Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo
El año 2020 fue vivido y será recordado como el año de la pandemia. Para la inmensa mayoría de la humanidad la lucha contra el coronavirus ocupó casi todas las energías psíquicas y materiales, absorbió una enorme cantidad de los recursos estatales y privados, trastornó la vida de casi todas las personas y ocupó sin competencias la atención de los medios de comunicación. Durante meses vivimos en un clima apocalíptico: la muerte instalada en las pantallas, el miedo convertido en una especie de obligación moral, el pánico asomando en las miradas. Durante meses vivimos en una perenne sensación de catástrofe, histeria y angustia existencial, con miles de millones de personas confinadas en sus casas: algo nunca antes visto. Ni siquiera las dos grandes guerras mal llamadas mundiales afectaron a tantos países ni cerraron tantas fronteras. En 1942, cientos de millones de personas ignoraban por completo que las potencias industriales estaban propinándose mutuamente matanzas inauditas, y otras tantas tenían un vago conocimiento de las mismas, sin que ello las afectara mayormente, las ocupara o las preocupara.
La crisis del coronavirus fue diferente: sólo un estricto ermitaño podía llegar a ignorar su existencia, y su impacto afectó en mayor o menor medida a la inmensa mayoría de los habitantes del planeta. De China a Canadá, de Chile a Senegal, de Andorra a Vietnam, de Sudáfrica a Islandia, millones de personas vieron sus vidas fuertemente afectadas. No hizo falta afirmar que la humanidad afrontaba una catástrofe inaudita o la más peligrosa de las pandemias jamás vividas (algo que, de haberse afirmado, habría sido fácilmente refutado), porque se consiguió que, sin decirlo, la mayoría de la población de todo el mundo se sintiera amenazada por un germen como nunca antes*.
La pandemia de la covid-19 que asola nuestras vidas (en gran medida por las medidas adoptadas para su control) hizo su aparición en diciembre del 2019, aunque es probable que el virus circulara ya en meses anteriores en China, y no es descartable que también en otros países. En un inicio fue acogida mayormente con actitud expectante. Fiascos previos como la gripe A del 2009, o la falsa alarma desencadenada por el SARS en el 2003, no inducían a repetir una vez más escenas de pánico injustificado. En los dos casos precedentes, a pesar de los anuncios premonitorios de que estábamos a las puertas de una descomunal epidemia mortal que podía extenderse por todo el planeta, a la postre no sucedió nada: la gripe A de 2009 provocó menos de 20.000 decesos en todo el mundo, en tanto que el SARS causó unos 800 en 2003. Pero la actitud de relativa prudencia en los primeros dos meses dio lugar a una alarma creciente conforme se asistía a su evolución en China, con miles de afectados e ingresados, cientos de víctimas mortales y, sobre todo, drásticas medidas de confinamiento domiciliario y paralización de la vida económica y social. Una alarma que se disparó hasta límites inesperados con la difusión en Italia y los primeros casos en otros países europeos.
En cuestión de quince días la situación evolucionó a histeria y pánico generalizado. Uno tras otros los países europeos fueron adoptando un discurso cada vez más dramático que se acompañó de medidas en la línea que China había adoptado previamente y que parecían contener la epidemia en la provincia de Wuhan. En pocos días les seguirían la mayor parte de los gobiernos del resto del mundo. El giro de los gobiernos desde una posición de actuar en función de la evolución de la epidemia en su país, a una línea de actuación que se basaba en un escenario de difusión sin control, de incontables víctimas y desbordamiento de servicios de salud (en la mayoría de los casos no confirmado por los datos posteriores), se fundó en la sensación de pánico motivada por el temor a lo desconocido e incentivada por pronósticos catastróficos formulados por modelizaciones matemáticas que, a la postre, se revelaron erradas. Prevenir a cualquier precio un desastre terrible parecía casi de sentido común. Se impuso la actuación urgente, sin medir o evaluar consecuencias futuras.
Insistimos: lo dicho no significa que infravaloremos esta epidemia global, cuya gravedad no es despreciable. Sin embargo, sobre todo en los primeros momentos, su letalidad fue sobrestimada. Esto tiene una importancia capital, dado que las medidas no farmacológicas adoptadas por una gran cantidad de países supuestamente se basaban en este dato «duro». Sin embargo, como veremos, se fundaban más bien en un clima de temor cuyo fundamento excedía a los datos, pruebas e indicios. Cuando un cúmulo imponente de investigaciones demostró que la letalidad del nuevo virus no era a fin de cuentas tan grande, siendo capaz de generar un problema sanitario considerable, pero en modo alguno tremendo, el clima de pánico global ya estaba instalado y el tipo de respuesta basada en intervenciones de alto impacto social, económico, educativo e incluso sanitario no se revirtió. Al contrario. Tampoco modificó sustancialmente el abordaje público de la pandemia la acumulación creciente de indicios sobre la muy escasa eficacia de las medidas de confinamiento para detener a largo plazo la expansión viral, allí donde el virus ya estuviera circulando por encima de cierto umbral.
La presente es una pandemia en la que confluyen cuatro factores principales: un microorganismo virulento; la escasez de inmunidad en la población; la carencia de una vacuna; y la facilidad de transmisión de persona a persona por secreciones respiratorias, básicamente de forma directa pero a veces también a través de aerosoles en el aire y por superficies contaminadas. Se trata de un virus no exento de peligros cuyo origen no es ajeno a nuestros hábitos de producción y consumo (como veremos más adelante). Nuestras formas de vida urbanas, metropolitanas y globales han facilitado la difusión acelerada por los mismos caminos que transita el capital.
Para comprender adecuadamente lo que hemos vivido y continuamos viviendo es imprescindible colocar la presente pandemia en su dimensión histórica. La pandemia del SARS-CoV-2 es una más dentro de una larga serie, como se verá en el capítulo I, redactado por Federico Mare. Lo que la distingue del resto no es la letalidad del nuevo virus, sino la reacción de las autoridades. No menos necesario resulta explorar la relación que tienen las pandemias con el modelo socioeconomico dominante, y en especial con la crisis ecológica y el agrocapitalismo. Dado que este libro no es un texto divulgativo de virología, en el capítulo II comentaremos someramente las características fundamentales del nuevo virus (SARS-CoV-2), y mostraremos que es errado concebirlo como una amenaza que «viene del exterior»: los saltos zoonóticos se han incrementado en los últimos años, y esto tiene que ver con el modelo de agroindustria impulsado en las últimas décadas por el capitalismo. En el capítulo III nos ocuparemos de la enfermedad que provoca (covid-19). Afortunadamente, el SARS-CoV-2 posee grandes similitudes con otros virus con los que hemos convivido desde hace mucho tiempo, y la enfermedad que produce no es propia y exclusiva de este virus, aunque sí presenta algunos rasgos propios, tanto en su patogenia como en su morbimortalidad (los síntomas, secuelas y los trastornos en el funcionamiento del organismo que provoca o facilita y eventualmente pueden llevar a la muerte). Trataremos con un poco más de detenimiento algunos aspectos polémicos de la trasmisión del virus: en concreto, el papel de las personas asintomáticas y de los aerosoles (la trasmisión por el «aire») en la difusión. También analizaremos la evolución de la pandemia en diferentes «olas» u «ondas» en las diferentes regiones planetarias (capítulo IV).
Con mucho mayor detenimiento abordaremos las medidas que han tomado las autoridades políticas con el respaldo de algunos expertos sanitarios, evaluando tanto su justificación científica previa como los resultados obtenidos a posteriori (capítulos V y VI). Se trata de medidas impuestas en casi todas partes de manera compulsiva, por medio de la represión y el autoritarismo, apoyándose en un control casi total de los medios de comunicación y una manipulación informativa sin precedentes en el campo de la sanidad. Veremos que existen serias dudas respecto a la eficacia de los confinamientos y los cierres para disminuir la transmisión viral a largo plazo, y lo mismo ocurre con la prescripción de mascarillas fuera de determinados lugares. Mostraremos con detalle y recurriendo a las mejores investigaciones disponibles, que las severas medidas adoptadas carecen de base científica: se han impuesto con un clima de intimidación y en medio de la promoción del miedo colectivo, produciendo la indefensión de la sociedad y causando enfrentamientos entre ciudadanos en casi todos los países. En el capítulo VII analizaremos el andamiaje discursivo sobre el que se ha sostenido un clima social de espanto y temor, y justificado todo tipo de medidas autoritarias y represivas.
El impacto de la pandemia ha sido muy desigual en las diferentes regiones geográficas. Un rasgo característico es que ha afectado en mayor medida a los países altamente «desarrollados»: los países más pobres de Asia y África casi no han experimentado mortalidad por covid-19, aunque casi todos ellos han sufrido (dada su situación, incluso en mayor medida) las consecuencias sociales, laborales y educativas de las medidas de confinamiento y aislamiento social. Estas medidas, además, han tenido una repercusión desigual según las clases sociales, y han tenido un impacto especial en determinados grupos, como las mujeres, los ancianos, los jóvenes y los niños (capítulo VIII). Un capítulo específico estará referido a distintas cuestiones que apelan a la falta de perspectiva de género en el abordaje de la pandemia y la ausente crítica feminista, algo sorprendente, cuando las medidas tienen un marco tan patriarcal (capítulo IX). La puesta en cuestión de los derechos humanos, el retorcimiento de las leyes para permitirlo y la materialización de auténticos estados de excepción permanente, merece otro capítulo (el X).
Un capítulo especial (el XI), escrito por Alexis Capobianco, está dedicado a las consecuencias de la pandemia en la educación: uno de los sectores más afectados y en el que se han abierto amplias puertas a las perspectivas educativas patrocinadas por el gran capital. En el capítulo XII Alberto Pardos reflexiona sobre la necesidad de un enfoque sanitario basado en la participación comunitaria, en contraste con el abordaje vertical y autoritario dominante. En el capítulo XIII se aborda la difícil explicación del porqué de una respuesta completamente exagerada en relación a la amenaza, sin justificación científica previa, sin resultados positivos y curiosamente sostenida a pesar de las crecientes pruebas de que el virus no es suprimido ni los confinamientos reducen a largo plazo la mortalidad por covid-19. Para explicar este extraño fenómeno social y político es necesario recurrir a un complejo cóctel de causas y razones difíciles de asir y calibrar. Ello ha facilitado el recurso a explicaciones simplistas, propiciando la proliferación de teorías conspirativas de todo tipo. Aquí intentaremos ofrecer un esbozo de explicación alejado de cualquier simplista teoría de la conspiración, atento a las condiciones de posibilidad de larga data que han operado y a los desencadenantes circunstanciales, pero atento también a los elementos actuantes en lo que hace a rentabilidad política y oportunidades para grandes corporaciones de la economía capitalista farmacológica y digital. Al final de la obra nos preguntaremos sobre las alternativas a la gestión autoritaria y neoliberal de esta pandemia (capítulo XIV). Conscientes de que es posible que asistamos en el futuro a situaciones similares a las que hemos vivido en este último año, plantearemos algunas claves acerca de cómo podría ser posible una gestión distinta, donde los ejes no sean los que han determinado la presente. En el epílogo ofreceremos un puñado de reflexiones sobre el futuro que ya ha llegado, desde una óptica política anticapitalista, internacionalista y feminista.
* En un trabajo fundamental publicado en el Medical Anthropology Quarterly, «What Went Wrong. Corona and the World after the Full Stop», Carlo Caduff escribía con plena justicia: «Lo que hace que esta pandemia no tenga precedentes no es el virus, sino su respuesta». Años antes, en 2015, Caduff había publicado The Pandemic Perhaps: Dramatic Events in a Public Culture of Danger, un libro en el que revela anticipadamente los presupuestos intelectuales que llevaron a muchas personas a estar esperando la emergencia de un virus apocalíptico, sentando así parte de las bases para respuestas no sólo desproporcionadas, sino fundamentalmente contraproducentes y, en consecuencia, irracionales.
** Nota de Briega: el texto que acabas de leer es la introducción del libro «Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo», escrito por Paz Francés, José R. Loayssa, Ariel Petruccelli, publicado por «Ediciones el salmón».