¿Dónde está el límite de la crueldad?

Durante las últimas semanas hemos visto como todo ha cambiado en nuestras vidas. Situación de alarma, confinamiento, peligro sobre nuestra propia vida y la de nuestras vecinas. La supervivencia cotidiana, que para muchas ya era suficientemente difícil, se ha complicado mucho más en cuestión de unos días. Todas vivimos nuestro confinamiento esperando que sea breve, que todo vuelva a la normalidad y que pronto olvidemos toda esta situación. Pero ¿y para aquellas que el confinamiento comenzó hace mucho y no termina nunca?

Y es que ahora mismo, a pesar de la situación de emergencia y las promesas de las instituciones, continúan habiendo personas confinadas a los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). Nos planteamos realmente qué tipo de pensamiento puede permitir esta situación, no entendemos como en un contexto como el actual se lleven a cabo acciones que complican aún más la situación de las personas internadas. Parece que el racismo institucional está por encima de todo, incluso de la lógica y la racionalidad durante una situación de emergencia.

Razones no nos faltan para pedir el cierre de los CIE's y una prioritaria nunca sería la situación de estos espacios, puesto que es imperativo que se cierren para siempre, no que se mejoren. Para el cierre definitivo nos sobra como razonamiento apelar a la humanidad y el fin del racismo institucional. No cabe en una democracia que se encarcele a personas por el hecho de ser migrantes, privándolas de su libertad sin haber cometido ningún delito, por el simple hecho de su procedencia y situación administrativa. Pero es que además sabemos que en Zapadores (Valencia) y en el resto de CIE's del Estado nos encontramos con espacios denunciados como inhumanos por los mismos internos, que señalan que no hay asegurada una higiene mínima para poder afrontar una epidemia.

Las condiciones, que van desde la falta de agua, el confinamiento masivo, la carencia de una alimentación buena y equilibrada o de vestimenta limpia y desinfectada, hacen que sea totalmente impensable que este espacio pueda asegurar la salud de las personas encerradas en ellos. Una muestra de esta situación, fue un caso de tuberculosis detectado a principios de febrero en Zapadores, que demuestra como los CIE's ya eran un peligro para la salud de las personas internas antes de la situación actual. Aunque se haya anunciado el paro de detenciones y expulsiones, no entendemos que hoy todavía haya personas en los CIE's de España, contradiciendo las mismas recomendaciones del Defensor del Pueblo que pide su liberación.

A todo esto debemos añadir que desde el 14 de marzo se han realizado expulsiones desde los CIE's, eran estas mismas instituciones del Estado las que obligaban a decenas de personas a ir a otro territorio -en contra de su voluntad- mientras imponian medidas  de confinamiento y no circulación a la población, con todo el problema para la salud pública que este traslado puede haber supuesto para los países de destino de estas deportaciones. Mientras pedían no viajar a la población expulsaban a personas a terceros países, pensando que las reglas para evitar una mayor propagación no valían cuando se trata de expulsar personas extranjeras.

Y es que la situación actual no es única, no todas estamos sufriendo igual. En un entorno duro las personas en situaciones de vulnerabilidad sufren mucho más que el resto. Sabemos que el machismo que había dentro de las casas se ha podido multiplicar en la situación actual y se han reducido mucho las salidas para las mujeres que sufren este tipo de violencia, o que las personas que no tienen acceso a una vivienda digna han podido tener muchas dificultades para poder salvaguardar su salud en un momento como este.

Las personas migrantes también lo han sufrido más, lo vemos en los CIE's, pero también lo hemos visto con muchas y muchos temporeros que en la duración de su trabajo en esta tierra no tienen unas condiciones mínimas aseguradas, o en tantas y tantas cuidadoras y personas encargadas de la limpieza que por su situación administrativa estos días se han quedado sin trabajo, pero también sin ERTE, sin ayudas y sin ninguna fuente de ingresos.

Como sociedad queda preguntarnos dónde está el límite. Ya hemos comprobado que no está en la violencia ni en la explotación sexual o laboral, tampoco en hacer del racismo y xenofobia una violencia institucional más, ni lo está en quitar la dignidad a otros seres humanos, por supuesto tampoco está en la muerte, como desgraciadamente sabemos en Valencia por el caso del joven Marouane Abouobaida , que nunca olvidaremos. Quisiéramos saber dónde está el límite, que más hace falta para despertar un mínimo de empatía, solidaridad y humanidad. No vemos el fin en esta crueldad.