acto de humanidad que, como en el ejemplo de Pinel, prohíbe las cadenas. Como hemos visto en el capítulo anterior, la cultura de lo mental fue ampliamente influenciada por una psiquiatría francesa que se inicia en un contexto posrevolucionario muy complejo, el cual juega un papel con múltiples aristas y que es difícil de reducir a algo «bueno» o «malo». El mito de Pinel permite descontextualizar el famoso gesto y lo convierte en un acto deseable en sí mismo, sin precedentes ni consecuencias a largo plazo. El jofrismo, que hemos mencionado anteriormente, cumpliría una función similar en el ámbito español. Por su parte, los mitos de Chile sirven para ejemplificar que la psiquiatría es una ciencia. Obvian, como hemos comentado, la situación del pueblo mapuche, las tendencias religiosas de un médico o las circunstancias de las mujeres en esa época. Son acontecimientos históricos explicados sin atender a la coyuntura política y social; excepcionalmente buenos, con personajes intachables y conclusiones cerradas. Muchas de las percepciones que se tienen sobre las disciplinas psi están basadas en un determinado relato histórico, contado de una determinada manera e interpretado de una forma concreta. Los mitos fundadores no suelen considerarse mitos, sino hechos históricos. Y, al ocultar la compleja interacción de hechos históricos del pasado, se enmascara, a su vez, la también compleja interacción de los del presente. Esta es su función última.

Notas:

[1] A grandes rasgos, el tratamiento moral consistió en humanizar el trato a las per­ sonas internadas. Se promovían actividades manuales y físicas para mante­ner­­ las ocupadas, se fomentaban las amistades, se prohibieron las cadenas, se tuvieron­ en cuenta la higiene y la nutrición, etc.

[2] El más conocido de estos cuadros es de 1876 y fue pintado por Robert Fleury.

[3] La teoría de la degeneración fue propuesta por Bénédict Augustin Morel y postulaba que el origen de la locura era la degeneración, tanto física como moral. Este señaló el alcohol como uno de los principales causantes de la degeneración, pero también la insalubridad de las fábricas, las condiciones climáticas o las enfermedades. La de­ generación se heredaba y, tras cuatro generaciones, se volvía incurable. Según Mo­rel, esta es la razón por la que el tratamiento moral no funcionaba.

[4] Ignacio Álvarez: «El Rey de la Araucanía y la Endemoniada de Santiago. Aportes para una historia de la locura en el Chile del siglo XIX», Persona y Sociedad, 2006, pp. 105-124.

[5] Rafael Huertas: «Locos, criminales y psiquiatras. La construcción de un modelo (médico) de delincuencia», en Otra historia para otra psiquiatría, Xoroi Edicions, Barcelona, 2016, pp. 173-210.

* El texto que acabas de leer es un capítulo del libro «Pájaros en la cabeza» editado por virus editorial