La creación del enemigo interno
En el analizar la construcción de la figura del enemigo interno y las motivaciones que la producen nos hemos encontrado delante de un dilema conceptual pero también ético y político.
Por este nos urge aclarar que cuando hablamos de «enemigo interno» hablamos de una construcción operada sobre una serie de sujetos que se ven comprometidos en sus propuestas de lucha o en sus relaciones político-sociales por esta estigmatización. Tales sujetos no eligen deliberadamente situarse como enemigo interno (de una lucha, de una población, de una nación, de una identidad específica), pero son definidos como tales por exigencias externas a ellos.
Por otro lado situarse en la posición de «enemigo» es una elección activa de quien, por ideales y/o circunstancias concretas de opresión, se sitúa en un lado específico de un conflicto, no necesariamente compuesto por dos únicos frentes pero caracterizado por un enfrentamiento latente, posible o directamente en curso.
La construcción del enemigo interno
La construcción de la figura del enemigo interno, operada por las instituciones, policía y medios de comunicación, sirve al poder para desempeñar de forma eficaz una serie de acciones dirigidas al debilitamiento de las luchas y sucesiva pacificación.
En el contexto actual y ciertamente muy específico del Estado español, donde el populismo es también terreno de la izquierda y donde muchas luchas sociales han sido absorbidas dentro de las salas de decisiones políticas (Parlamento, la sede del partido, ayuntamientos) no se criminaliza en sí el hecho de que la gente se organice, sino que lo haga a través de prácticas que no pueden de ninguna manera ser reabsorbidas por el poder mismo.
Uno de los fines principales de la creación del enemigo interno es el de dividir las capas de población que por razones étnicas, económicas y/o por razones de estilo de vida o de ideología podrían unirse y crear vínculos de complicidad que podrían dar inicio a prácticas ingobernables.
Al mismo tiempo se trata de dividir dentro de los mismos movimientos sociales, tratando de romper las relaciones de solidaridad (construidas en el reconocerse parte de una misma lucha y/o de una misma opresión) y tratando de crear una fractura insalvable entre lo que es el momento destructivo y el constructivo de un momento/movimiento revolucionario.
¿Quién construye el enemigo interno?
La construcción de la figura del enemigo interno operada por el Estado en el sentido clásico se logra mediante el uso de sus herramientas de actuación: los medios de comunicación, los órganos de policía y los tribunales.
Los medios de comunicación son responsables de la propagación de un conjunto de valores y también del señalamiento de quienes subvierten los valores mismos.
Este contenedor (y quien se sale de él) no es estático, sino que, obviamente, varía de acuerdo a la necesidad del capital y a la lógica represiva del momento.
La realidad presentada, construida sobre aquellos valores específicos, es el garante de «un estado de bienestar» o una situación de relativa tranquilidad en la que la población puede referirse a cambio de algunas concesiones o «pequeñas» limitaciones de libertad. Quien subvierte esos valores, y por lo tanto pone en duda el estado de relativo bienestar, viene representado como causa y promotor de un potencial futuro de malestar general. Y ahí, primer elemento de construcción del enemigo interno.
El lenguaje y la selección de las noticias en los medios de comunicación están por lo tanto dirigidos y perfectamente calibrados. Un ejemplo que nos viene de un periódico de gran tirada es la noticia en la primera página: «Una madre rapa a cero por la fuerza a su hija porque no quiere llevar el velo». Es clara la calibración con respecto a la construcción del enemigo interno, muy común en estos días, el del islam y de la población árabe en general. Lo curioso es que no se informe de noticias sobre todas aquellas madres que rapan a sus hijas que se hacen crestas multicolores de la noche a la mañana. Obviamente en cuanto nos concierne la autoridad es siempre despreciable, pero no es casual este uso específico de la noticia y la construcción de la realidad que se encuentra allí.
Por otro lado, fortalecidos por la ideología del civismo, la policía y los seguratas no dudan en detener de forma muy contundente a personas con rasgos somáticos muy específicas, racializadas como árabes, por ejemplo.
La población frente a estas escenas cada vez más frecuentes, reconocerá en aquellos que tienen esos rasgos o aquellas características, un elemento potencial de amenaza de su propia seguridad o tranquilidad, individualizando entonces ahí al propio enemigo interno.
Desafortunadamente, la construcción del enemigo interno, esto es, del responsable del cuestionamiento de una serie de valores, no es solo prerrogativa del Estado y del poder en general.
Dentro de los movimientos de izquierda, fuera de los pasillos del poder, se ha recurrido a menudo a la construcción de un enemigo interno frente a la posibilidad de que determinados grupos políticos más radicales pudieran desestabilizar a una serie de instancias progresivas, legalistas y/o reformistas.
Un ejemplo es la narración que hacen ciertas izquierdas de algunas manifestaciones especialmente «apasionadas» donde señala a aquellas partes particularmente agitadas como «provocadores» o «infiltrados de la policía», en busca de una división física dentro de las manifestaciones y política a continuación, hasta la disociación, práctica ampliamente utilizada contra los anarquistas y grupos radicales por parte de sindicatos, izquierda parlamentaria y no, e incluso sectores autónomos más reformistas.
Enemigo interno como acción preventiva y como elemento disuasorio
Quien está obligado a vivir en condiciones cada vez más insostenibles antes o después se rebelará demostrando su propia disponibilidad para luchar. Y la interacción entre la ira que se incuba en diferentes sectores de población y ciertos grupos políticos organizados es el punto en el que se focaliza mayormente, en nuestra opinión, la mirada de los represores. Las innovaciones represivas introducidas en los últimos años se concentran sobre las formas de conflicto de baja intensidad que podrían, de hecho, difundirse socialmente.
Contromisure
Construir mediáticamente y legalmente el enemigo interno significa trazar una línea entre lo posible y lo imposible, compatible e incompatible con el orden establecido.
En cuanto peligro para la tranquila coexistencia y por lo tanto para toda la población,el enemigo merece un castigo ejemplar. Este castigo debe se claro y presente para todos y por lo tanto debe poner en práctica un efecto disuasorio y una función preventiva con respecto a otros posibles momentos conflictuales.
La aplicación del castigo se convierte en el siguiente paso en el que no puede funcionar solamente la acción de los medios de comunicación. Para aquellos que se reconocen o pueden reconocerse en ciertas prácticas, por la similitud de ideas y/o situación de contingencia y situación vital y que no asumen la «fascinación» del relato mediático, se pone en marcha el mecanismo de la represión ejemplar.
En este sentido, el poder judicial constituye una serie de categorías de las que distanciarse y a las que se debe «temer» entrar a formar parte. Este temor no solo está representado por la cuestión puramente legal, a saber, el encarcelamiento, sino también por su significado social: quien sea castigado como enemigo interno se encuentra en el otro lado de la línea, se rompen vínculos y complicidades, se aleja socialmente al sujeto.
Enemigo interno como una forma de expulsión y ruptura
No es nuevo que ante la posibilidad de un apoyo y una participación popular en determinadas instancias de carácter conflictivo (acciones directas contra el poder, manifestaciones, expropiaciones hasta incluso verdaderas y propias guerrillas), el aparato represivo está tratando de construir un desierto social en torno a los que llevan adelante esas mismas instancias.
Frente a la posible construcción de complicidades de quien se reconoce parte de una misma lucha, incluso desde diferentes puntos y necesidades, el aparato represivo golpea y dispersa a los componentes más conflictivos, impidiendo la propagación de prácticas efectivas de acción directa y tratando de asustar a cualquiera que se acerque.
El objetivo es aislar del contexto social a quien lleva adelante ciertas luchas para prevenir, no en lo inmediato, la formación de una cierta base de consenso popular en futuros conflictos.
Un ejemplo es la literatura policial y jurídica que siempre se ha construido alrededor de bandidos, bandoleros y delincuentes.
En muchas ocasiones estos individuos, no necesariamente impulsados por ideales políticos, pero sin duda por el hambre y por una especie de rebelión por la supervivencia, han sido capaces de resistir y continuar con su elección de vida gracias a los pueblos y las casas que les ofrecían, especialmente en tiempos difíciles, un alojamiento, un escondite, un trozo de pan. Lo mismo puede decirse de muchos grupos de guerrilleros o partisanos cuya resistencia y ataque habría sido posible solo gracias al apoyo logístico de la gente alrededor de las montañas.
En este sentido, la verborrea del Estado y del aparato represivo trabaja en la construcción de un imaginario de peligrosidad asociado a estos individuos. Lo hace no tanto y no solo para evitar engrosar las filas de resistencia en las montañas, sino sobre todo para expulsar a la gente de esas instancias, creando un vacío a su alrededor. Ese vacío debilita al rebelde tanto como su apoyo ha hecho posible la rebelión.
Enemigo interno como justificación para el control total
Entre los valores más apreciados por la democracia hay dos que parecen interesantes en este análisis: el derecho a la privacidad y el derecho a la libre circulación. Es evidente que desde el punto de vista smart del control total, el sistema tiene que encontrar los puentes, la posibilidad de eludir estas emanaciones de sí mismo. La presencia de un enemigo interno es una excusa perfecta. Mientras que la guerra, es decir, el enemigo externo, se lleva a cabo fuera y, por lo tanto, por lo menos en teoría, no altera ni afecta el curso normal de nuestras vidas democráticamente normativas, el enemigo interno plantea la cuestión bajo otro foco. Su presencia (y por lo tanto su construcción) interpela directamente a la gente a «pequeños sacrificios» o «pequeños inconvenientes».
Si el enemigo interno está dentro de casa, entonces le corresponde al Estado, a la policía y a los órganos judiciales, perseguirlo y mantenerlo bajo control, por el bien de todos.
Para esto requerirá nuevas tecnologías de control, que van desde instrumentos físicos, como telecámaras de alta tecnología, sensores, etc. hasta herramientas informáticas para el control del tráfico de Internet o las redes sociales. Si para un potencial islamista o un pedófilo se hace uso de cierta tecnología de control, será posible hacerlo también para todos aquellos componentes que, de otras formas, subvierten la buena convivencia. La receta es la misma.
Por otra parte, la libre circulación de personas está sujeta a un control cada vez más férreo en tanto que vector de posibles terroristas. A través de la construcción martilleante de un imaginario de «guerra interna», se explica a la población que el «inconveniente imprevisto» es sólo una forma de proteger la tranquilidad y el bienestar de todos.
En la guerra social elegimos de que lado estar
Que históricamente y en la actualidad anarquistas y subversivos hayan sido típicamente y siempre diseñados como «enemigos internos» no es sorprendente. Nuestras formas de organizarnos y nuestras prácticas son portadoras de una serie de valores no recuperables por el poder y de una conflictualidad posible y necesaria. Romper el aislamiento entre las luchas, superar las separaciones, hacer de la solidaridad un arma, promover la autonomía y la acción directa siempre han sido uno de los principios básicos de ser anarquista y antiautoritario/a.
Por esta razón, la represión, por desgracia, hay que tenerla en cuenta.
En la lógica de «enemigo interno», las ideas libertarias encajan perfectamente, ya que reúnen todos esos «contravalores» que el Estado y el capital necesitan para aislar, apagar, fragmentar.
La propuesta de una forma de organización horizontal y no autoritaria, ya sea por afinidad, en pequeños grupos e individualidades o por intercambio de intenciones e ideas de manera más general, las prácticas de apoyo mutuo y solidaridad, pero también la acción directa y el conflicto permanente, nos posicionan necesariamente en contraposición de instancias verticales, autoritarias, pacificadas, de privilegio y de aislamiento social.
Desde la construcción de nuevos espacios de sociabilidad hasta el ataque de símbolos del capital y de la opresión, pasando por la ocupación y la expropiación, las luchas contra las fronteras y el racismo, el apoyo a los desahuciados o expulsados de sus tierras, la creación de momentos conflictuales en manifestaciones y resistencias, el ataque a quienes consideramos responsables de la miseria y la opresión de muchos, son propuestas prácticas e ideales que pueden aglutinar muchas personas, recursos, posibilidades, incluso fuera del círculo estrictamente ideológico.
Por esto narrarnos como este enemigo interno es una herramienta para tratar de debilitar nuestras propuestas, pero también alejar a los que, aunque sea en parte, se reconoce en nuestro mismo lado del conflicto social.
En este intento, que pretende aislarnos y representarnos como responsables de la miseria social o peligrosos para el tejido de relaciones que nos rodean, hay responder sin renunciar a nuestras instancias y a las tensiones que nos mueven. Debemos señalar que el enemigo está en el otro lado de la línea y que de ese enemigo, ¡somos enemigo/as! En un modo preciso y calibrado, no indiscriminado.
Nuestras prácticas pueden ser violentas porque las condiciones de vida a las que estamos sujeto/as, y con nosotros/as la mayoría de la población, son violentas de por sí.
Es necesario reconocernos entre quienes reciben esta violencia por parte del Estado y del capital, construir relaciones de solidaridad y complicidad, ver las posibilidades de respuesta y resistencia comunes, colectivas e individuales.