Crisis, desidia, desolación y derrota: cómo hemos llegado aquí y por qué no podemos seguir así
Crisis, desidia, desolación y derrota: cómo hemos llegado aquí y por qué no podemos seguir así
Imagen de portada aportada por Briega y ajena a la fuente original.
“Nada, aquí, pasaba a ver que hay”, “la verdad que ahora bastante desconectadx, no estoy en nada”, “hace tiempo que no veo a nadie, no sé en qué anda la gente ahora”, “la verdad que no me paso hace tiempo por nada”, “no me da la vida”, “yo ya en casa, con la familia... muchas tareas, deudas, ya sabes, no me da pa' mas”...
Son tantas las conversaciones mantenidas con tantos compañerxs y amigxs en estos últimos tiempos sobre esto, que a pesar de la desolación que provoca en lo más profundo de nuestros corazones, nos hace sentir que no estamos locxs ni que lo que nos ocurre es una mala gestión individual.
Por suerte, podemos rescatar esos pequeños encuentros a nivel más personal en el que seguir poniéndonos al día, contándonos dónde está nuestro culo y nuestra cabeza en estos momentos. Nos reencontramos en fechas concretas y hacemos buenas reuniones que suben el ánimo y cargan pilas, porque si prescindimos de ese mínimo, estaríamos muertxs.
Pero en todas las sobremesas, en todos los cafés y en todas las largas noches, siempre aparece el mismo tema, las mismas ganas de decirle al otrx lo perdidxs, desubicadxs y solxs que nos sentimos.
Personas, COMPAÑERXS en mayúsculas, que tanto dan, dieron y tienen tanto que ofrecer. Amigas y amigos, entornos de lucha y confluencia que nos han enseñado a vivir la vida como la única forma posible de ser vivida: en comunidad, compartiendo, luchando, aprendiendo, remangándonos y manchándonos de barro, apostado, fracasando, volviendo a empezar, pillando lo más grande... pero siempre ahí.
Y resulta que la vida te da un golpe más duro que cualquier operación represiva, más fuerte que cualquier paliza y con más consecuencias a la larga que cualquier antecedente penal. Porque hay mucho en juego, demasiado como para no estar afectados por nuestro presente, nuestro día a día, por ver en lo que nos hemos convertido o por añorar, anhelar y desear muy fuerte lo que con tanta frustración no estamos pudiendo alcanzar.
La vida pasados los veintipoco y los treinta (y a los cuarenta, cincuenta...) es una maldita crisis constante, una constante necesidad de estar buscando un sitio donde echar raíces por fin, querer establecer un espacio, entornos y luchas desde el afianzamiento de lazos y relaciones que deberían estar ya más que construidas y creadas. Pero resulta que la realidad es otra, que el presente que nos ha tocado, está lleno de desbandadas, huidas, miedos, dispersión, de vidas individuales asumiendo de forma privada sus malestares y sentires, de una ausencia de comunidad, de falta de acompañamiento, de pérdida de referentes y de confianza en los demás y en unx mismx... En definitiva, de no saber qué coño hacer ni a dónde tirar, y de preguntarse algo que da miedo solo hasta pensarlo: “¿ha merecido la pena?”. Un escalofrío recorre el cuerpo cuando unx se cuestiona esto, porque pone en duda lo de unx y lo de lxs demas. Algo grande, bonito y necesario que sobra decir: obviamente ha merecido la pena y seguirá mereciéndola... ¡suponemos!...
Ojalá no invadan nuestras mentes pensamientos tan chungos que cuestionan algo tan profundo que hace tambalear y desmoronar la identidad y los pilares de cada unx. Da pánico imaginarlo.
Pero, ¿qué hacer cuando se muerde el polvo y a nadie “le da la vida” para tirar de del otrx porque estamos muy ocupadxs con nuestra rutina individual?. Mucha tristeza, ansiedad, malestar, aislamiento, desilusión. Algunxs empastilladxs, otrxs alcoholizadxs, otrxs con su familia, otrxs currando 12 horas, otrxs buscando algún cuchitril que poder pagar, otrxs sin parar de estudiar para seguir abriéndose puertas en el mercado laboral, otrxs buscando cualquier nueva actividad que le de adrenalina y le haga vivir el momento, el presente, el ahora, sin mirar al futuro, al otrx, a lxs otrxs. Ahí te das cuenta que hemos perdido, que nos ha ganado el capitalismo y su ritmo frenético y ese terrible malestar por sentir que te has equivocado, tú, de forma individual, y que has tomado malas decisiones.
“Tus problemas no son nada nuevo, ¿eh?. Andas con lluvia en los zapatos”. (Lágrimas y rabia).
Pero al mismo tiempo sabiendo que no y que, asumir lo contrario, sería darle validez a tantas teorías liberales, egoístas, positivistas y del “si puedes, quieres” que nunca nos hemos creído. No nos las hemos tragado porque hemos comprobado una y mil veces que no somos nadie sin lxs otrxs, sin lxs compañerxs, los espacios donde podemos poner tanto en común, lxs amigxs, la adrenalina de participar en proyectos, la ilusión de seguir conociendo y aprendiendo, el entusiasmo de querer empezar algo nuevo y la constancia de querer mantener todo lo que nos ha dado, y de alguna forma nos sigue dando, la lucha por la anarquía, por un mundo mejor, por verlo todo arder.
La resignación entonces viene por la no aceptación, el negarse a asimilar que esto tiene que ser así, que hasta aquí hemos llegado y que no podemos hacer nada al respecto. Y claro que unx solx no puede hacer nada para cambiar una realidad que afecta a tanta gente, que nos atañe a tantas personas y que es responsabilidad de todas y cada una de ellas. Esa mochila es grande y pesa mucho.
Cuando nos miramos a los ojos en esas charletas informales de madrugadas o de sobremesas, nos vemos reflejadxs unxs a otrxs, nos miramos a los ojos con ciertas ojeras y agotamiento ya, y entendemos cómo se siente y en qué punto está la otra persona. Pero nos sentimos incapaces de cambiarlo sin saber porqué. La teoría la sabemos, el problema lo comprendemos, reconocemos los recorridos con nuestros fallos y aciertos, somos capaces de ver nuestra potencialidad, hablamos con rabia y con cariño al mismo tiempo del pasado por el dolor que supone verse así, pero por el irremediable e imborrable sentimiento de nostalgia positiva y buenos recuerdos de haber creado, participado y sido parte de tantas cosas en las que nos iba la vida.
Porque ese es el problema, ese es el malestar y ahí llega la frustración: nos va la vida en ello. Si no nos importase, nos daría igual y estaríamos tranquilxs, con la sensación de haber superado una cierta etapa rebelde que ya fue y asumiendo que ahora solo le debemos ese respeto e incondicionalidad a nuestra familia, pareja o a nosotrxs mismxs sin importar al resto. Y es que sostenerse a unx mismx es un mecanismo de defensa para tiempos duros como el que vivimos muy peligroso, porque desconfía del otrx y de las estructuras que sirven para no tener que hacerlo. Corazas que impiden poner en común tantas cosas.
Y aquí y así estamos, sin ir a nuestros espacios o yendo por inercia, acudiendo por encontrarnos con alguien, por “ver qué hay” o “qué se cuece” pero con miedo a repetir, con distancia, sintiendo ajenos algunos lugares y entornos que fueron refugio y casa durante tanto tiempo y de repente percibimos como ajenos, sintiéndonos solxs. ¿Qué ha pasado?.
Vamos dando tumbos, de un lado para otro y de alguna forma, reafirmando que queremos seguir apostando por esto. “Esto” de la lucha que tanto nos ha salvado el culo a muchxs, ideas y prácticas que nos han hecho tirar adelante en momentos de mierda porque ahí te das cuenta que formas parte de un todo más amplio y que trasciende de que lo que a unx le pase. Aun habiendo pasado auténticos momentos de miedo, ansiedad, incertidumbre, dolor, duelos, represión y dudas, ahí estábamos.
Y esto es lo que estamos sufriendo, una especie de duelo eterno que nos hace constantemente mirar hacia atrás pensando que siempre cualquier tiempo pasado fue mejor, romantizando lo vivido y con actitud de cenizxs ante el presente y todo lo que hay. “Todo es una mierda, nada sirve, las nuevas generaciones están empanadas, los viejos ya se fueron o están acomodados”… ¿Y nosotrxs? Joder, se nos acabó la pasión, la ilusión, las ganas... ¡Cuando arriesgábamos todo sin importar las consecuencias porque era lo que había que hacer y punto!. ¡Qué adrenalina, qué sentimiento más profundo y qué felicidad supone creerse lo que se está haciendo y apostar por ello! Y qué vacío deja cuando eso se va.
Nos tenemos que encontrar, nos tenemos que ver, que seguir planteando nuevas formas de poner esto patas arriba, tenemos que sentir de nuevo la pasión por compartir y hacer que todo esto reviente de una vez. Ya es tarde para vivir una vida normal. No sabemos hacerlo y cuando lo intentamos, no nos gusta y nos sentimos mal porque no nos sale. Irremediablemente volvemos porque llevamos demasiado tiempo haciendo y pensando las cosas así y cambiar ahora y convertirse en “normal” sería más complicado que apostar de nuevo por lo que siempre hemos creído. Aunque solo lo miremos por ese lado, la balanza se inclina por el seguir luchando.
Y hay que seguir luchando por tantxs que se han marchado y que probablemente no han sabido encajar los duros golpes y procesos que hemos sufrido, por lxs que quedan aun dándolo todo con proyectos y con iniciativas aun sabiendo que los tiempos que corren no acompañan, a lxs que aún siguen a nuestro lado siendo amigxs y permitiéndonos despotricar al menos en esas charletas informales, a lxs que ya no están y tanto echamos de menos, a lxs que están aún encerradxs sin poder pararse a pensar en si les da la vida o si esto es una mierda, a lxs que están en casa sintiéndose identificadxs con esto presxs del inmovilismo y de la derrota...
Porque nos negamos a vivir nuestra vida de forma individual, a asumir los problemas como derrotas personales, a desligar de la locura y la histeria social capitalista nuestros malestares, a comernos solxs nuestro plato de comida, a asumir nuestras deudas, nuestras familias, nuestras rutinas, nuetras miserias y nuestras inquietudes.
Son malos tiempos políticos y sociales para luchar. Lo hemos dicho mil veces, lo comentamos constantemente y pensamos que, esxs chavalxs “empanados” que ahora están tirando de las cosas y tanta crítica nuestra reciben a veces, lo están haciendo sin referentes y en tiempos realmente jodidos. El capitalismo y el liberalismo vienen pegando fuerte, el control social, la represión, el aislamiento, la carestía de la vida, el sufrimiento psíquico y tantas cosas más que sabemos de sobra.
No nos podemos permitir una vida quietxs, no queda margen y hay que actuar. Encajar las derrotas, no convertir la frustración en una forma de vida más y entender que las ostias que nos damos son tan grandes porque nuestras aspiraciones también lo son, porque nada nos vale, no hay medias tintas, lo queremos todo, y no nos conformamos con menos. Y que así siga siendo porque conformarse con menos es no tensionarse a unx mismx, es rebajar el discurso y las aspiraciones, es conformarse con objetivos asumibles y asimilables. ¿Quién dijo fácil?
Nos tenemos que ver las caras y encontrarnos. Nos tenemos que organizar, y es urgente. Como sea.
“No es que tú busques problemas, es que los tenías ya, y esa es la única manera, de poderlos solventar” (Duelo).