Zapatismo: a 30 años de una traición que es autoafirmación
El 1 de enero de 1994 el movimiento zapatista se enfrentaría a un hito fundamental en su recorrido histórico. Un año antes, en enero de 1993, en el marco del primer congreso del Partido de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) —movimiento clandestino fundado en 1969 en México y de naturaleza marxista-leninista— se acordó por unanimidad entre los delegados declararle la guerra al gobierno mexicano a través de su brazo armado, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). El objetivo fundamental de las FLN era la toma del poder político por el proletariado del campo y la ciudad para instaurar una república popular con un sistema socialista, todo ello mediante la derrota política y militar de la burguesía.
A partir de 1983, el trabajo de las FLN en Chiapas se complementaba con el que se desarrollaba clandestinamente en otros puntos de México, destacando el trabajo sustentado por las comunidades rurales. Este nivel de implicación estaba fundamentado en gran parte por la opresión histórica sobre la población y por su tradición de dignidad insurrecta. Así pues, el marxismo-leninismo de la comandancia mayoritariamente urbana entró en contacto pleno con las perspectivas de la población indígena que rodeaban al EZLN. Fue precisamente el papel de sostenimiento y participación política de las comunidades indígenas con aquel lo que hizo posible pensar en un salto hacia adelante acorde a las aspiraciones políticas de gran escala de las FLN.
Así pues, el 1 de enero de 1994 el EZLN se levantó en armas enfrentando al ejército mexicano llevando consigo una serie de demandas fundamentales: techo, tierra, trabajo, pan, salud, educación, independencia, democracia, libertad, justicia y paz. Desde entonces, el movimiento zapatista ha recorrido una serie de derroteros que han ido conformando una identidad política propia, forjada al calor de las cosmovisiones de las comunidades indígenas de las que se conforma y de las muy diversas luchas que han tenido que afrontar en paralelo a la librada contra el Estado mexicano. Por su parte, aunque el Estado al principio confrontó abiertamente a las milicias zapatistas, ha transitado paulatinamente a una estrategia de guerra de «baja intensidad»: a través del hostigamiento permanente, apuesta por desgastar el tejido social de las comunidades zapatistas a base de ataques armados ejecutados por grupos paramilitares y también de otras medidas de índole administrativo y judicial.
El desarrollo del movimiento zapatista durante estos 30 años es, pues, el testimonio de una lucha que ha tenido que alejarse de dogmas para otorgar respuestas a sus necesidades, tomando en cuenta al mismo tiempo el contexto local y global en el que desarrollan su lucha y los vínculos posibles con otras realidades. Esto ha implicado, indirectamente, la decepción de algunos sectores sociales que esperaban encontrar en la lucha zapatista una cristalización de sus aspiraciones ideológicas. Hay quienes las preferían más democráticas y progresistas, mientras otros las preferían más radicales y militaristas. También hubo quienes las querían pacíficas y despreciaban sus incontrolables ganas de morir en la guerra contra el ejército mexicano, y los hubo que lamentaron su aceptación del cese al fuego. Todo esto, eso sí, como ha dicho el zapatismo: «mientras los muertos los pongan otros».
Al respecto, el comandante Germán, quien fue uno de los fundadores de las FLN, señaló en 2021 al subcomandante Marcos por ignorar la teoría marxista del movimiento. Posteriormente agregó que el EZLN debería cambiarse el nombre pues ya no defiende las causas que dieron origen a su creación. Ante este evidente distanciamiento del fundamento marxista-leninista propio de su creación y, abordando también todas aquellas miradas curiosas que se asoman buscando alguna vinculación con alguna vertiente teórica de la izquierda, cabe preguntarse ¿cuál es el proyecto político del zapatismo?
Para ello, sería necesario hacer un repaso histórico del camino zapatista desde aquel 1 de enero de 1994 y los hitos que han llevado a reflexiones y toma de decisiones importantes al interior del movimiento. Pretender desarrollar ese análisis en un texto de esta magnitud sería ingenuo, reduccionista y limitado. La información está, afortunadamente, al alcance de cualquiera en diversos medios de comunicación y en el propio espacio virtual de comunicación del EZLN (enlacezapatista.ezln.org.mx). Solo hace falta decir que, una vez agotadas las vías de negociación con el Estado mexicano, las comunidades zapatistas han declarado su autonomía en diversos territorios en el estado de Chiapas. Esto implica un ejercicio de autogestión por parte de las comunidades en ámbitos como el territorio, hasta aspectos como la salud o la educación entre otros, buscando satisfacer las demandas enarboladas durante el levantamiento armado, pero sin esperar a que sean resueltas por el Estado el cual, dicho sea de paso, no tiene capacidad de injerencia en las comunidades zapatistas.
La autogestión de recursos y del territorio ha implicado para las comunidades zapatistas una serie de retos en lo que respecta a la organización de quienes lo habitan. Pasando por diversas etapas en esta experiencia, como los Aguascalientes, el nacimiento de los Caracoles o las Juntas de Buen Gobierno, la tendencia actual es hacia formas de organización que incitan a la participación directa, en las que las asambleas de cada pueblo son el núcleo de la organización general. Recientemente se anunció una nueva estructura de la Autonomía Zapatista, en la que las zapatistas organizan y gestionan su territorio tomando como base el Gobierno Autónomo Local (GAL), el cual está sujeto a las asambleas de cada pueblo. En el siguiente nivel de complejidad territorial (región) se encuentran los Colectivos de Gobiernos Autónomos Zapatistas (CGAZ), que son un conjunto de varios GAL y «en los que se proponen, discuten y se aprueban o rechazan los planes y necesidades de Salud, Educación, Agroecología, Justicia, Comercio, y otras que se vayan necesitando». Por último, a nivel de zona están las Asambleas de Colectivos de Gobiernos Autónomos Zapatistas, (ACGAZ), que no tienen autoridad, sino que dependen y responden ante los CGAZ, de la misma manera que los CGAZ a su vez dependen y responden ante los GAL. Más allá de lo anterior, las comunidades zapatistas muestran una fuerte tendencia internacionalista y han organizado constantemente iniciativas de intercambio y aprendizaje con otras geografías. Al respecto declaran: «Todo lo que pasa en cualquier rincón del planeta, nos afecta e incumbe, nos preocupa y duele… Aunque no sepamos muchos idiomas ni entendamos muchas culturas y modos, sabemos comprender el sufrimiento, el dolor, la pena, y la digna rabia que provoca el sistema».
La dirigencia zapatista es ahora completamente indígena, restando espacios al sector mestizo del movimiento para ubicarlos como colaboradores. El ejército zapatista ha ido apartándose de todos aquellos espacios de decisión social y se mantiene en aquellas labores propias de defensa de un territorio acosado por la violencia estatal. Estamos pues, ante 30 años de un movimiento que 'traicionó' su origen marxista-leninista para decidir su propia identidad política de lucha contra el capitalismo y a favor de su contrario: la vida. Un movimiento que ha ido apropiándose de su derecho a gobernarse, a autogestionar su camino y que desde la humildad de la autocrítica comparte sus errores y aciertos. Un movimiento que busca eliminar el acento de las individualidades para ponerlo en la fortaleza del colectivo. Un movimiento que no pretende ofrecer respuestas, sino que comparte preguntas para responderlas en colectivo, cada uno «según su modo, su calendario y su geografía». Estamos ante un movimiento que más allá de vanguardias, manuales o 'acciones ejemplares', implica una pregunta constante que es: ¿y tú qué estás haciendo allá en donde estás?
* Texto publicado originalmente en el nº51 del boletín Briega en papel, correspondiente a enero de 2024