Seguridad revolucionaria: hacia una mirada estrábica de la (in)seguridad

Seguridad revolucionaria: hacia una mirada estrábica de la (in)seguridad

 

Entrevista publicada originalmente en la revista libertaria El Pèsol Negre num.75

El debate político entorno a la seguridad es una de las principales armas de las que disponen las fuerzas reaccionarias para arañar votos y ganar terreno ideológico. En una carrera para ver quién la dice más gorda, las derechas se sienten cómodas en un debate en el que plantean respuestas simples a problemáticas complejas. Centrándose meramente en la respuesta policial y judicial, pretenden verter cada vez más personas a la marginalidad penitenciaria obviando las causas estructurales de la criminalidad.

Se dice que cada texto sin contexto es un pretexto. Cada noticia que habla de seguridad suele ser un voto por la derecha. Cada noticia que asocia colectivos enteros con la generación de inseguridad, bien podría ser un voto por la extrema derecha. La responsabilidad (o irresponsabilidad) de los grandes medios de comunicación en generar un clima de paranoia securitaria es digno de resaltar. Muchos de los que actualmente se lamentan de la eclosión de Vox fueron los que avivaron las banderas de una supuesta crisis de inseguridad con el fin de desgastar posiciones políticas y opciones partidistas incómodas para el establishment. Y es que en el mundo neoliberal de la comunicación lo que importa es la cantidad de clics y la mayoría parece apostar por el morbo en lugar de los análisis y reportajes en profundidad que exigirían una lectura pausada y reflexiva en la era de la sobreinformación.

Además de los discursos políticos y mediáticos, quedamos constantemente avasallados por empresas que se lucran con los miedos de otros. La ofensiva contra la pobreza abocada a la okupación del pasado verano, es un ejemplo fehaciente de cómo se incrementan los temores por el beneficio económico de bancos, lobbies inmobiliarios y rentistas, que cada vez con más perseverancia han ido construyendo un relato que culpabiliza a aquellas que no se vierten a la neurosis colectiva: de este modo, no poner una alarma en casa significa no preocuparse por la familia. Y cualquier crimen es utilizado para recalcar este terror a ser robada, a ser atracado, a que te ocupa el piso, …

No nos puede vencer el discurso del miedo. Hale estudió el impacto de la delincuencia no sólo sobre "la víctima", sino sobre todas aquellas personas que se podrían sentir víctimas potenciales desde su subjetividad, advirtiendo que puede producir un temor que modifica las relaciones sociales y los hábitos de las personas con nefastas consecuencias colectivas: (1) fracturando el sentimiento de comunidad y transformando algunos lugares públicos en áreas prohibidas (2) promoviendo que los ciudadanos más ricos se trasladen a ciertos barrios y incrementando las brechas sociales entre clases (3) favoreciendo la aparición de actitudes punitivas y excluyentes con determinadas minorías (4) llevando a que los ciudadanos legitimen en mayor medida la reducción de sus libertades personales a cambio de mayor seguridad (5) teniendo efectos psicológicos en las personas a las que afecta en mayor medida (6) modificando los hábitos de las personas, haciéndoles estar más tiempo encerradas en casa, disminuyendo la vida en comunidad y debilitando los vínculos sociales.

Ante la imposibilidad de generar nuevas propuestas, desde la izquierda institucional se ha optado por dar una respuesta similar a la ofrecida por la derecha en cuestiones de seguridad. La mano dura contra la delincuencia ha sido bandera también de gobiernos progresistas que dejándose llevar por el impacto mediático se han visto arrastradas o han optado por posturas supuestamente antagónicas a su filiación ideológica para mostrarse como garantes de orden. Y es que si por poner algunos ejemplos el derecho al aborto o los derechos para las personas con disidencias sexuales y de género parecen ser relatos que la izquierda está ganando, en materia de seguridad son las derechas las que marcan tendencia.

Es de vital urgencia seguir articulando discursos y generar prácticas políticas que desde proyectos y perspectivas revolucionarias vayan planteando alternativas a una concepción conservadora y monolítica de la seguridad. Queda mucho por hacer: en la construcción de referentes, otros imaginarios posibles, de relatos consistentes, de ideas-fuerza que vayan agrietando miedos, mitos y modelos que entienden la seguridad como una excusa para mantener los privilegios y las segregaciones y por tanto perpetuar las desigualdades sociales. Con este artículo pretendemos seguir contribuyendo a generar un debate tan necesario como inacabado, todo refutando algunos de los mitos preconcebidos extendidos.

Las calles son peligrosas

Hay un consenso dentro de la criminología en afirmar que el temor de las personas a ser víctimas de un delito muchas veces no se corresponde con las posibilidades reales de padecerlo. O lo que vendría a decir lo mismo: a menudo no hay una correspondencia directa entre el aumento de los delitos y la percepción de inseguridad. ¿Qué factores influirían al hacer aumentar o disminuir este temor?

Las teorías provenientes de la ecología urbana de la escuela de Chicago relacionan el miedo al delito con las características ambientales. De estas elucubraciones beben la teoría de las ventanas rotas de Wilson y Kelling que defienden que si un edificio tiene un cristal roto, aumenta la probabilidad de que se produzcan más actos vandálicos en la zona. O la teoría de las incivilidades que afirma que tanto este deterioro físico de los barrios como la presencia de "grupos con comportamientos antisociales" pueden hacer aumentar la sensación de inseguridad. Cabe decir que cuando se habla de estos grupos se hace referencia a todo un compendio de actitudes y realidades sociales diversas, muchas de ellas no delictivas tales como el alcoholismo en las calles, las bandas urbanas, el trabajo sexual, la mendicidad , ...

En otra línea, algunas investigaciones como la teoría de la percepción de la vulnerabilidad afirman que aquellas personas con menos recursos para defenderse (sean físicos, socioeconómicos o que se perciban a sí mismas como altamente indefensas) experimentarían más miedo que el resto de la población a ser victimizadas.

Subsanando estas perspectivas, autores como Samson constatan que la percepción del desorden es una construcción social que varía en función de las condiciones del barrio. Y que por lo tanto no es ni la presencia del desorden ni la percepción de vulnerabilidad en sí misma, sino la existencia de factores que debilitan la comunidad y la cohesión social el que puede incidir más a la hora de explicar el miedo a la delincuencia. Así pues aquellas personas que viven en barrios con más lazos comunitarios experimentarían menos niveles de miedo. El individualismo y el aislamiento social no favorece a que nos sentimos seguras.

Cada discurso que hable de inseguridad, debe ir acompañado de la necesidad de intensificar el tejido social y la vida en el espacio común.

Si se hubiera quedado en casa esto no habría pasado

La concepción tradicional de la seguridad siempre es enemiga de las libertades. Nerea Barjola ha hablado mucho clarividentemente como el caso Alcàsser se utilizó ampliamente para generar un estado de terror sexual entre las mujeres con el fin de poner fin a todas las conquistas de libertades que iban alcanzando. En un relato entre patriarcal, moralista y jugoso hubo un discurso hegemónico que tergiversan los hechos y señaló a las niñas de Alcàsser como irresponsables por haber ido de fiesta y hacer autostop. En contraposición a las malas mujeres que viven la vida como ellas quieren ejerciendo la libertad, el relato oficial plantea el ámbito privado (la familia) como espacio de seguridad. A pesar de todos los abusos, maltratos y asesinatos patriarcales que se dan entre las 4 paredes de los hogares.

Otro ejemplo concreto de cómo los discursos de seguridad suponen el recorte del ejercicio de libertades es con las criaturas. La difusión mediática de cada incidente ha facilitado un sobre proteccionismo que hace que cada vez sea más difícil que vayan solas por la calle. El pedagogo Francesco Tonucci advierte en una entrevista a Crític que debido al alarmismo, es la época que los niños de Italia tienen menos tasas de autonomía a pesar de que la criminalidad y los accidentes se hayan reducido drásticamente. Señala que los lugares más peligrosos para los niños son la casa debido a la violencia intrafamiliar y el coche de los padres a causa de los accidentes. Y va más allá, defendiendo que una ciudad con criaturas solas por la calle es una ciudad más segura para todas, porque entonces nos correspondería a todos los adultos estar atentos y hacernos cargo de lo que pueda pasar. "Lo que se debería conseguir", dice "es más seguridad a través de la presencia de niños en la calle, y no a través de su ausencia".

Si aumentamos las penas estaremos más seguros

A pesar de que la criminalística ofrece una falta total de evidencias que demuestren que en buena parte de delitos una mayor punitividad suponga una reducción de la criminalidad, el populismo punitivo se ha hecho un hueco decretando a golpe de titular. Avivado por un bombardeo mediático avezado al sensacionalismo, parece que siempre sean "las víctimas" las que dicten sentencia. Y no sólo eso: sino que se presupone que el que tienen que querer y lo que deben sentir estas víctimas es sed de venganza enmascarada de justicia. Es así como en España hemos llegado a la dramática situación que a pesar de tener uno de los índices más bajos de criminalidad de los países europeos, sigue teniendo una de las tasas de encarcelamientos más elevada. Un aumento de las penas sólo significa un aumento de la cantidad de dolor que generamos.

Dentro de esta dinámica punitivista y securitaria incluso los movimientos sociales hemos caído en la trampa. Hemos visto como esfuerzos dedicados a exigir nuevos delitos como el de odio supuestamente encaminados a defender vulnerables, nos han vuelto como un boomerang persiguiendo las voces disidentes y contestatarias; como los esfuerzos que se ponían a luchar para conseguir que no haya ninguna agresión, violación o muerte más por culpa de la violencia patriarcal se aprovechaban para pedir el alargamiento de las penas. Hay que ser cuidadosos con el enfoque de algunas luchas teniendo en cuenta la teoría del desprendimiento: si se piden medidas punitivas para un caso concreto por su supuesta excepcionalidad, es muy fácil que estas mismas medidas se acaben extendiendo y aplicando en otros contextos y sin esta excepcionalidad.

Con más policías en las calles, acabaremos con la inseguridad

La policía es la garante de un orden establecido injusto. Apostar por la vía policial es perpetuar un montón de violencias sistémicas que meramente contemplan la perspectiva del derecho penal de autor: sólo se tiene en cuenta el delito sin tener en cuenta las causas que lo han provocado. No se va a la raíz del problema. Al contrario, una vez se detiene o encarcela el "delincuente" se crea la falsa idea del restablecimiento como si en la normalidad todo fuera como la seda y el problema fueran personas concretas inadaptadas.

Además, en demasiadas ocasiones apostar por la vía policial en lugar de facilitar la convivencia la dificulta porque rompe con el tejido social.

Que con más policía aumenta la seguridad plantea la duda de: ¿seguridad para quién? En muchos de los barrios populares la aparición de la policía en lugar de generar sensación de seguridad genera sensación de peligro. Para aquellas que no tienen papeles, las que viven de la economía informal, las personas racializadas, las que realizan trabajos sexuales, las que reciclan, las que no tienen dinero para pagar el metro, las que piden limosna, las que viven en la calle , las que se manifiestan, las que cortan calles, las que paran desahucios, las que okupan casas o las que optan por vender pequeñas cantidades de droga para poner algunos ejemplos, la llegada de la policía muy posiblemente generará miedo, odio o al menos desconfianza .

 

Las calles están llenas de ladrones

El historiador Tony Judt advirtió que "cuando hayamos vendido todo lo que tenemos en común, sólo nos quedará defender nuestras propiedades a tiros". Hacen falta más análisis que resitúen la desposesión del neoliberalismo como generador de inseguridades. El problema no es que haya delincuentes, es que haya gente que se vea abocada a delinquir. Y si la gente se ve obligada a delinquir es principalmente porque se les ha negado el acceso a los medios de producción o a algún tipo de renta. Debemos refocalizar quienes son los principales ladrones: los que evaden impuestos, los que privatizan cada vez más servicios públicos, los que se enriquecen con la corrupción, los que explotan a sus trabajadores, los que se enriquecen con la vivienda, ... Son los principales generadores de inseguridad. Porque seguridad es saber que no te echarán de casa. Seguridad es poder tener un trabajo digno. Seguridad es no sufrir para llegar a fin de mes. Seguridad es el acceso garantizado a la sanidad y la educación. Seguridad es poder moverte libremente por las fronteras creadas artificialmente.

 

Perspectivas y modelos alternativos a la seguridad ciudadana

Hasta aquí hemos hecho una aproximación sobre cuáles son algunas de las características que podría tener una seguridad desde una perspectiva revolucionaria. Debería apostar por fortalecer el tejido social para que juntas nos sentimos más seguras. Debería preocuparse por conquistar cada vez más espacios de libertad contra el recogimiento del hogar. Debería evitar recurrir al aparato punitivo porque en lugar de solucionar el problema añade más sufrimiento al sufrimiento. Debería rehuir del modelo policial porque perpetúa las desigualdades y rompe el tejido social. Debería tener una perspectiva de clase señalando los principales ladrones.

Para repensar otros modelos de seguridad, pero debemos tener en cuenta el modelo de seguridad preponderante: la seguridad ciudadana. Este modelo es el que ha defendido siempre el liberalismo partiendo de una de sus máximas, el contrato social: los individuos (convertidos en ciudadanos) entregan su libertad a cambio de que el estado se haga cargo de su seguridad. Tal y como se han encargado de analizar múltiples disciplinas y teorías políticas, el estado no es un ente neutro, sino que defiende los intereses de las élites y entiende la seguridad como mantenimiento del statu quo, atentando por acción u omisión contra las vidas de partes sustanciales de la población.

Un concepto que intenta alargar la visión reduccionista de la seguridad ciudadana es el concepto de seguridad humana, que incorpora los abusos por parte del estado a las personas y entiende que universalizar derechos y libertades es una de las mejores maneras de conseguir seguridad para a un mayor número de gente.

Para agrietar el modelo de seguridad ciudadana del liberalismo también podemos contraponer las miradas de la perspectiva feminista, que defiende que en una sociedad patriarcal como la nuestra, las experiencias y vivencias de cómo perciben las personas socializadas como mujeres y hombres del espacio público varía, y que hoy en día predomina la visión de seguridad de la masculinidad dominante por encima de todas las demás. O las teorías decoloniales (entre otras), que opinan que el sujeto hegemónico sobre el que vehicula el actual modelo de seguridad es el de las personas blancas.

También podríamos añadir las aportaciones de las perspectivas abolicionistas que plantean la despenalización de conductas tipificadas como delictivas enmarcándose en nuevos parámetros de regulación no punitivos.

Pero quizás los modelos que suponen un verdadero revulsivo son los modelos de seguridad comunitaria, producidos en lugares donde hay un alto grado de autonomía hacia el estado y un fuerte sentimiento de comunidad. Aparte del énfasis puesto en la prevención de la educación, estos modelos entienden que un conflicto entre dos partes nunca es un asunto sólo de estos individuos como si fueran aislables del resto, sino que provienen y afectan a toda la comunidad . Busca por tanto la corresponsabilización, la mediación de conflictos y la búsqueda de medidas de justicia restitutiva.

 

¿Cómo hacemos frente a la inseguridad aquí y ahora?

Por si no he puesto suficiente énfasis, la principal intención del artículo es defender que si la percepción de inseguridad es una de las principales preocupaciones sociales y hegemónicamente se asocia inseguridad con criminalidad, debemos plantear también alternativas factibles y tangibles más allá de ofrecer relatos (necesarios) que sitúan el crimen y la delincuencia en un producto de las actuales desigualdades económicas y sociales.

Sino, en algunos lugares (y sin ser querer ser alarmistas) puede que el modelo punitivo actual de seguridad ciudadana se añadan realidades como la aparición de patrullas ciudadanas de la derecha que de momento aparece tímidamente, pero empieza a tener éxito. O que se extiendan las empresas como Desokupa en otros ámbitos.

Ya sabemos que tenemos que cambiar la realidad material de la mayoría de la población porque es primordial y ayuda a resolver muchos dramas, sí. Pero esto no es suficiente para acabar con todos los problemas que genera el capitalismo. Y mientras no se produce este cambio tan anhelado continúan muchos miedos y odios incrementados a conciencia por las élites.

Y es en el terreno pantanoso de las propuestas concretas donde surgen muchas preguntas sin respuesta:

¿En lugares donde haya noticias y problemas recurrentes de seguridad ciudadana hay que plantearse intervenir de algún modo?¿O simplemente debemos contrarrestar los discursos alegando que tenemos problemas más graves? ¿Debemos acabar con las actividades delincuenciales que creemos que perjudican gravemente a la población? ¿O las debemos situar políticamente y mirar que se dirijan contra las élites? ¿Cómo se consigue esto? ¿Qué hacemos con las mafias que se enriquecen con las okupaciones de los pisos abandonados, por poner un ejemplo? ¿Cambiamos el urbanismo de algunos lugares para hacerlo espacios más seguros para todas? ¿Cómo construimos narrativas que nos permitan vivir con seguridad y libertad sin reforzar el aparato represivo? ¿Queremos que se robe en los barrios populares? ¿Qué alternativas podemos ofrecer para aquellas que quieren dejar las actividades delictivas? ¿Podemos crear bolsas de trabajo desde los sindicatos? ¿Escuelas Populares para aprender oficios? ¿O debemos exigir más formación gratuita a la administración? ¿Y crear comités de resolución de conflictos desde el apoyo mutuo en nuestros barrios? ¿Podemos hacer algún tipo de acompañamiento psicológico o social a las víctimas de delitos que lo necesiten? ¿Y a los colectivos estructuralmente más vulnerables o a la población que tenga una autopercepción de vulnerabilidad? ¿Se pueden potenciar de alguna manera medidas restitutivas?

Desviar la mirada sobre una cuestión tan primordial como la seguridad o ofrecer una mirada estrábica sobre la actual concepción monolítica conservadora. Esta es la cuestión.

 

Experiencias y casos

Tanto dentro de los espacios alternativos como dentro del tejido asociativo es digno de resaltar la cantidad de ejemplos que encontramos que han representado un paliativo para frenar los discursos securitarios, centrándose sobre todo en la prevención, la mediación, pero también en la confrontación. Hemos seleccionado algunos de ellos que para nosotros son territorialmente más cercanos y / o plantean algún punto de vista original, interesante o controvertido.

 

Para empezar a Manresa tenemos el ejemplo del barrio de las Escodines donde debido a la violación múltiple en un piso de la calle Aiguader surgieron voces racistas alarmistas y aporófobas. Con el fin de frenarlas, algunas vecinas optaron por realizar un conjunto de actividades en el espacio público encaminadas a reforzar el conocimiento recíproco. También en Manresa podríamos hablar de los esfuerzos de mediación de la Escola Popular de Joves Al Qowa o la Asociación de Mujeres Al-Nour en el barrio de Valldaura que el Ayuntamiento dificultó con un desalojo exprés de una vivienda ocupada.

Siguiendo y por proximidad geográfica, en el barrio del Raval de Barcelona, ​​al problema de la gentrificación se le ha sumado el problema de los narcopisos que aparte de generar adicciones, también producen mal ambiente y conflictos. Aunque en un primer momento la respuesta vecinal exigía más presencia policial como opción, hubo la capacidad de revertir la situación. Desde los colectivos del barrio, se optó por okupar pisos abandonados por los fondos buitres que habían servido de narco-pisos y fueron a vivir familias necesitadas de alternativa habitacional. Una inteligente forma de cambiar una mirada que primeramente señalaba los pequeños traficantes (que al fin y al cabo son los responsables más vulnerables de la degradación del barrio) para aquellos que realmente están destruyendo el tejido social haciendo negocio con la vivienda.

Un ejemplo más lejano, y de forma más diferenciada, en el Barrio de Exarchia de Grecia, la droga se ha extendido de forma inconmensurable aprovechándose de la autonomía relativa generada por la constelación de colectivos libertarios y alternativos. La crisis matrioshka ha hecho estragos en el país heleno y cada vez más personas encuentra en las drogas una forma de refugiarse, convirtiéndose en un verdadero problema social. Además, algunos de los traficantes del barrio, ejercen al mismo tiempo de confidentes de la policía generando sospechas de la posible connivencia estatal con el tráfico. La apuesta de los colectivos de los últimos años ha sido la confrontativa, optando por realizar campañas específicas contra el tráfico de drogas recurriendo incluso a la violencia contra algunos de los camellos. A pesar de las reservas que nos puede plantear esta opción, deberíamos tener en cuenta precedentes políticos con similitudes como el barrio Christania de Copenhague que acabaron perdiendo mucha de su esencia por culpa del aprovechamiento de los traficantes de su autonomía.

Por otra parte, en Estados Unidos han emergido con fuerza campañas abolicionistas impulsadas por desfinanciar la policía e invertir ese dinero en sanidad, educación o vivienda, llegándose a aprobar leyes expresas en ciudades como Los Ángeles que irían en esta línea.

Por último, queríamos exponer brevemente cómo gestionan la seguridad en lugares donde se han producido procesos revolucionarios que han conseguido el control territorial de facto con altos grados de autonomía.

En el Kurdistán sirio, al norte y este de Siria, se vive desde el año 2011 un proceso revolucionario que detrás de la denominación de Confederalismo Democrático tiene como ejes fundamentales la liberación de la mujer, la ecología y el comunalismo. En el Kurdistán sirio también hay policía, aunque tiene unas intenciones diametralmente opuestas a las de reprimir al pueblo y defender los intereses de los poderosos: son las encargadas de defender la población. Se entiende que la policía no debe estar separada de la sociedad y por ello está conformada por gente de todas las edades. Además, existe el cuerpo formado sólo por mujeres Asayish Jin que aparte de llevar a cabo tareas de protección en general, se encarga de desarrollar las funciones y las actuaciones en los casos de violencia de género. Otra cosa que diferencia enormemente el modelo policial de Kurdistán sirio del modelo policial hegemónico es que tiene como objetivo último desaparecer apostando por la formación de la población para que ellos mismos se puedan defender. Otro factor a destacar, es que en cada comuna hay una comisión encargada de resolver los conflictos que puedan surgir entre la sociedad. Gracias a esta comisión, se calcula que 2/3 partes de los conflictos que antes pasaban por el sistema ordinario de justicia se pueden resolver sin necesidad de recurrir al sistema judicial.

Cambiando de continente, México es el ejemplo perfecto de cómo la ausencia de estado puede suponer un cambio social hacia un modelo mucho más fratricida o hacia un mucho más autogestionario y horizontal en función de los actores que estén más organizados. El municipio de 20.000 habitantes de Cherán es un rara avis de cómo la problemática de la inseguridad acaba cristalizando en un cambio social hacia la izquierda. En este municipio mexicano, había antes del 2011 mucha presencia de un narcotráfico que relacionado con la industria maderera, robaba, asesinaba y violaba con total impunidad. Habiendo convivencia de algunos actores estatales con esta mafia, las mujeres del municipio se plantaron conduciendo a una insurrección que acabó con el control del municipio por parte de sus habitantes. Optaron por un modelo organizativo de acuerdo con los usos y costumbres, conectando con su pasado indígena y crearon la Ronda Comunitaria como modo de autoprotección para velar por su seguridad. Los miembros de esta Ronda son elegidos por el resto de vecinas teniendo en cuenta su honestidad y compromiso con el pueblo por un período de 3 años.

Encontrado en Alasbarricadas