Respuestas de un antiguo miembro de la EdN a un cuestionario de La Décroissance

Respuestas de un antiguo miembro de la EdN a un cuestionario de La Décroissance

Sobre la crisis social actual, la opción "gran reset" del sistema y las contradicciones de una lucha que no concreta una alternativa.

 

Respuestas de Jacques Philipponneau al cuestionario de la revista «La Décroissance» primero solicitadas y luego rechazadas sin explicación

Traducción Miguel Amorós

La Décroissance: En tu anterior escrito «Lettre à Piero» dices que «el aspecto positivo de esta crisis que acaba de empezar es la desconfianza general ante las mentiras inauditas del gobierno y su incompetencia criminal, la constatación de la impotencia del Estado ante la situación de alarma y la evidencia de que la reacción, la iniciativa, el sentido común y la solidaridad provienen de la sociedad a pesar de toda la obstrucción administrativa de las burocracias estatales». ¿No ocurre más bien lo contrario, que nos hayamos transformado en «corderos paranoicos infantilizados», tal como lo has escrito igualmente?

Jacques Philipponneau: Los diversos zigzageos de los despropósitos gubernamentales durante el primer confinamiento recuerdan la notable creatividad del humor soviético cuando la libertad de expresión no se ejercía más que en las cocinas de los apartamentos. Si contemplamos parte de nuestra vida reciente podemos afirmar que estamos en una situación parecida y, parafraseando a Freud, en una especie de victoria paradójica de la conciencia obtenida en unas condiciones desesperantes.

Dar crédito a los fantasmas de dominación total (completamente reales, como sueños, igual que los innumerables proyectos de la misma naturaleza desde que la sociedad de clases existe) es el otro aspecto, derrotista, de una compensación sicológica de la conciencia aislada e impotente, cuyo humor negro representa el lado gozoso de la vida a pesar de los pesares.

LD: El proyecto de dominación total es muy real…

JP: No vale negar la existencia de esos proyectos en las viejas democracias representativas, puesto que estas envidian abiertamente la supuesta eficacia de un totalitarismo asiático realizado. Los jesuitas de entonces codiciaban la mecánica totalitaria del imperio chino, de la que querían servirse, pero como sabemos hay mucho trecho entre el sueño y la realidad y el fin de la historia es el sueño inaccesible de cualquier poder.

Es evidente que existe una conjunción objetiva entre los tres agentes autómatas que producen esta rápida evolución hacia el totalitarismo: un Estado en busca de control social a fondo, el capitalismo de los nuevos mercados de la digitalización completa de la existencia, y la tecnociencia al servicio de ambos buscando el ideal de reducción de la vida a un puro funcionalismo biológico.

Sin embargo, concebir una sociedad digitalizada totalitaria capaz realmente de excluir cualquier posibilidad de cambio radical, significa atribuir a tales agentes una conciencia suprahistórica unificada de la que son incapaces. No hay ninguna clase de complot en programas públicos desde hace mucho, constantemente reiterados, promovidos complacientemente por los medios de comunicación y mayoritariamente aceptados.

El «great reset» o gran reinicio sistémico del que os hacéis eco levanta acta del hundimiento efectivo de todos los periodos de estabilidad que permitieron el mantenimiento y la transformación conflictual de la sociedad industrial desde hace dos siglos.

El poder se ha vuelto abiertamente catastrofista, y por la fuerza de las cosas debe integrar el reformismo ecológico dentro de una sobreburocratización del mundo, la única capaz de gestionar en esta sociedad las catástrofes que ella misma produce.

Este ecologismo de cuartel, normativo y culpabilizador, último avatar del pecado cristiano (las indulgencias pontificales de la huella de carbono, el flygskam o vergüenza de subir al avión del luteranismo nórdico, la cursilería antiespecista anglosajona) que nunca ataca frontalmente al Estado ni al capitalismo, sino solamente a sus «desviaciones» o sus «excesos», sustituye a la vieja socialdemocracia ya superada en su función integradora en la sociedad tal como es.

La crisis sanitaria actual (sea cual sea su orígen y la gravedad que tenga) ha obligado al poder a mostrar su programa. Su concepción de la vida que se reduce a esto: el modo de vida industrial no es negociable y las representaciones catastrofistas difundidas con mucha complacencia en los últimos diez años, no han sido concebidas para renunciar a él, sino para que se acepten las restricciones y desarrollos que posibilitarán su perpetuación. Básicamente, hacer que la libertad humana retroceda a su función animal de «conservación de la especie», la «vida elemental» reducida a la simple realidad biológica: sirva como ejemplo actual más trivial de ello el alivio medroso de las vacunas -obligatorias de hecho- que nos permiten recobrar la vida «normal».

LD: ¿Crees que un proyecto de este tipo no se llevará a cabo?

JP: Un proyecto así no resulta nada fácil pues, para que sea eficaz supondría una especie de gobierno mundial del que hoy no vemos ni el esbozo de un comienzo. Pero por supuesto, el mayor obstáculo de tal «reset» reside en la aceptación perenne de la población de un programa como ese. Cambiar todo para que nada cambie, es decir, actuar radicalmente en pro de la perpetuación de una sociedad jerarquizada siempre tiene sus riesgos.

La conmoción de la primavera pasada ante la saturación de los hospitales y las previsiones apocalípticas que se anunciaron (medio millón de muertos en el Reino Unido y en Francia pronosticó el Imperial College), transformaron en los primeros días a la inmensa mayoría de la población en un rebaño atemorizado. Pero a medida que pasaba el tiempo, frente a una propaganda mundial inédita y a un ministerio de la verdad que combatía cualquier opinión crítica asimilándola a un complotismo delirante, numerosos refractarios a la tiranía sanitaria o heréticos del no-pensamiento médico oficial se manifestaron de muy diversas maneras a pesar de todo.

Hoy por hoy no existe un punto de vista unificado -y está bien que sea así- de otra concepción de la vida frente a la abyección que nos han propuesto, pero sí un rechazo minoritario más o menos consciente de una totalidad mortífera donde la renuncia a la libertad no garantiza en nada la más mínima seguridad.

La libertad que huye y la seguridad que desaparece engrosarán las filas del partido del miedo alrededor de soluciones autoritarias, pero también multiplicarán el número de desertores prácticos (cuando ello sea posible) y disidentes del pensamiento oficial (siempre es posible) dentro del partido de la resistencia activa. En ese sentido, nuestra época es profundamente histórica aunque no haya certeza alguna en cuanto a la evolución de este conflicto.

LD: Tú escribes que «si todas las revueltas que se han visto por el mundo en los dos últimos años […] fracasaron, lo ha sido porque la cuestión fundamental de cualquier insurrección -¿Qué sociedad queremos?- quedó y todavía queda sin respuesta positiva ante la inmensidad y la complejidad de la tarea-» Para tí, la única vía emancipadora parte de «la destrucción racional de la sociedad industrial».¿Qué entendéis por ello? ¿Y cómo (comenzar a) actuar en consecuencia?

JP: No poseo ningún programa ni receta para salir de la sociedad industrial y desarrollista, a lo sumo algunas orientaciones básicas (conocidas por todos) imposibles de poner en marcha (salvo marginal y parcialmente) con la celeridad y la energía que implica la urgencia sin una transformación revolucionaria de la sociedad.

Pensar en combatir la sociedad industrial sin abolir el capitalismo o querer abolirlo sin desmantelarlo, recobrar la libertad individual y colectiva que permita el control propio del destino de la humanidad sin suprimir el Estado, propugnar la democracia directa o la autogestión generalizada sin salirse de la economía y sin abolir el dinero, son contradicciones que las alternativas emancipadoras tendrán que superar experimentalmente en el derrumbe que viene.

Por Miquel Amorós Publicado el 19 Feb, 2021

12 de febrero de 2021.