Apología del motín
Nada más cierto que la primera piedra de este sin igual panfleto: todas las razones para hacer la revolución están ahí. No falta ninguna. Y posponerlo para el mañana, a un más allá, es lo que han hecho las doctrinas y doctrinarios de topo tipo a modo de religiones y sacerdotes. Este es el primer planteamiento que hace el comité invisible en su alegato a favor del motín, publicado por pepitas de calabaza, Ahora. Ahora que el mundo está cada vez más fragmentado, que a causa de su éxito la civilización occidental se quiebra por su propia base, el motín, verdadero ejercicio de la rebelión, cobra todo su sentido.
Estamos en París. Es marzo de 2016. En las adoquinadas calles una multitud se manifiesta contra la ley de educación. La manifestación empezó con los estudiantes de secundaria y bachillerato. Luego todo tipo de jóvenes, militantes, vinieron a engrosar sus filas. Para el 14 de junio, secciones sindicales enteras, como la de los estibadores del Havre, se unieron a la cabeza de una manifestación incontrolada de 10.000 personas. Es el signo del motín. Las curias sindicales, los captadores de cuadros, los liderzuelos, se han visto superados por la situación creada, vivida. Una situación política que supera a sindicatos, partidos, gobierno y policía.
Destituir el mundo
La verdad no es algo que uno profese, sino un modo de estar en el mundo. Así pues, ni se posee ni se acumula. Se da en situación y de momento en momento.
Este principio aparta de un manotazo a todas las vanguardias, ya viejas y escleróticas haciendo entrismo en cada protesta, en cada multitud, para pergeñar su caduca retahíla de vacuos eslóganes y deseos de quedarse en posición dominante en cada revuelta. Es lo que ocurrió en las plazas de España en 2011, en el movimiento Occupy Wall Street, en la Nuit Bebout parisina de 2016. Toda esa vitalidad que las alimentó al principio, pronto se convirtió en una institución. Sus participantes improvisaron vacuos parlamentos donde se debatía y se votaba.
Si hubo desde el principio un vicio congénito en la Nuit debout fue reproducir y poner en escena el axioma de la política clásica, según la cual la política es una esfera distinta de “la vida”, una actividad que consiste en disertar, debatir y votar. De modo que terminó por ser un parlamento imaginario, u n órgano legislativo, y en consecuencia una manifestación púbica de impotencia. (…)Es necesario quebrar el círculo que hace de la contestación el alimento de lo que la domina, marcar una ruptura en la fatalidad que condena a las revoluciones a reproducir lo que ellas desechan, romper la jaula de hierro de la contrarrevolución, tal es la vocación de la destitución.
La destitución es lo que propone el comité invisible. La destitución es necesaria para adelantarse, protegerse, “a todos esos procesos constituyentes, que no son más que fantasmas. …”. Y Hay insurrecciones destituyentes como lo fueron mayo del 68, el mayo italiano y tantas comunas insurreccionales. Hay una destitución en cada puesta en común: en el valle de Susa frente al TAV Lyon –Turín; en los bosques de Notre Dame des landes y su Zona A Defender frente a un aeropuerto; en las campas de Tosu en el pueblo de Getxo frente al parking de la gran corrupción adjudicado a un magnate de la construcción española.
Destituir es en primer lugar destituir la necesidad de cualquier institución. No es criticarla: los primeros críticos del estado son los propios funcionarios; en cuanto al militante, cuanto más critica el poder, más lo desea. Destituir la universidad es establecer fuera de ella más vivos y exigentes de lo que ella es; destituir la justicia es aprender a arreglar los desacuerdos, ponerle método. Destituir el gobierno es volverse ingobernables. Quién ha hablado de vencer? Superar lo es todo.
Por mucho que el 80% de los franceses o de los españoles, italianos declare que no espera nada de los políticos, tampoco baja del 80% quienes confían en el estado y sus instituciones. Menoscabar el respeto laudatorio a la institución. La institución ahorra a cada cual tener que afirmar nada, que arriesgar una lectura de la vida y de las cosas, tener que producir una inteligibilidad del mundo en común. Y como dicen los del comité: renunciar a esto es renunciar a vivir, dimitir de la vida. “lo que necesitamos no son instituciones , sino formas. (…) la vida es creación continua de formas. Un pensamiento es una forma. Una costumbre es una forma. Una obra es una forma. Todo lo que vive no son más que formas e interacciones de formas”. Pero tal es la inercia hacia la institución, desde ciertas izquierdas. Cuando se plantean “alternativas revolucionarias”, estas no son otra cosa que instituciones. Es necesario quebrar el círculo que hace de la contestación el alimento de lo que la domina, marcar una ruptura en la fatalidad que condena a las revoluciones a reproducir lo que ellas desechan. Destituyamos.
El gesto destituyente es, pues, deserción y ataque, elaboración y saqueo, desafiando al mismo tiempo las lógicas de la alternativa establecida y el activismo. La comodidad, que embota las percepciones, se alimenta repitiendo palabras vacías. “No es cuestión de un nuevo contrato social, sino de una nueva composición estratégica de los mundos”.
La excepción del estado
No es la crisis solo. Es la excepción lo que marca nuestra época. Estado de excepción en el derecho, estado de excepción en cada empresa, poco a poco estado de excepción en cada calle. La ley está suprimiendo el derecho por la excepción para aplacar al mayor de los enemigos: el “enemigo interno”.
“Si le resultó tan natural a un gobierno socialdemócrata [en Francia] inspirado por la extrema derecha decretar el estado de emergencia después de los atentados de noviembre de 2015, es porque el estado de excepción ya reinaba bajo la forma de la Ley”.
Cabría decir lo mismo, de otro modo, a raíz de los atentados en Barcelona y Camprils: si el gobierno de España no vio necesario decretar el estado de excepción, es porque ya se vivía en él. El fiscal general lanza a los policías un mensaje de tranquilidad: el derecho no les perseguirá si cumplen con la ley (dentro del estado de excepción).
Lo que los medios, los militantes con carné y los gobiernos no pueden perdonar a los “violentos “ y demás “black blocs” es que pongan de manifiesto que esa debilidad que parecen mostrar enfrntándose al orden y a la policía no es una fatalidad. De algún modo, como reivindica el comité, demuestran que se puede actuar políticamente sin hacer política, desde cualquier punto de la vida. Al precio de un poco de valentía. Lo que “el violento” muestra en actos es que la acción política no es una cuestión de discurso, sino de gestos; y esto lo atestigua en las palabras que deja con espray en marquesinas y escaparates de bancos y bisuterías.
Salir de la economía y el trabajo
De la extrema derecha a la extrema izquierda, no faltan los discursantes que prometen “el pleno empleo”. Para todos ellos, el trabajo debe recuperar los dientes de sierra en la tuerca que hacer girar el sistema. Salvo que el sistema tiene sus rodillos rotos de éxito y ya no hay trabajo que pueda llevarse a cabo: el avance tecnológico y cibernético hace costosa la producción con humanos. En su panfleto Ahora, el comité aboga por subvertir no solo el trabajo, sino la economía. Hay que salir de la economía, incluida la que se vista de verde, sostenible o social.
Salir de la economía es también salir de un mundo fijado en números, escaños, votos. Los proyectos recientes de Siryza en Grecia y Podemos en España dejan al descubierto la claudicación y la lucha intestina por el poder interno de cualquier proyecto orientado a la ocupación del poder, la gestión de la economía. El mismo poder, la propia economía los devoran por dentro. La revolución está en cada situación que se da, viene a decir el comité invisible, en cada gesto que se convierte en común. A la vuelta del próximo motín.