Rocío rema (El Santander de toda la vida en 3D)

Rocío rema; rema como si no hubiera cercano el horizonte, porque sus ojos verdes miran
hondamente, disgregando la bruma que lo desdibuja. Desde que Rocío recuerda, rema.
Mientras sus brazos tiraban de los primeros remos, su abuela Pilar, siempre cerca, pescaba
quisquillas y cámbaros, en la orilla con las gaviotas. Grumetilla desde los tres años, Rocío
rema en esa plaza cerrada de seis por tres millas náuticas, que albergan siete grupos de
islas, siempre asubio del mar de fondo y los vientos de mil demonios que pudieran soplar en alta mar. Difícil encontrar tanto y tan bueno junto para una niña; su parque de juego y
aprendizaje dentro del mayor estuario del norte español, la gran plaza que la ciudad no
tiene, la bahía por la que Rocío rema.

A Rocío le crecieron las piernas y los brazos, remando. La bahía se llena y se vacía por
una canal de 0,4 millas de ancho, que en mareas vivas puede generar corrientes de marea
de cinco nudos, o más. Desde tierra, no pocas veces, especialmente desde el funi, se ve a
muchos veleros que navegan marcha atrás, creyendo ellos mismos que están avanzando.
Y es precisamente, en ese embudo, en bajamar, o a través, si en alta, donde la crecida
Rocío rema. Con cada empuje de sus piernas, enlaza su fuerte cuerpo hasta colgarse de
los remos, en un balanceo que recoge sus brazos para avanzar. Con cada gemido, rasga el
amanecer en la bahía; ensanchando su espalda y engrosando su cuello, aguantando cada
tiro hasta el final, y vuelta a empezar; Rocío, rema.

Y, a diario, Rocío rema por la playa de la Magdalena, la de los Peligros y el Puntal. Y,
en verano, a sotavento, ciaboga por ellas con la dicha de poder fondearlas, para ver al
bobo Cormorán moñudo, secando sus sobacos, extendiendo sus alas sin encerar, y si
retoma el vuelo, empapado por culpa de su peso, contempla divertida, como desciende
hasta tocar el suelo de un islote moviendo las patas, ridículo, por la superficie, como si
estuviera corriendo por encima del mar.

Me la encuentro por la tarde, de paseo por Puerto Chico, hecha un brazo de mar, como la
mismísima Galatea. Me ve, llega expansiva; hace meses que no nos vemos. Ríe a todo lo
ancho de su torso y, sin mediar saludo -muy típico en Santander lo de no saludar, otro
hábito de nuestro carácter, como si la bruma existencial nos escondiera; pero si nos
topamos, pasamos como si nada a contar nuestras vidas, a saco; para mayor sorpresa de
los foráneos – me da dos besos, y me cuenta que, remando esa mañana, se ha topado con el submarino amarillo de Santiago, el armador del sumergible. No me quiero imaginar,
dice, si entro dirigiendo el carguero y lo atropello. – ¡Con la de monstruos que habrás
visto por esos mares del Norte! – le digo, pero ninguno como este. Nos giramos de risa
hacia el mar, por si lo vemos…

Hay bajamar; una miríada de aves se solazan o pescan en la bahía. El brillo del sol baña
la arena mojada, rebotando una luz deslumbrante, engalanando con lentejuelas irisadas a
las gaviotas, a los niños, a la gente; envolviéndolo todo en un aura sobrenatural.

Me va contando Rocío que la bahía tiene cada vez menos agua y más arena, que enraiza
fuerte a su ajardinado fondo de algas verdes, rojas y blancas. Los dragados constantes que
ahora permiten con dificultad entrar a los Ferris, no evitan que los barcos de mayor calado
tengan que ir a los puertos de Bilbao o Gijón. Caminamos en dirección a la calle Santa
Lucía, para subir con las escaleras mecánicas y evitarnos las de a pie, o las cuestas. Según
Rocío, se rumorea que uno de los patrocinadores del nuevo puerto, es uno de Santander
de Toda la Vida, un Pombo. Tres, le cuento, fueron tres los incendios que asolaron a uno
de esa familia: fue naviero, banquero e industrial de éxito; en uno se quemó al tiempo su
casa y la primera sede del banco de Santander. Pero Rocío, tan habladora como siempre,
sigue contando los pormenores del nuevo superproyecto inteligente, el máster plan de
reordenación del frente marítimo, con la reconversión sostenible que, apuesta por la
cultura, la innovación y los deportes de vela, en el frente portuario de la ciudad de
Santander. Se muestra encantada, se le iluminan sus verdes ojos al contar que habrá
terminales mixtas, de cruceros y ferris, de hasta cuatro buques, algunos de los que ella
pilotará.

Mientras el futuro llegue, cuando oigáis gemir el amanecer en la bahía, sabréis que Rocío
está de vuelta de sus horizontes, y que Rocío, rema.