¿Qué puede enseñarle la policía a un niño?
LA POLICÍA Y LOS NIÑOS...
Me acaba de llegar esta carta, de un querido amigo que ejerce de profesor. Ruega difusión.
¿Qué puede enseñarle la policía a un niño?
Estimados padres y madres de alumnos, estimados compañeros: Con estas líneas quisiera manifestar mi total desacuerdo con la decisión de este centro de que los alumnos de 3º y 5º cursos asistan a la exhibición del Cuerpo Nacional de Policía (CNP, a partir de ahora) que tendrá lugar el miércoles 8 de junio en la plaza de toros de Las Ventas, exhibición cuyo único objetivo es mostrar el lado amable y espectacular de unas fuerzas de seguridad que, a lo largo de los años, han mostrado una cara mucho menos simpática y ejemplar —especialmente en barrios como en el que nos encontramos— que la que se esfuerzan en presentar en este tipo de actos propagandísticos.
Para ilustrar esto que digo podría remontarme, por ejemplo, a los años 80, la época en la que la heroína se llevaba por delante a miles de jóvenes de nuestros barrios. En aquellos años, asociaciones como Madres contra la Droga de Vallecas (recientemente galardonadas con la Medalla de Oro de Madrid) denunciaron a varios policías y a sus colaboradores por lucrarse con la venta de estupefacientes, y llegaron a organizar una manifestación multitudinaria contra la connivencia y corrupción policial en el tráfico de drogas.
Pero ni siquiera habría que irse tan lejos. Ahora mismo vemos cómo el CNP se dedica a hacer controles por todo Madrid con criterios que bien podrían calificarse de racistas, a la caza de personas cuyo único delito es no haber nacido en España y no disponer de un permiso de residencia. Muchas de estas personas terminan encerradas en los llamados Centros de Internamiento de Extranjeros para ser deportados días, semanas o meses más tarde, y algunos de quienes han protestado contra semejantes prácticas han sido apaleados y detenidos por la propia policía; es lo que le ocurrió a Javier en marzo de 2012, cuando intentaba grabar una de estas redadas en el barrio de Lavapiés, y para quien la fiscalía pide dos años de prisión y 7.500 euros de multa por las supuestas lesiones que causó a uno de los agentes mientras éstos le golpeaban. En la actualidad sigue a la espera de juicio.
Y ya puestos, ¿cómo pasar por alto el acoso y la criminalización sistemáticos a los que se ve sometida la comunidad latinoamericana del barrio de Tetuán por parte del CNP, y que ha dado ya lugar, en distintas ocasiones, a disturbios y enfrentamientos? ¿Y qué decir del trato que recibe la comunidad gitana en España? Mucho se ha escrito de las humillaciones que ha padecido este colectivo por parte de los cuerpos de policía desde tiempos inmemoriales, y lamento tener que insistir aquí en ello; pero ¿cómo ignorar el sufrimiento de las familias de gitanos rumanos que viven cerca del vertedero de Valdemingómez y que ven cómo el CNP les derriba una y otra vez las chabolas en las que malviven, sin ofrecerles más alternativa que la intemperie y la calle?
También podría extenderme sobre los numerosísimos casos de abuso, maltrato y tortura policial que se han denunciado en los años de la democracia*, y de los que encontramos ejemplos casi a diario: desde el ya mencionado caso de Javier hasta la reciente sentencia del caso de Juan Andrés Benítez —muerto el 5 de octubre de 2013 cuando era detenido por los Mossos d’esquadra (la policía nacional catalana)—, que condena a los agentes a... un cursillo de Derechos Humanos, pasando por el caso de Ester Quintana, que perdió un ojo mientras se manifestaba pacíficamente en Barcelona, sin que la justicia haya considerado factible condenar a los mossos que dispararon la pelota de goma que la ha dejado mutilada para siempre.
O podría mencionar el hecho, por todos sabido, de que es el cuerpo nacional de policía el encargado de echar a familias enteras a la calle cuando se ejecuta un desahucio, forma de violencia bien conocida en barrios como el de Entrevías y que algunos alumnos de este centro han tenido la desgracia de padecer.
Y sin embargo, y a pesar de que esta retahíla de ejemplos podría alargarse casi sin fin, habrá seguramente quien piense, con respecto a las crudas realidades represivas que enumero, que la policía se limita a hacer cumplir la ley; y en cuanto a los abusos, que no son la regla, sino la excepción. Con respecto a lo primero, efectivamente, así es. La policía se limita a hacer cumplir la ley. Y esa es precisamente la cuestión. Pues si la ley no se puede hacer cumplir sin ejercer una violencia sistemática es porque contiene en sí misma toda la violencia de un orden irracional, injusto y represivo, un orden que condena cada vez a más gente a la exclusión y a nuevas formas de miseria democrática y modernizada. Y en cuanto a los abusos, si esa es la verdadera naturaleza de este orden y de sus leyes, ¿acaso puede haber una diferencia clara entre la regla y la excepción, entre la correcta aplicación de la ley y el abuso puro y duro?
¿Qué puede enseñarle, entonces, la policía a un niño? ¿Que hay «buenos» —los que tratan de adaptarse sin rechistar a un orden irracional e injusto, los agraciados en la lotería de la desigualdad— y que a esos hay que respetarlos; y que hay «malos» —los que protestan, los que no trabajan, los «negros», los «moros», los indocumentados, los que se han quedado fuera de todos los mercados, los que no aceptan la suerte que este orden les tiene reservada— y que esos merecen represión y castigo? ¿Qué puede enseñarle la policía a un niño? ¿Que tiene que creer en la culpa y en la violencia, que tiene que gozar con los impulsos sádicos y agresivos sin los cuales este orden no se sostendría ni un minuto? ¿De verdad será el espectáculo programado para el próximo miércoles en Las Ventas más edificante que, por ejemplo, la función de cachiporra por la que dos titiriteros dieron hace poco con sus huesos en la cárcel?
Considero que mi primera obligación como maestro consiste en respetar a los niños. Y entiendo que la primera muestra de respeto hacia ellos consiste en no engañarles, en no hacerles pasar por bueno lo que no lo es. En confiar en su razón viva, en su capacidad para descubrir las contradicciones de un mundo, que, como decía un pensador del siglo pasado, está obligado a mentir mientras quede un solo mendigo.
Por todo ello no asistiré a la exhibición del próximo miércoles; me quedaré en el colegio. Y os animo, tanto a compañeros como a padres y madres, a que no asistáis vosotros tampoco y a que desaniméis a los niños, hasta donde buenamente podáis —con las palabras más razonables, inteligentes y amorosas que tengáis a mano—, de que asistan.
Recibid un cordial saludo.
[ *La Coordinadora para la Prevención de la Tortura ha recogido, sólo entre 2004 y 2014, 7.500 casos de personas que han denunciado ser víctimas de maltrato policial, cfr. «El Gobierno silencia el problema de las torturas y los malos tratos policiales en España», Eldiario.es, 562016.]
Le decía, en mi respuesta:
"Te he "visto" en el escrito; y también he sentido cómo te ecuentras en estos momentos en la Escuela... Solo puedo decirte una cosa: "¡Ánimo en todo lo que se te ocurra, en todo cuanto decidas, como si no decides nada!" "¡Ánimo, siempre!". Ya sabes que en estos aspectos de la Escuela que tocan el cuerpo, que se mezclan con la sangre y revuelven los nervios, yo siempre he estado, y estoy, y estaré de tu parte, aunque no veamos exactamente igual las cosas y cada uno de nosotros tenga su modo propio de reaccionar".
Fuente: Grupo tortuga