El punto G de la cumbre

El punto G de la cumbre

La cumbre del G7 que tendrá lugar en Biarritz se ha convertido, antes de iniciarse, en una cumbre militar. Agentes de inteligencia de diferentes países, militares franceses, estadounidenses, españoles e ingleses, 4.000 policías vascos, 5.000 gendarmes y 1.000 guardias civiles españoles. Tal despliegue de orden ha generado un caos bíblico. Los accesos desde España a Francia por la frontera vasca están cortados desde días previos. Las incorporaciones por carretera desde la frontera hasta Biriatoau, también los accesos desde aquí hasta Biarritz. Los aeropuertos cercanos, también estará cerrados. Se trata de un estado de sitio en pleno flujo de retorno donde cientos de miles de personas bajan de la media Francia hacia el País vasco y otros tantos regresan de la península ibérica al país de las libertades. La crisis parece tornarse en un modo de gobierno que a su vez deja una crisis en su interregno. Ciudadanos de toda Europa y provenientes del País Vasco han organizado una contra cumbre en las ciudades vascas de Irún y Hendaia.

Zonas rojas, pasos obligatorios, blindados en esquinas, accesos y el boulevard, Biarritz, cuna del veraneo de la clase media francesa, se ha convertido en una metáfora, una sombría alegoría del gobierno del mundo. Su ordenado pulso veraniego, imperturbable, se ha visto infectado de un ambiente invasivo. Una nausea similar a la que en 1941 vivió esta villa con la ocupación alemana. Entonces era un nuevo orden, apoyado en el bacilo militar; hoy es un bacilo más potente que aquél, el de la economía totalitaria. Los representantes de los siete países en guerra con el mundo y entre ellos han llegado hace días a Biarritz. Primero lo hicieron los burócratas de traje gris. Casi al mismo tiempo, militares y oscuros agentes de inteligencia. Este fin de semana lo harán los grandes actores políticos. Estos últimos firmarán intrincados acuerdos redactados por los primeros. Y escenificarán poseer en sus manos los destinos del mundo que están muy lejos de Biarritz.

Esta ciudad espera a que acabe la mascarada. La dependienta de una librería de referencia ironiza. Es una situación que hubiera encantado al mismísimo Dante. El infierno se ha encerrado en un palacio aristocrático para celebrar su cumbre de fuegos fatuos. Los dulcinistas de la revolución asedian a lo lejos la ciudad. Es la contra historia: los rebeldes despliegan su ataque simbólico al poder, y este responde defendiéndose, acorralado con un despliegue militar sin parangón. Toda esa fuerza, pretende el poder convertirla en capital simbólico para lanzar el mensaje único de esta cumbre: solo hay un mundo posible, el que aquí sancionamos.

Una tanqueta pasa junto a la croissanterie de Jules, quizá la más alejada del centro de la villa. Los gendarmes, los militares y la cohorte de trajes grises de todas las delegaciones no consumen por aquí. Son 5.000 personas que apenas salen del Hotel du Paláis. El tiempo y su orden siguen dando a este Palacio su esencia de búnker. Fue construido para la residencia de verano de la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Tiene 154 habitaciones y suites, de hasta 177 metros cuadrados, con vistas al mar cantábrico. Tiene razón Jules. Los tres restaurantes del palacio permiten a los cinco mil hombres y mujeres grises no salir de sus muros ni siquiera para rumiar el batir de las olas. Y Jules atisba con esa francesa y cantábrica resignación que esta cumbre no va a encumbrar su negocio.

El mercado de Biarritz se aturulla en el sol displicente de la mañana. Una luz limón entra por sus dos entradas. Aquí confluye un Biarritz que paga caro cualquier producto a excepción de sardinas y algunos quesos. A diez metros, en el supermercado haciendo esquina el Biarritz de paso paga la mitad por más de la mitad del género. En este supermercado, a diferencia de las semanas pasadas, hoy apenas hay gente. Las restricciones militares parecen haber mermado la presencia de gente de paso. Si a lo largo del verano pueden rondar los doscientos mil, en toda esta semana puede haber impedido el acceso de unas diez mil personas. Pero los números tienen su plasticidad. Quién sabe si la pérdida de estos diez mil, la suple la presencia de los 5.000 trajes grises al otro lado de la ciudad en el Hotel du Palais.

Las cientos de personas que se derriten en la playa parecen abstraerse del panorama que yo veo desde el paseo que va de la playa al puerto. Parecen haber admitido que hasta la playa es un campo de concentración. Por lo menos tienen el mar, no para huir porque también hay patrulleras, sino enfriar en sus cuerpos esa nausea inconsciente de total vigilancia. Esta sensación se acrecienta por una realidad que la gran mayoría aún no había vivido. No pueden salir de Biarritz. Y ahora que lo saben, muchos viven Biarritz como una cárcel. La cumbre del G7 les dice por el lenguaje de los hechos que no hay otro mundo posible donde escapar que el del orden imperante y reinante. Esto era el futuro, sin saber nadie que estaba siendo el presente. Vivir sin alternativas, sin tener la alternativa de saberlo. La guerra entre los mundos se da más allá de este atardecer poroso y sofocante. El mundo de Biarritz se ha sumido en su silencioso sopor, y el mundo del exterior que aquí solo ve en las televisiones de bares y hoteles. Los dos mundos se tocan, se fronteran por una gruesa y colestérica capa militar y policial.

* Info de última hora: Las fuerzas represivas francesas ha entrado esta tarde/noche (23/8) en el campamento de la contra cumbre en Urruña (Lapurdi). Han realizado cargas, lanzado pelotas de goma y gases lacrimógenos y han abandonado el lugar tras la intervención.