El periodismo (también) es el problema
El periodismo (también) es el problema
Al querer analizar las diferentes piezas del engranaje represivo nos vemos con la obligación de hablar de los medios de comunicación. Es vital dilucidar el papel de la prensa como correa de transmisión de los valores dominantes de esta sociedad; valores que producen y reproducen la realidad capitalista.
Podemos decir que los medios de comunicación cumplen hoy día el mismo rol que cumplía la Iglesia antaño: supuestamente como algo separado del poder secular, la Iglesia no ha dejado de acompañar todos y cada uno de los atropellos autoritarios ejercidos por el gobernante de turno. Hoy en día, son los medios los que cumplen el papel bíblico del pastor, a saber, vigilar el rebaño y evitar que nadie salga del redil.
Si utilizamos la metáfora religiosa es porque la capacidad de influencia de los medios es proporcional a su incuestionabilidad como institución portadora de «verdad». Es decir, igual que se entendía –por parte de sus creyentes, claro– que la Iglesia era algo atemporal y superior a cualquier hecho social o político, hoy día, los creyentes del periodismo siguen defendiendo la función de esta triste profesión en nombre de la «verdad».
Aquí se nos acusará de injusticia, incluso de demagogia, al pretender confundir la labor periodística –noble y necesaria– con los medios de comunicación –corruptos e interesados–; tenemos que reconocer que parte de razón tienen.
Comprender la sociedad como una totalidad no significa que cada una de las piezas de la maquinaria social sean iguales unas a otras. Aquellos discursos que plantean que «todos los periodistas son unos buitres» o que «la prensa siempre miente» tienen lo mismo de simplistas que de inoperantes. Es necesario entender la función social de cada una de las piezas del engranaje de esta sociedad para saber con precisión cómo sabotearlas. O lo que es lo mismo, dar martillazos a una máquina, a lo sumo, sólo estropeará un poco la carcasa mientras que el aparato seguirá funcionando sin inmutarse.
Y, tal vez, porque nos hemos dado cuenta que a martillazos no paramos la criminalización mediática nos toca estudiar su mecanismo.
Podemos, de modo analítico, separar las funciones de los medios de comunicación en tres grandes bloques: generar dinero, reproducir valores dominantes, crear realidad.
Todo se compra, todo se vende
No debemos olvidar que vivimos en una sociedad capitalista y en ésta todo se compra y todo se vende. A diferencia de otros modelos sociales, la producción de mercancías no se realiza para la satisfacción de necesidades sino para la obtención de beneficios. En este sentido, las empresas especializadas en la difusión de información, la prensa, no escapan a esta lógica.
Los medios de comunicación, como empresas que son, necesitan tener beneficios para poder seguir existiendo. Al contrario de lo que normalmente se piensa, estas empresas no venden información a sus lectores, al contrario, los lectores son la mercancía. La principal entrada de ingresos de cualquier medio de comunicación es la publicidad; cuanta mayor sea la capacidad de un medio de llegar a un sector cada vez más grande de receptores, más cuota de mercado potencial y, por ende, más publicidad recibirá. En este sentido, hay que entender que la buena profesionalidad o no, desde un punto de vista periodístico, puede formar parte del capital de la empresa pero no es un objetivo en sí mismo si esto no atrae a más lectores.
Esta lógica llega al punto máximo en el caso de los medios digitales, donde las «noticias», plagadas de titulares capciosos, buscan el click curioso, click que proporcionará dinero a la empresa en función de los anuncios incrustados en la noticia. A más clicks más dinero. La calidad, veracidad o utilidad de la noticia es lo de menos siempre y cuando el titular elegido consiga arrastrar al navegante.
A su vez, los medios de comunicación, como toda empresa, para ser competitivos deben reducir constantemente sus costes. Reducciones de plantilla para el mismo trabajo o más carga de trabajo, sueldos más bajos, menos recursos técnicos, etc., son el pan de cada día para aquellas personas que trabajan en el mundo del periodismo. Evidentemente, en este contexto es muy difícil que el producto final de este trabajo no diste mucho de lo que se podría considerar digno: ¿Cómo hacer un artículo que no contenga sólo fuentes policiales sobre una detención cuando la empresa no te da más tiempo para buscar otras fuentes alternativas? ¿Cómo contextualizar el porqué de unos disturbios en una manifestación cuando el periodista que la cubre ha llegado de otra ciudad sólo para eso?
Los periodistas, como cualquier trabajador, son responsables de las consecuencias del trabajo que realizan, pero eso no quita saber en qué contexto están efectuando esta labor para poder así entender mejor por qué las noticias, la mayoría de las veces, no pueden ser mejores de lo que son, es decir, más veraces y más completas.
Los periodistas-policía
No todo es condicionamiento social. La lógica interna de las empresas de la información determina el proceso y el resultado de los periodistas pero no por ello hay que negar la parte ideológica del asunto, ya sea del periodista o de la empresa para la que trabaja. La mala intención con la que se haga una noticia, se falseen sus datos o directamente se mienta debe ser señalada cuando así sea. pero como hemos dicho antes, sin dejarnos llevar por el tic antiperiodístico que ve manipulación por todas partes. Saber de qué pie cojea cada periodista o cada medio es vital, en este caso, para tratarle de manera proporcional al odio –y el interés político– que plasme en sus noticias.
Cuando cuesta diferenciar un relato periodístico de una comunicado policial es que la labor que hacen es complementaria. Ya hemos comentado que la precariedad en el trabajo de algunos periodistas puede llevarles a la mala praxis de reproducir únicamente las versiones oficiales, aun así creemos que hay que hilar más fino en este análisis. Hay toda una serie de periodistas, ya sea por afinidades políticas o por meros intereses laborales, están cerca, muy cerca de los cuerpos policiales: redadas antiterroristas acompañadas de su reportero de confianza, sentencias de casos de represión política que llegan antes a algunas redacciones que a los abogados defensores, reportajes de investigaciones que señalan a este o aquel colectivo u organización de ser el último peligro número uno, etc. Habría que investigar sobre esas afinidades electivas que provocan que ya no quede claro si son policías haciendo periodismo o viceversa.
Hay que añadir, para que se entienda bien el análisis expuesto, que no queremos emparentar la labor periodística con la deleznable tarea policial para así generar animadversión más fácilmente. Queremos que quede claro que el periodista, igual que el policía, tiene un papel lateral pero significativo dentro del sistema social capitalista que padecemos. Su tarea es la de contención y, si llegase el caso, represiva, siendo la criminalización la forma que adopta cuando hablamos en el caso de los medios de comunicación.
Como creadores de realidad
Los medios no sirven para generar conocimiento, para comunicar, sólo para transmitir una información y a lo sumo para generar estados de opinión. La brevedad y la descontextualización de las noticias que puedan aparecer nos hace poner en cuestión la parte positiva de intentar aparecer en los medios. Sí, aparecer puede ser mejor que no hacerlo, pero será fugaz y se nos entenderá poco y mal. Para los esfuerzos que implica conseguir entrar en la agenda mediática, los resultados son pobres y fugaces. Nadie se acordará de nuestra entrevista en el Periódico igual que nosotros tampoco nos acordamos de las múltiples investigaciones que han aparecido en la Directa. Tal vez, la mejor manera de relacionarse con los medios sea la de la desligitimación, ya no por su contenido, sino por su forma de «comunicar».
Como señalábamos al principio del texto, la profesionalización y la incuestionabilidad de los medios de comunicación como portadores de «verdad» les otorga una posición privilegiada, de poder. A medida que aumenta nuestra dependencia hacia ellos en relación a conocer lo que sucede, disminuye nuestra capacidad de contrarrestar los efectos de sus prácticas, en el caso que nos atañe, la criminalización.
Y se nos acusará una vez más de demagogia, ¿y qué pasa cuando hacen bien su trabajo? Que haya periodistas decentes o artículos puntuales interesantes en un medio no hace más positiva la función social de los medios de comunicación. Es precisamente esa pluralidad lo que le da la legitimidad para poder seguir condicionando socialmente las opiniones de la población. De lo que se trata es que no haya este condicionamiento no de que haya un condicionamiento «correcto» porque mientras sigamos creyendo que somos ovejas siempre habrá un pastor que nos dirija.