Entrevista al poeta y ensayista surrealista Xoan Abeleira: «La poesía es indefinible. Al igual que de cualquier otro gran tema –la vida, el amor, la muerte…– todo cuanto podamos decir sobre ella será siempre relativo»

Entrevista al poeta y ensayista Xoán Abeleira con motivo de su paso por Santander el pasado 3 de febrero de este año para presentar su libro de ensayos La poesía no es un cuento y otros textos impeninentes. La presentación tuvo lugar en la librería La Vorágine.

- ¿Cómo surgió la idea del libro?

Tras concluir el ensayo que da título al libro (mi intento de aportar algo de luz al sombrío estado en el que, a mis ojos, se encuentra la denominada “joven poesía actual”), decidí agrupar una serie de textos –los mejores– escritos a lo largo de las últimas dos décadas, todos los cuales, en menor o en menor medida, giran entorno a la poesía, entendida esta, ante todo, como un medio de conocimiento espiritual, o a cuestiones relativas a la creación poética. Algunos fueron escritos en gallego. Otros en castellano. El resultado –que abarca incluso dos entrevistas– es más surrealista que académico, digamos; se asemeja, creo yo, más a los libros de ensayo de André Breton –un modelo continuo para mí– que a los de Octavio Paz, por ejemplo, o a los de José Ángel Valente, por mucho que yo los admiré también como ensayistas. Y, pese a la aparente diversidad y disparidad de esos “textos impenitentes”, creo que todos están unidos, en el fondo, por un birillo (“raíz madre”, en gallego”) que los reviste de coherencia.

- En el libro hablas de la importancia de las canciones chamánicas y del papel de la meditación en la enunciación poética actual. ¿En tu escritura poética recurres a técnicas vinculadas con esas prácticas ancestrales?

Los temas a los que aludes están íntimamente vinculados, ya que, de hecho, la meditación (para mí, el mayor logro espiritual de la humanidad, y por tanto, el mayor de sus logros) brotó como consecuencia natural de lo que ahora denominamos chamanismo, la espiritualidad primigenia del ser humano, la que todos llevamos en el tuétano, en los cimientos de nuestro inconsciente colectivo.

Y sí: cuando escribo, bebo de esas dos fuentes de la creación, en las que a partir de un momento determinado de mi vida decidí sumergirme de veras, en cuerpo y alma, y no de una manera meramente intelectual.

Yo no soy más que un pobre, pésimo principiante en esas dos ciencias del espíritu, pero llevo muchos años intentando, mal que bien, recorrer esas dos vías paralelas y, tal vez, complementarias; realizando diversas prácticas chamánicas (viajes con tambor, por ejemplo, siguiendo las enseñanzas de Michael Harner), participando en auténticas (ojo a la cursiva) ceremonias de ayahuasca guiadas por auténticos chamanes (no por chiflados o timadores), y, también –aunque no, ay, con la perseverancia deseada y necesaria– ahondando en las dos líneas principales de la meditación budista: samatha y vipássana. Mas no con la esperanza de escribir “grandes obras” (algo que cada vez me importa menos y espero que deje de importarme alguún día) sino con el anhelo de liberarme del sufrimiento y del ciclo de las reencarnaciones.

En este sentido, como “poeta meditador”, mis modelos son los místicos y las místicas, los yoguinis y las yoguinas de Oriente y Occidente, como Kabir, Lalla, Milarepa, Rangdreul o Juan de Yepes Álvarez. Y, a otro nivel, los y las surrealistas. El resto –ya se sabe– es literatura. “Naderías” (a la postre), como afirmó Rimbaud.

- Hablemos del sueño, ¿qué grado de vinculación hay entre sueño y escritura poética?

Por sintetizar este tema, tan rico y tan complejo, digamos que el sueño, además de una de nuestras mayores fuentes de conocimiento, puede ser también una de nuestras mayores fuentes de creación, tal y como lo advirtieron, en la época moderna, los románticos, los simbolistas y los surrealistas. Desde El doctor Jekyll y Míster Hide a la Sonata del Diablo, son muchísimas las obras que les fueron “dictadas” en sueños a sus creadores por ese algo misterioso e innominable que habita dentro –y quizás también fuera– de nosotros. “El Gran Espíritu” o “la Diosa”, por emplear una terminología chamánica.

Los surrealistas intentan, intentamos conectar con ese algo a través de la escritura automática (la cual, por cierto, exige un cierto grado de concentración que, a mi juicio, debe alcanzarse a través de algunas de las técnicas de la meditación samatha: anapana, por ejemplo, cosa que André Breton ya dijo en el primer Manifiesto Surrealista, a su manera, y, más claramente, al final de su vida, aludiendo al zen). Pero, en este momento de mi escaso desarrollo espiritual, creo que la práctica que más nos puede ayudar, tanto a nivel espiritual como a nivel poético, es el yoga de los sueños, el “sueño lúcido”. Y no digo más, para no alargarme en exceso.

- Abordas temas espinosos: la poesía actual y la tendencia cada vez más extendida de calificar como poesía aquellos textos que no lo son, como es el caso de las letras procedentes de determinados cantautores afamados o incluso de autores considerados como poetas por el canon, como Benedetti. En ese sentido tu libro es muy valiente por coger al toro por los cuernos e ir al núcleo del problema: el qué es y no es poesía, y su conversión en mera mercancía de consumo. ¿Cuál sería tu definición de lo que debe ser poesía?

La poesía es indefinible. Al igual que de cualquier otro gran tema –la vida, el amor, la muerte…– todo cuanto podamos decir sobre ella será siempre relativo. Pero para responderte, y resumiendo, nuevamente, permíteme que me remita ahora a Vicente Huidobro; a una frase de la charla que dio en 1921 en el Ateneo de Madrid acerca de La poesía: “El valor del lenguaje de la poesía está en razón directa [es directamente proporcional] de [a] su alejamiento del lenguaje [corriente y moliente] que se habla. Esto es lo que el vulgo no puede comprender…” Y esto es lo que la mayoría de los poetas jóvenes –y los mass media del Sistema que los patrocinan y venden– han olvidado o pretenden haber olvidado. O sea, que el extraordinario lenguaje poético –más semejante al onírico– no tiene nada que ver con el lenguaje ordinario de la realidad ordinaria. Cosa que, en realidad, todo el mundo sabe. Igual que todo el mundo sabe que el arte de la poesía, como todas las artes, tiene sus propias estructuras, sus propias técnicas, sus propios géneros, sus propios recursos. El problema es que la mayoría de los poetas jóvenes actuales pretenden darnos “gato por liebre”, y hacer pasar por un poema lo que, en realidad, no pasa de ser un post-it, el fragmento de un diario o –en el mejor de los casos– un microrrelato. Prosa, en fin, y, en general, mala.

- Citas y mencionas mucho a André Breton. ¿A qué se debe esta presencia en el libro de alguien tan vilipendiado como Breton en el libro?

Amo profundamente la obra de André Breton, y cuanto más profundizo en ella, más la amo. Breton es siempre poeta, en todo cuanto escribe, y, como aseveró Yves Bonnefoy al final de su vida, “Breton es el gran poeta desconocido del siglo XX”. Un poeta sumamente exquisito y sumamente original, sobre todo formal, estructuralmente. Ayer mismo, estuvimos comentando en nuestro taller de poesía “Sur la route de San Romano”, para mí, uno de los mejores poemas de la poesía moderna. Otra genialidad suya. Para y por lo demás, remito a las lectoras y los lectores a mi introducción del volumen Pleamargen, que escribí a modo de testamento poético, como si me fuese a morir al concluirla. Simplemente porque en ella vertí todo mi amor por la obra y la vida de Breton, y por el surrealismo.

- Otro texto se titula “Sobre el poema en prosa”. ¿Qué tienes que decir al respecto?

El primer poeta que traduje, con diecisiete años, fue Arthur Rimbaud. Y, pasadas tantas décadas, su obra me sigue deslumbrando, guiando, orientando en lo oscuro. En ella aprendí amar ese género… también difícilmente definible, el del “poema en prosa”, y en el cual me zambullí casi desde que empecé a escribir poesía. Fue él, Rimbaud, no Baudelaire (a quien también adoro, y con quien incluso me siento más identificado como ser humano, para bien y para mal)… Baudelaire, demasiado apegado aún a la prosa como tal, quien inventó el género, al igual que inventó el llamado “verso libre”, en Illuminations–. No sé… Al hablar del “poema en prosa”, supongo que sus características principales son, por un lado, el lenguaje, que es un lenguaje poético, no prosístico, y por otro, la música, el ritmo –que tampoco es el de la prosa, ni siquiera el de la “prosa poética”, como algunos pasajes de Virginia Woolf o de Malcolm Lowry–. A pesar de su apariencia formal, la estructura de un poema en prosa suele ser poética, creada a partir de recursos poéticos (incluso rimas internas). Y… sabe, huele a poesía, no a prosa. Muchos de los textos de Illuminations siguen siendo paradigmáticos, en todos esos sentidos. Es un libro eterno.

- Otro bloque sustancial está dedicado al haiku, ¿qué opinas del haiku y de las “formas poéticas de expresión” en general? ¿No crees que esas estructuras limitan y condicionan de algún modo la propia enunciación? Es algo muy diferente de la escritura automática…

¡Uf! Para intentar responder a esas y otras cuestiones escribí “El abejorro en la biblioteca”. Amo mucho el haiku, un género que practico desde hace más de veinte años, y sobre el que he leído muchísimo, aunque estoy lejos de considerarme un “especialista” en él. Como es sabido, el haiku tiene sus propias “reglas canónicas”, y yo, en ese ensayo, analizo y comento algunas de ellas, reafirmando algunas y enjuiciando otras…

¿Nos condicionan esas normas suyas, su estructura clásica de 7-5-7? Por un lado, sí, pero por otro nos impulsan a “pulirnos como poetas”. “La poesía”, dice mi amiga Ada Salas, “es una operación de resta, no de suma”. Y el haiku es la síntesis poética oriental por antonomasia.

Todo gran poema tiene una forma, un fondo y –lo más importante, quizás– un trasfondo… ¡insondable! (“Un poema que se agota a la primera lectura no es un buen poema”, insiste una y otra vez el maestro Antonio Gamoneda) Es cierto que una de las características de la poesía moderna es haber roto los moldes de la poesía clásica (uno de los falaces argumentos a los que se recurre ahora para hacer pasar un texto en prosa por un poema, en plan “todo vale” en poesía), pero eso no implica que un poema moderno no posea una/otra estructura. Ni tampoco que esa estructura sea una suerte de cárcel en la que, como poetas, nos asfixiamos. Cualquier estructura no es sino una manera de organizar los elementos que la componen. De hecho, todo, absolutamente todo cuanto conocemos en el universo tiene una estructura. ¡Incluso esta entrevista!

En cuanto a la escritura automática, podríamos decir sí, que es la práctica “poética” más “libre” posible. Pero si analizamos los resultados, seguro que hallamos alguna estructura en ellos. Como en los sueños. Eso sin olvidar que el fin de la escritura automática, como no se cansó de repetir Breton, no es crear una gran obra (“Antes la vida”). La escritura automática es, sobre todo, para mí, una via de introspección y de liberación del inconsciente. Al margen de que algunos de los hallazgos resultantes puedan ser reutilizados en un poema, o en un cuadro, o en un relato, ¿por qué no?

- Sylvia Plath… en el libro dedicas un importante espacio a esta autora. ¿Por qué en la parte final incluyes un texto sobre su poesía y una entrevista a Rodrigo Olavarría, traductor de esta autora. ¿Qué te ha aportado la poesía de Sylvia Plath?

¡Ah, Plath! ¡Estoy enamorado de ella desde que la vi erguirse bajo mis párpados! Plath, además, y pese a haber muerto tan joven, es una maestra inmensa para cualquier poeta. Algunos de sus poemas son ejemplares respecto a lo que ha de ser un gran poema como tal. Rozan –si no alcanzan– la perfección. Ella me ha enseñado muchísimo –tanto como su compañero, Ted Hughes–. Por ejemplo, a escribir un poema a partir de la observación. Sin su influencia, la de ambos, no existirían, por ejemplo, algunos poemas de Animais Animais.

Con todo, la razón por la que incluí en el libro esos textos a los que aludes es porque también abordan diversas cuestiones relativas a la creación poética, en general. Así de sencillo.

- ¿Dejaste algún bloque sin incluir en el libro por falta de espacio? ¿Habrá una edición ampliada?

¡Gracias por la pregunta! Porque sí: lamento no haber incluido un ensayo sobre Juan de Yepes Álvarez. Uno, por ejemplo, sobre la relación entre el budismo y la mística sanjuanista. Y… es curioso que esta entrevista concluya así, con esta cuestión, porque ayer mismo vislumbré una futura edición ampliada del libro, en la que, además del citado, figurará otro texto sobre la poesía de André Breton y uno sobre el tema del yoga de los sueños… ¡por lo menos!

Pues ojalá que esa nueva edición llegue pronto. Muchas gracias por la conversación, Xoán.