«Ciudad Princesa»: de la okupación a la integración. Una biografía colectiva
Queremos utilizar la reciente autobiografía de Marina Garcés (profesora universitaria de filosofía además de activista social) para desarrollar una crítica acerca de lo que excede la simple reflexión individual. Como dice la autora desde los inicios del libro, lo suyo no es solo una reflexión sobre su peripecia política, sino la de una corriente política y una generación. ¿De qué corriente estamos hablando? Marina Garcés habla desde Cataluña pero alude constantemente a Madrid, Málaga, Euskadi, etc., ya que su peripecia es la de una generación nacida en los años 70’ o principios de los 80’ que se radicalizaron en lo que se conoció como movimiento autónomo. Este es ya muy diferente al de la autonomía obrera de la década de los 70’ y, en el caso de la autora, se distingue también de la experiencia más radical y combativa de lo que fue en Madrid la Coordinadora de Colectivos Lucha Autónoma en toda la década de los 90’. Su peripecia es la de un sector de dicha autonomía de los años 90’ que se desgaja ya entonces por “la derecha” de lo que fue la experiencia de Lucha Autónoma, imbuidos por los cantos de sirena de la autonomía del nordeste italiano y por teóricos como Antonio Negri, Maurizzio Lazzarato o Paolo Virno entre otros, así como por filósofos postmodernos como Michel Foucault o Gilles Deleuze. Es decir, una experiencia muy marcada ya por un intento de juego institucional en los contenidos aunque radical en las formas que va a connotar a esta corriente con una fuerte impronta académica y postmoderna en sus métodos y contenidos.
En la región española, experiencias como las del Laboratorio de Madrid abrieron nuevas vías, como la misma Marina reconoce, como por ejemplo con los intentos de lograr espacios okupados que se vertebrasen como permanentes, si era necesario negociando con las instituciones y siguiendo para ello el ejemplo del Leoncavallo milanés. Además de la experiencia del Laboratorio, cómo no referirnos a las de la editorial / librería Traficantes de Sueños, el Movimiento de Resistencia Global en Madrid (en el que militó Pablo Iglesias) u otras experiencias similares en Málaga, Euskadi, etc. Se trata en definitiva una corriente política que, hablando en nombre de los llamados movimientos sociales, servía como vehiculizador de una serie de lugares comunes socialdemócratas y postmodernos dentro del activismo radical.
A partir del libro de Marina Garcés hemos destacado diez reflexiones breves que transcienden en mucho la peripecia de la autora del libro y que por ese motivo nos parece útil destacar.
1) Se trata de una corriente que piensa el compromiso desde los lugares comunes postmodernos y que encuentra la derrota como premisa. Escuchemos lo que nos dice la protagonista del libro en sus inicios:
No sé hasta qué punto hemos luchado realmente. Tampoco sé hasta qué punto hemos perdido del todo. Sí sé que las ideas y las formas de vida en las que creo no triunfan, pero que tampoco están perdidas. La generación de los setenta quería asaltar el cielo y se quemó las alas. Los que venimos después crecimos entre sus cenizas y vimos cómo se apagaban los fuegos de sus anhelos y de sus ideales (…). Y solo algunos, pocos, siguieron alimentando las brasas del pensamiento y del compromiso radicales.
Los que nos politizamos a finales de los años noventa no mirábamos al cielo si no era para descansar un rato. (pág. 11)
Así empieza este libro, desde el reconocimiento de la impotencia, del rechazo de la perspectiva revolucionaria que no existe ni siquiera como ideal lejano, desde la boutade de que solo se mira el cielo para descansar un rato.
Desde este crecer entre cenizas es fácil razonar el porqué de las integraciones actuales.
Cuando no existe una perspectiva de fondo por la que luchar es muy fácil caer en el inmediatismo del presente, y se pasa de este modo del activismo desenfrenado en la calle al desenfreno de la política institucional. El que no sea este el camino recorrido por Marina Garcés (esto es, el de la filósofa académica que se convierte en una voz “crítica” y ciudadana) no es óbice para no reconocer en él a muchísimos de sus compañeros y compañeras, como ella misma reconoce. Y una matriz común entre todos ellos es la profesionalización de su activismo, como veremos a continuación.
Desde la okupación a los asaltos institucionales.
Desde el “dinero gratis” a las subvenciones estatales.
2) Esta visión del compromiso lleva a un empeño soft, débil, frágil, especializado y descentrado a un mismo tiempo, como defiende la misma Marina Garcés, donde se entra y se sale libremente sin generar hilos firmes y permanentes. En definitiva, se hace virtud de lo que es una debilidad de nuestra época y nuestra clase. La dificultad de constituir estructuras permanentes que tengan la capacidad de perdurar en el tiempo, de transmitir una memoria y un hilo histórico. De este modo, las lecciones que podemos sacar de la lucha de nuestra clase, a lo largo de su historia y en cualquier punto del planeta, desaparecen. Solo existe la propia experiencia individual adosada a la de los colegas, los amigos de lucha.
3) Este aspecto coincide con una concepción empresarial del compromiso. Se vive el activismo como un emprendimiento propio, donde se difumina la diferencia entre trabajo y compromiso. El compromiso se monetariza, inicialmente a través del activismo social o de pequeños puestos de chuches en facultades, para después tratar de poner en activo los conocimientos profesionales adquiridos, montando cooperativas de investigación, de trabajo social o de crítica artística. Aquellos que no tienen especialización profesional quedan desplazados en este crecimiento profesional de estas clases medias, y es que entonces “solo ponían su cuerpo” y perdieron la oportunidad de especializarse. El tipo de activismo antes descrito concuerda especialmente bien con la adaptabilidad del emprendimiento, como reconoce la misma Marina. Este proceso de profesionalización del activismo autónomo ha sido muy evidente desde finales de los años 90’. Se pasa de este modo del antagonismo difuso a la profesionalización del activismo. Esto explica cómo muchos de los protagonistas de esta experiencia colectiva han terminado muy bien colocados en toda la peripecia del asalto institucional. Se habían acostumbrado ya a identificar su compromiso con la reproducción de su vida material. Y con la llegada al poder en las instituciones se abrían enormes boquetes que asaltar desde su pericia profesional para acabar como diputados, asesores, alcaldes y alcaldesas, directores de seguridad de grandes ayuntamientos, gerentes de radio, profesionales de la comunicación, gerentes de empresas de “lo social”, coordinadores de másteres y así un largo etcétera.
De autogestionar un puesto de chuches
a la autogestión municipal:
no es poco el camino recorrido.
4) Algo connota permanentemente el libro de Marina Garcés: no aparece nunca el término de clase, si no es para delatar sus mismos orígenes sociales de clase media, de pequeña burguesía ilustrada catalana. No es así en todos los referentes de esta corriente (pensamos por ejemplo en los libros de Emmanuel Rodríguez, lo que no obsta a que su visión de la clase sea profundamente socialdemócrata y alejada explícitamente de un horizonte revolucionario), pero es especialmente destacado en el caso de Garcés. Aparecen otros términos: sociedad civil, multitudes, pueblo, nación y naciones… Y sobre todo una cantidad ingente de singularidades, deseos, rizomas, etc. El antagonismo de clase que expresa la defensa de nuestras necesidades humanas frente al capital se ve sustituido por una voluntad nominalista suspendida en el vacío. Así desaparece lo que en realidad nunca hubo, una perspectiva auténtica de emancipación radical, o sea, una emancipación revolucionaria para lo cual sí es importante luchar por asaltar los cielos.
El comunismo como movimiento real que lucha contra este mundo (y que transciende los deseos singulares) se ve sustituido por voluntades individuales suspendidas en el aire, sin un sustrato más firme que sus deseos individuales que devienen comunes de modo contingente.
Y al final esos deseos acaban aspirando a su reconocimiento (profesional). Todo compromiso acaba no siendo sino una forma de trabajo.
5) El adanismo político es una constante a lo largo de este libro y más en general de esta corriente política. No existe un más allá de nosotros. El mundo deviene a partir de nuestra existencia. Es el cargo que hay que pagar al hecho de no haber ni siquiera mencionado a la clase y sus luchas seculares por destruir este mundo, desde sus intereses humanos e históricos.
De este modo la enorme masa de lecciones históricas que nuestra clase nos proporciona a lo largo de su historia, de revoluciones y contrarrevoluciones, desaparecen directamente. Todo es un presente inmediato al que solo se vinculan aquellos compañeros “más mayores” que no son sino los padres de su corriente (los Negri, Virno, etc.) o los filósofos de referencia (Deleuze, Guattari, etc.)
De este modo se continúa el carácter autorreferencial de esta historia. Hace un par de años Oreste Scalzone (dirigente histórico de Potere Operaio y de la autonomía obrera italiana) denunciaba cómo sus dirigentes mayores, los Tronti, Negri… explicaban la historia del obrerismo italiano como una partenogénesis. El mundo se hizo con su venida. Cuál fue la sorpresa de Scalzone al descubrir una historia del proletariado y de sus minorías diferentes a las versiones oficiales, una historia internacionalista y revolucionaria, enfrentada al oportunismo socialdemócrata de la II y de la III Internacional y que será llevada a cabo por las izquierdas comunistas internacionales.
Todo esto desaparece en un adanismo político que de este modo presenta como novedades lo que son lecciones invariantes del programa comunista. Nunca se alude a que “la crisis de palabras” que sufrieron cuando su perspectiva militante entró en crisis no fue el resultado de su lúcida reflexión, sino simplemente del desconocimiento de las luchas y las perspectivas del pasado. No existe nunca reflexión desde el propio adanismo, por muy generacional y colectivo que sea. La llegada a las instituciones parece algo nuevo cuando siempre ha caracterizado los procesos de integración del trabajo dentro del capital para atacar nuestras necesidades humanas como proletarios. Ese tipo de estrategias, lejos de ser novedosas, son seculares e invariantes en sus resultados. Son propias de la socialdemocracia como partido del orden del capital.
Y ocurrió lo inesperado…
Desde las instituciones gestionaron
el capital y su orden, sus policías y sus fronteras,
sus presupuestos y sus barcos militares.
6) Aunque, por supuesto, hay algunas voces críticas, como buenos demócratas. Pero siempre todo dentro de un orden. El proceso de institucionalización viene de lejos. Marina Garcés nos “descubre” el rol de las Agencias [1] en su libro. Los museos de arte contemporáneo, desde el MACBA de Barcelona al Reina Sofía de Madrid, desde el MUSAC de León al Centro Dos de Mayo de Móstoles y un largo etcétera más. Las instituciones culturales decidieron que los movimientos sociales radicales y okupas podían ser un buen ejemplo de crítica artística y nuestros intrépidos subversivos decidieron aceptar la apuesta. Los situacionistas quisieron acabar con el arte como separación de la vida, este sector de la autonomía hizo de una experiencia política y radical una representación estética. “Entramos en las instituciones y las instituciones entraron en nuestras vidas” (página 114). Desde la lógica de la subvención, el MACBA les concedió doce millones de pesetas (72.000 euros) para financiar gastos y materiales. Puede parecer poco ahora, vista la cantidad de dinero que gestionan. Como decían en el 68’, refiriéndose a lo contrario,
Ce n’est qu’un début.
Era solo el inicio.
A partir de entonces vinieron las jornadas y exposiciones que tenían que ver con “la desinstitucionalización del museo”, los seminarios con los colegas (Negri, Virno, Harvey, Holloway…). La relación con las instituciones culturales no solo no disminuyó sino que se amplió e intensificó, nos dice con satisfacción Marina. Ella incluso pudo dar su primera conferencia seria en el MACBA. Y con sus altos y sus bajos todo ha seguido así hasta hoy, nos confiesa en el libro.
En fin, un auténtico laboratorio de gestión pública que preparó el presente de nuestros jóvenes y preparados políticos alternativos.
7) Todo esto se sintetiza en una forma clásica e invariante de reformismo y de socialdemocracia que parte ya desde el inicio de rechazar cualquier posibilidad de transcender de modo revolucionario y global este mundo, porque al sistema no se le puede vencer. Hay que desbordarlo. Garcés trata de dar profundidad a este lugar común socialdemócrata (que la revolución es imposible, que el sistema es omnisciente, que solo se pueden hacer pequeñas luchas o huir de este mundo con los colegas) diciendo que es un precepto taoísta [2]. Para esto le sirve la filosofía. Hay que “pasar y dejarlo pasar” hablando del sistema y de su poder. Pasar y dejar pasar al Estado, al capital. Lástima que a la inmensa mayoría de la humanidad desposeída, proletarizada, el capital no nos deja pasar sino que trata de subsumir nuestra vida con sus imperativos cosificadores, de explotación y muerte. «Vaciar y deshacer (…) para inutilizar al otro (…) para volver inútil al soberano». En fin, una retórica democrática e ilustrada con salsa zapatista que solo denota impotencia. Y es que ni siquiera logra nombrar, ni una sola vez, el rostro del soberano que quiere hacer inútil, el capital.
8) En esta misma línea defiende osar el poder para vaciar el poder de poder, una combinación entre reformismo institucional y reformismo de la vida cotidiana que traduce perfectamente la actitud light de esta corriente. Osar pero sin pasarse, saber entrar pero saber salir, llegar a las instituciones pero para irse luego con la vana ilusión de que se puede vaciar como si fuese un cuenco de agua. El capital es una relación social que tiende a subsumir con su lógica material toda la vida social desde la premisa de que nuestra vida se encuentra desnuda de raíces materiales y comunitarias, por lo que tenemos que vender nuestra fuerza de trabajo. Y los proletarios que no lo consiguen no se reproducen. Pero esto parece exceder la actitud meliflua que connota a esta perspectiva, que, desde el vacío programático que no logra aprender de las lecciones del pasado, nos dice que incluso llegó a creer en Tsipras durante unas horas: «Por unas horas creí en ello, no en Tsipras concretamente, pero sí en la posibilidad de una democracia como recuperación de la soberanía popular y de la posibilidad, incluso, de apropiarnos de ella usando la maquinaria del Estado» (pág. 197). ¡Apropiarnos de la maquinaria del Estado! El viejo sueño de la socialdemocracia de siempre. Finalmente el Estado y el capital los acabó convirtiendo en sus avezados funcionarios.
Supieron entrar
pero no salir.
9) Por último y no casualmente Garcés establece una línea de continuidad entre el movimiento okupa de los años 90’ y el movimiento nacionalista catalán del 1 de octubre pasado. De los intentos de apropiarse del espacio vertebrado por la lógica del capital a la proclamación de la sagrada familia nacional que disuelve todos los antagonismos de clase, que es la esencia, siempre, de todo nacionalismo [3]. Estamos en el terreno puro de la democracia. La autonomía académica y postmoderna termina por ser un representante donde lo que le interesa es solo la ciencia ficción de la autodeterminación, de los anhelos republicanos, de la lucha por reivindicarse como sociedad civil, los gestos de afirmación soberana. Pero en ese terreno acabamos en un callejón sin salida, la materia prima de la acción política está constituida por el capital y su lógica: una materia prima ciudadana, de sociedades civiles, de derechos políticos, de igualdades formales que subsumen y anulan los antagonismos sociales que afectan rizomáticamente cualquier sociedad de nuestra época. Todo ello se anula, en nombre del pueblo y de la nación, del «no todas las banderas y todas las naciones son iguales», como afirma Marina Garcés. La nación es siempre la comunidad del capital y el nacionalismo es la preparación de la guerra contra el otro, contra el enemigo. No existe ninguna distinción por ende entre nacionalismo español y catalán en su esencia, solo una diferencia de poder político y de relación de fuerzas. Pero la función de todo nacionalismo es siempre anular la afirmación de la clase, convertirnos en ciudadanos unidos en Sagrada Familia y si es posible prepararnos como carne de cañón para la guerra. Por eso es tan importante realizar una crítica implacable a toda lógica nacionalista, y es emblemático que el libro finalice precisamente con una reivindicación del 1 de octubre. Obviamente con el carácter melifluo que connota a la autora y a su corriente, hace una defensa del 1 de octubre como si fuese un movimiento anti-estatal y de cuestionamiento de todas las identidades, como movimiento simplemente democrático. Pero democracia y nación van siempre unidas, la soberanía del pueblo es siempre nacional. Y en el caso catalán esta identificación es palmaria, es la unión de los nuestros contra los suyos.
Pero está bien poner las cartas sobre la mesa. El comunismo, en efecto, es expresión de esa izquierda «desterritorializada», como la define Garcés con su lenguaje inequívocamente postmoderno, que defiende el internacionalismo proletario y que considera que cualquier lucha proletaria en cualquier época y zona del mundo es expresión de la misma lucha, un internacionalismo proletario que es lo contrario del nacionalismo y que sabe perfectamente que hacer República no es transformar el sentido mismo de la política, ni significa ser un Estado diferente a los demás. Todo Estado, en nuestra época, habla siempre el lenguaje del capital.
10) El libro acaba con la transcripción del pregón que leyó Garcés el año pasado en las Fiestas de la Merçè de Barcelona. En él afirma que sus amigos sí la representan, invirtiendo el No nos representan del 15-M. Sus compañeros y compañeras de viaje durante estos veinte años, que en muchos casos están en el gobierno del Ayuntamiento de Barcelona, sí la representan. No hay mejor ejemplo para entender que todo Estado habla el lenguaje del capital que el de Ada Colau y asociados. Un ayuntamiento al servicio del capital desterritorializado y de la marca Barcelona, que habla como mediador del Rey de España para que asista a la manifestación estatal de conmemoración del atentado de agosto de 2017, que utiliza a la Policía Municipal para expulsar a los emigrantes de realizar venta ambulante en la ciudad al mismo tiempo que de modo hipócrita pone pancartas de Refugiats Benvinguts.
Este libro expresa una peripecia emblemática en la que nos interesaba detenernos por cómo sintetiza los caminos a los que conduce vivir la propia radicalidad al margen del movimiento real contra este mundo y hacerlo además desde las angostas y mediocres paredes del pensamiento universitario.
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1La definición que extracta Marina Garcés sobre lo que son las agencias es uno de los síntomas más claros de lo vacío de toda la retórica postmoderna y de la autonomía académica. Las Agencias son «grupos autónomos de antagonismo biopolítico» que, sin embargo, «conscientes de las funciones que las prácticas artísticas tienen en el contexto del capitalismo cultural bien como trabajo social (supliendo gratuitamente a instituciones caritativas y oenegés) o bien como punta de lanza de investigación de nuevos sectores de mercado. Las Agencias responden organizando la efectividad política de su trabajo basándose en su inserción dentro de las, cada vez más amplias, redes políticas anticapitalistas» (pág. 112). ¡Es fantástico! El antagonismo biopolítico es ampliar nuevos sectores de mercado y trabajo social gratuito para el capital. Más bien lo que aparece aquí es un ejemplo de espectacularización de una radicalidad impostada que desvía en un terreno falso el antagonismo auténtico. Y en esto nuestros ilustres autónomos (académicos) han hecho un gran trabajo.
2El rechazo de la revolución como ruptura con el capitalismo es un lugar común de nuestra época entre los activistas, en realidad no es sino una invariable socialdemócrata. Desde las posiciones que aluden a la imposibilidad de cuestionar este mundo porque sería inabarcable, por lo que hay que huir de él, a las que defienden que el sistema es un límite insuperable, omnipotente en definitiva, por lo que solo se pueden lograr formas de contrapoder y reformas desde abajo y desde arriba. El rechazo de la noción de clase (en un sentido político y no sociológico) va a la par de mandar a la revolución al basurero de la historia. Y, sin embargo, el viejo topo seguirá de modo obstinado a socavar estas ideologías. Basta pensar en las luchas de 2011 en todo el mundo, en el 2013 en Brasil o Turquía o el reciente recrudecimiento de la lucha de clases en Irak, Irán, Kurdistán, etc.
3Véase al respecto la toma de posición contra todo nacionalismo en esta misma página http://barbaria.net/2018/07/31/ni-rojigualdas-ni-esteladas-por-la-independencia-de-clase-contra-toda-nacion/