Una lectura de El Amanecer de Todo, (parte 2)

Una lectura de El Amanecer de Todo, (parte 2)

Hace unos meses (nº46 Briega) escribí un escueto resumen del libro El Amanecer de Todo, de D. Wengrow y D. Graeber. A continuación, os dejo algunas reflexiones que me sugirieron la lectura de este colosal ensayo. Como se comentó, una de las ideas principales sobre la que gira toda la obra es la libertad, entendida desde un punto de vista social más que individual. Los autores distinguen tres tipos de libertades presentes en buena parte de las sociedades humanas del pasado: la libertad de trasladarse físicamente, de mudarse de entorno; la libertad de ignorar o desobedecer órdenes dadas por otros; y, por último, la libertad de crear realidades sociales totalmente nuevas, o de alternar entre realidades sociales diferentes. Estas tres libertades han ido perdiéndose de forma paulatina con el transcurso de la historia hasta llegar a la situación que conocemos hoy en día. Según se explica en el capítulo décimo del libro, la pérdida de estas libertades pudo estar vinculada al desarrollo de tres principios que los autores denominan «control de la violencia», «control de la información» y «carisma individual» y que se convirtieron en las instituciones básicas que conforman los estados modernos. Estas son: el monopolio de la violencia y la legitimidad para ejercerla, por un lado; la burocracia y la capacidad de controlar, almacenar y tabular información, por otro, y el juego de la democracia parlamentaria, que no es sino una «arena» en la que distintos líderes políticos miden sus carismas y compiten por ser quienes impongan su autoridad al resto de sus conciudadanos.

Estas tres formas elementales de dominación, sin embargo, no tienen un origen histórico común, ni estuvieron presentes en todas las sociedades. No todas han experimentado las tres formas de dominación o lo han hecho de manera parcial o atenuada. Tal es así que «el proceso que suele denominarse “formación de Estado” puede significar, en realidad, una multitud asombrosa de cosas». Y durante mucho tiempo, una parte considerable de la población mundial, la llamada «bárbara» supo apañárselas para permanecer fuera del dominio de estos estados y de estas formas de dominación. Sin embargo, nos dicen Graeber y Wengrow, «en nuestro mundo actual este no es ya el caso. Algo ha ido terriblemente mal… al menos desde el punto de vista de los bárbaros. Ya no vivimos en ese mundo. Pero el mero hecho de reconocer que existió durante tanto tiempo nos permite plantear una importante pregunta. ¿Cuán inevitable fue, realmente, el tipo de gobiernos que tenemos hoy en día, con su particular fusión de soberanía territorial, intensa administración y política competitiva? ¿Era esta la necesaria culminación de la historia de la humanidad?».

Uno de los mensajes que nos deja la obra es que una mirada al pasado desde otro prisma diferente al que tiene acostumbrada la academia, nos permite contrarrestar la visión teológica de la historia según la cual todo condujo inevitablemente al capitalismo, al estado-nación moderno y otras instituciones de dominación. Está claro que todo ello podía haberse evitado y de hecho se evitó en muchos casos durante mucho tiempo, pero reformulando la pregunta de los autores cabe plantearse: ¿cuán inevitable es que permanezcamos bajo el yugo del tipo de gobiernos que tenemos hoy en día? En otras palabras, ¿es posible imaginar otros mundos futuros posibles, o, por el contrario, hemos llegado a ese status quo que el mil veces citado Francis Fukuyama denominó «el fin de la historia»?

Si hablamos de imaginación, qué mejor que recurrir a la literatura, dónde todo es posible. En la novela Los desposeídos de la genial escritora de ciencia ficción Ursula K. Le Guin, la trama se desarrolla en un planeta llamado Urras y en su luna, Arranes, ambos regidos por sistemas políticos completamente distintos. En Urras, impera una economía capitalista y un estado centralizado, mientras que en Anarres, habitada por personas exiliadas y disidentes políticos de Urras, funciona como una sociedad anarquista apoyada en una economía colectivista. La novela tiene muchos matices interesantes y no es maniquea, ya que no idealiza ninguno de los sistemas ni a sus habitantes. Hacia el final de la historia (aviso: spoiler), se produce una revuelta protagonizada las clases oprimidas del planeta Urras, con una huelga general y disturbios, acompañados de su correspondiente represión brutal por parte del poder. El detalle interesante es que esta insurrección estalla por la llegada de un habitante del planeta vecino y se inspira en los textos de la revolucionaria que guio a las exiliadas del planeta Urras, pero, sobre todo, en el conocimiento de que existe una sociedad vecina organizada políticamente de forma distinta. Imaginemos ahora una realidad paralela en la que cada vez que alzáramos la vista al cielo contempláramos nuestra luna y pensáramos: ahí arriba existe una sociedad libre e igualitaria. ¿Soportaríamos de igual manera vivir en la sociedad tal como la conocemos?

Imagen extraída de Acracia

Claro que se podrá argumentar que no hay mucha diferencia entre comparar nuestras sociedades actuales con sociedades del pasado o con sociedades imaginadas a la hora de convencernos de que es posible alcanzar la libertad. Entonces, ¿hacia dónde dirigir nuestras miradas? Pienso al respecto que hoy en día es posible hallar nuestras propias Anarres, pequeñas y modestas, no tan sugerentes como un planeta habitado por una sociedad igualitaria y sin opresiones, pero reales al fin y al cabo. Estoy pensando por ejemplo en las Zonas Temporalmente Autónomas (TAZ). El concepto, acuñado por Hakim Bey, se define como «una revuelta que no se engancha con el Estado, una operación guerrillera que libera un área –de tierra, de tiempo, de imaginación– y entonces se autodisuelve para reconstruirse en cualquier otro lugar o tiempo, antes de que el Estado pueda aplastarla». Un concepto amplio que abarca muchas situaciones distintas como festivales autogestionados, comunidades en lucha, encuentros anarquistas, acampadas de protesta, espacios okupados… Colin Ward, en el texto «Reflexiones sobre las TAZ» señala que «una vez que el concepto de “zonas temporalmente autónomas” se aloja en tu mente, empiezas a verla por todas partes: momentos efímeros de anarquía que ocurren en la vida cotidiana. En este sentido describe un concepto quizás más útil que el de una sociedad anarquista, puesto que las sociedades más libertarias de las que tengo conocimiento tienen elementos autoritarios, y viceversa».

La TAZ son reformuladas y redefinidas de forma más poética por el Comité Invisible en su libro A nuestros amigos. Recuperan para ello el término de comuna, aunque desvinculando de su acepción clásica, para ser entendido más bien como lazos o vínculos entre personas dispuestas a luchar juntas por otro mundo y a la vez entendida como territorio, lugares físicos en los que encontrarse y compartir ese deseo de lucha. Al igual que sucede con las TAZ, las comunas del Comité invisible son temporales o no se estancan en un único lugar, sino que se consumen y resurgen constantemente: «La comuna es pues el pacto para confrontar juntos el mundo. Es contar con las propias fuerzas como fuente de la propia libertad. No es una entidad a lo que aquí se hace referencia: es una cualidad de vinculación y una manera de estar en el mundo. […] La necesidad de autonomizarse de las infraestructuras del poder no proviene de una aspiración ancestral a la autarquía, sino de la libertad política que se conquista de esta manera.»

Todo esto puede sonar muy abstracto o muy literario y, sin embargo, pienso que las comunas son una materialización, en el siglo XXI y en el seno de los estados modernos, de las tres formas básicas de libertad citadas en El Amanecer de todo. En primer lugar, las comunas nos permiten trasladarnos físicamente, cambiar de entorno y escapar de las leyes del Estado (aunque sea temporalmente). Por ejemplo, las okupas o las Zonas a defender (ZAD), son lugares en los que se refugian a veces personas sin papeles o menores fugades. En segundo lugar, nos permiten ignorar o desobedecer órdenes externas. En una manifestación que termina en disturbios, por ejemplo, experimentamos el placer de plantar cara al poder, de enfrentarnos a la policía, de romper momentáneamente con el orden impuesto. Por último, nos permiten crear realidades socialmente nuevas, o alternar entre realidades sociales diferentes. Una asamblea de lucha, una plaza okupada, una huelga, por ejemplo, pueden ser momentos creativos que alternan nuestra realidad cotidiana.

Por tanto, la historia no se ha detenido, no nos hemos estancando en un punto de no retorno. La libertad es posible ahora si la deseamos y la ponemos en práctica, aquí, ahora y si aspiramos a multiplicarla y extenderla por todos lados.

Jugando con la A

Artículo publicado en el boletín Briega en papel nº 52 Febrero 2024.