De la televisión como marketing policial a los aplausos en los balcones

DE LA TELEVISIÓN COMO MARKETING POLICIAL A LOS APLAUSOS EN LOS BALCONES

El confinamiento que estamos viviendo en la actualidad está sucediendo con unos amplios márgenes de obediencia y aceptación. Los aplausos cotidianos a las fuerzas de seguridad desde los balcones quizás sea el ejemplo más certero. Detrás de esta apología policial, existe un marco cultural (entre otros factores) que posibilita semejante ejercicio de sumisión social.

Cuando hacemos una mirada al pasado de las explotadas y algunos momentos de la historia como la revolución social del 36 y sus respectivas colectivizaciones, insertas estas en todo un proceso revolucionario, se suele hablar de que dicho acontecimiento sería dificil de concebir sin el caldo de cultivo previo de aprendizaje no formal mediante ateneos, teatros populares y tantos otros elementos que componían el cuerpo de una cultura autogestionada en contraposición a los valores de las estructuras de poder. Aunque nos hemos ido a un ejemplo muy relevante y relativamente alejado de nuestro presente, podríamos hablar de la misma manera refiriéndonos a pequeñas resistencias y ejemplos de contestación social en nuestra actualidad. No es casualidad cuándo y dónde estallan.

Pues bien, en el lado opuesto, la aceptación acrítica y servil de este estado de alarma y la apología de una mayoría social de la policía, también tiene que tener su terreno cultural previamente consolidado. Nos vamos a intentar acercar en este caso a la televisión. Un aparato este con una influencia social brutal, a pesar de que sobrevive en plena colonización de internet mas allá de las pantallas de los ordenadores y los móviles. Aún así, la tele está ahí, presente cada día en la mayoría de las viviendas. Es una de las correas de transmisión de los discursos del poder que invade la intimidad de las personas permanentemente. Importante dispositivo que colabora en la fabricación de la opinión publicada. Eso que llamaríamos opinión pública. No más que una lección teletransmitida repetida una y otra vez, que condiciona directamente el contenido de las conversaciones de casa para dentro y, cómo no, de casa hacia la calle.

En este sentido ¿Cómo extrañarnos cuando desde los balcones se aplaude a la policía?

La cosa viene de lejos. Por poner un ejemplo de cómo la cultura ha sido lubricante social de la aceptación del punitivismo y la dominación policial, es en 1987 que John Bender escribe “Imaginando la penitenciaría; Ficción y arquitectura mental en la Inglaterra del siglo XVIII. Aquí visibiliza la relación entre la emergencia del género literario de la novela y la asunción del castigo como algo bondadoso para desencadenar una transformación personal del individuo. Caldo de cultivo que será importante para la construcción de las nuevas cárceles modernas en la Europa de la época. Si la novela como forma cultural ayudó a reformar la institución carcelaria, la televisión actual ayuda a identificar a la policía como salvadora y protectora en tiempos de incertidumbre politico-sanitaria.

Ya en el siglo XX, teóricas de la cultura como Gina Dent explican la aceptación del hiperencarcelamiento estadounidense y la existencia de las prisiones modernas como una realidad social posibilitada, sólo en parte, por la influencia cinematográfica en la normalización popular del encierro, la pena y el castigo. El flujo de películas sobre cárceles es continuo en Hollywood hasta tal punto de ser un género propio. Qué decir entonces del cúmulo de películas, series y programas donde los protagonistas son policías. Dificil encontrar una función social que impere con tanta presencia en el cine.

Hay quien aludirá a la autonomía y capacidad de elección que brinda internet y el consumo en la red. Sin embargo, la libertad entendida en clave neoliberal olvida la capacidad de influencia e infraestructura de quienes emiten los mensajes. Como dice Angela Davis, es virtualmente imposible evitar consumir imágenes de prisiones aun con una decisión clara de no hacerlo. A esto añadimos, refiriéndonos más concretamente a las fuerzas de seguridad que a las cárceles, que habría que tener en cuenta también aspectos como la raza, la edad, la clase o el género para comprobar las diferencias de acceso a esa supuesta “capacidad” de elección del contenido cultural que en el caso de la televisión es inexistente.

Volvemos a la pregunta ¿Cómo extrañarnos que desde los balcones se aplauda a la policía?

Basta con ver unos cuántos días la televisión para comprobar como ésta es a día de hoy una herramienta de marketing policial en toda regla.

Las mañanas tertulianas que llenan los principales canales de televisión en sus distintos formatos más o menos amarillos, con un contenido basado en el juicio mediático a los pobres mediante discursos racistas, clasistas y patriarcales, terminan matematicamente con simpatía y agradecimiento permanente a las actuaciones policiales o, incluso con denuncias que piden mayor presencia por su parte. La legalidad es la divinidad que adorar, el requisito para las libertades democráticas.Como sucede en el espectro parlamentario, no hay aquí grandes diferencias entre canales a pesar de su correspondiente tendencia ideológica. Las mañanas de Ana Rosa, Al rojo Vivo, Espejo Público, Las mañanas de Cuatro etc etc

Sin duda las series policiacas (casi todas) son un ejemplo certero de esta propaganda de comisaría. La industria policial se legitima en todas ellas, cada una con sus matices. Están las que presentan seres 100% entregados a su deber de combatir el mal – La delincuencia - . Seres con un autoncontrol muy medido, responsables y conscientes del marco legal que les permite su departamento y casi divinos en el arte de atrapar al culpable. La tortura psicológica e incluso física en interrogatorios se deja entrever, pero está justificada puesto que quienes están en frente suelen ser todo lo contrario a ellos, casi monstruos. La auténtica frialdad criminóloga se une con las bromas fáciles. Tenemos ejemplos como CSI, Ley y Orden etc etc.

Por otro lado, nos encontramos con series que presentan imágenes más blandas de los cuerpos policiales a través de protagonistas que no son policías pero se han juntado a colaborar para perseguir objetivos personales; progresar en su profesión, alcanzar una ansiada venganza o corregir errores del pasado. Aquí encontramos una humanización no ingenua y sí consciente de la policía a través de gestos que priorizan en la ética sobre la burocracia, en comportamientos que exceden de sus competencias para mostrar su lado más emocional etc. El mentalista o Castle podrían ser dos ejemplos.

El rigor profesional y la ejemplaridad moral son dos pilares que sobrevuelan todas las series policiacas. Un binomio útil para legitimar esta función política, que lejos de los cuentos para no dormir de la industria cinematográfica y televisiva, nace en nuestro contexto en el siglo XVII para proteger la propiedad privada y garantizar el orden público, posiblemente amenazado por una desigualdad social. La protección de los intereses de la clase dominante mediante el monopolio de la violencia ha sido siempre su labor y lo sigue siendo.

La televisión es un agente activo en crear un escenario proclive a la aceptación de un estado policial sin regañadientes. Lo estamos viendo. El miedo que tenemos se podría medir, simplista y metafóricamente, en las horas que pasamos viendo la televisión. Ante la emergencia sanitaria, las restricciones que nos ponemos entre familiares, entre amigas, entre cercanos, son fruto del miedo infundado por un consenso social televisado que impone una única solución para millones de realidades familiares y vitales distintas. No acercarse a las demás y no salir a la calle. La psicología positiva, el periodismo y campañas mediáticas como el “quédate en casa” entregan la calle sin mayores dificultades a la presencia policial y militar.

Pero ¿Y las imágenes de policías torturando en calabozos?, ¿Las de antidisturbios golpeando manifestantes de todas las edades? ¿Las de nacionales echando a empujones a familias de sus casas a la calle? ¿ Las de guardia civiles ahogando personas a punto de cruzar el estrecho? ¿No es esto suficiente para entender por qué existen, como mínimo, algunos motivos para no aplaudir a la policía?

La televisión no es sólo una empresa de marketing policial, sino una fábrica constante de reproducción de la cultura del éxito y el fracaso. Así encontramos ejemplos actuales como la celebración colectiva del cumpleaños de Amancio Ortega, un explotador que acumula fortunas a costa del tiempo y la sangre de otra gente. Sin embargo, podrían ser muchos otros antes de la incertidumbre político-sanitaria del Coronavirus, los ejemplos que mostraran esta admiración, muchas veces alimentada por la identidad nacional, por el éxito en clave capitalista. Si los modelos a seguir de una sociedad encuentran sus referentes en personajes de este tipo, es fácil entender que parte de sus aplausos vayan dirigidos a quienes se encargan de garantizar que sus privilegios sigan intactos mediante el ejercicio de la represión a pie de calle.

Entender no basta. Confinadas o sin confinar, se hace muy necesario tener presencia, sabotear las relaciones mediadas por instrumentos, como en este caso es la televisión, y atrevernos a hablar a la cara. No tanto en nuestros espacios de comodidad que también, sino en esos lugares donde de primeras no esperamos ser aceptadas posteriormente. Se trata de creernos nuestro relato en la práctica y hacerlo visible al resto guste o no. O le echamos coraje o estamos perdidas.