Esto no ha hecho más que empezar
Ninguna revolución es espontánea. Ninguna acción puntual desencadena un movimiento social. Ninguna lucha explota sola.
Para que haya una respuesta social de rechazo a un acto intolerable, la sociedad tiene que haber llegado al consenso -aunque sea tácito- de que no va a tolerar ese acto.
Desgraciadamente, los avances en la libertad de las mujeres y en la lucha contra las violencias que ejercen sobre nosotras los hombres -que es exactamente la agenda feminista de toda la vida- se han ido apoyando en este país -como en casi todos- en actos tan intolerables que se han llevado la vida, la salud, la libertad o el bienestar de alguna mujer por delante. Parece que no espabilamos hasta que no le ponemos cara.
El 4 de diciembre de 1997, Ana Orantes, una mujer de 60 años, le contaba a Irma Soriano, la presentadora de De tarde en tarde en Canal Sur, que su exmarido José Parejo llevaba cuarenta años torturándola, violándola, manteniéndola secuestrada y abusando de sus hijas menores. Trece días después del programa, el torturador y violador se acercó a ella por la espalda, la roció con gasolina, le prendió fuego y se convirtió en asesino. Ana se había intentado separar en varias ocasiones, pero dos jueces se lo habían impedido y un tercero la obligó a convivir con el asesino, después de separarse, en la casa en la que la mató. Ella había puesto más de quince denuncias y sus hijas e hijos más de veinticinco.
Ni era la primera ni fue la última ni fue, ni mucho menos, la única. Pero la sociedad española, con un movimiento feminista inagotable y una comunidad internacional que se había enterado de la desigualdad de las mujeres en la Conferencia de Naciones Unidas de Pekin de 1995, se vio reflejada en la honestidad de Ana Orantes, en la calma con la que describía el infierno y en una Irma Soriano que se limitó a dejarla hablar y dar paso a publicidad, sin escarnio ni juicio ni espectacularización, no como siguen haciendo muchas hienas disfrazadas de periodistas.
Ana no lo sabe, pero ella lo cambió todo. Su caso tuvo una repercusión nueva en los medios de comunicación y lo que era la normalidad de millones de mujeres españolas se hizo noticia y se volvió cuestionable. Y ese es el primer paso para señalar lo intolerable. Y así se hacen las revoluciones.
Tras el asesinato de Ana Orantes y el despertar social que había generado empezaron las medidas contra la violencia “doméstica”. Muchos años después hay quien todavía no entiende que su única función es domesticarnos, hacernos sirvientas sumisas, asistentas silenciosas, trabajadoras sexuales gratuitas, esclavas del cuidado a cambio de nosequé del amor.
En 1999 se reforma el Código Penal, en 2003 se empiezan a contabilizar las víctimas de la violencia de género, en 2004 entra en vigor la ley integral de violencia de género y en 2007 se pone en marcha la ley de igualdad, que incluye la creación del teléfono 016.
Según las estadísticas oficiales, 1.231 mujeres han sido asesinadas por la violencia de género desde 2003. Todas sabemos que son muchas más. Porque faltan las trabajadoras sexuales, las trans, las desaparecidas, las asesinadas por hombres que no eran su pareja, las que han muerto tiempo después por las lesiones y aquellas cuyos casos no se han resuelto.
Como cuenta Nerea Berjola -que nos ha explicado también por qué el triple feminicidio de Alcàsser no generó una respuesta social sino que afianzó el relato del terror sexual y nos infundió el miedo a ser- todas las medidas, todas las propuestas y todas las iniciativas contra la violencia que ejercen los hombres y el sistema contra las mujeres se las debemos al feminismo. El feminismo como marco de análisis, como respuesta colectiva y como interpelación individual a nuestras vidas, ha sido siempre quien ha señalado como violencia lo que parecía el estado natural de las cosas, quien ha puesto nombre y conceptualizado las diferentes formas de violencia que el sistema hacía que no lo parecieran, y quien ha propuesto herramientas para defender la libertad de las mujeres y combatir todas las formas de violencia, en todos los ámbitos de la vida. Quienes primero llamamos violencia a lo que parece “lo de toda la vida” somos las feministas. Y a quienes llaman exageradas, paranoicas, victimistas, ridículas es a las feministas. Hasta que lo entienden. Hasta que alguna tiene que entregar su vida, su salud, su libertad o su bienestar para que se enteren. Y entonces todas entienden de qué hablamos.
El 7 de julio de 2016 el guardia civil Antonio Manuel Guerrero, el militar del Ejército español Alfonso Jesús Cabezuelo, José Ángel Prenda, Jesús Escudero y Ángel Boza violan a una mujer de 18 años y los dos que son miembros de los cuerpos de represión del Estado -además- graban y comparten las decenas de agresiones sexuales. Son detenidos el mismo día y el 26 de abril de 2018 son condenados por abuso sexual y no por agresión sexual, porque el código penal vigente considera que puede haber sexo no consentido “sin violencia ni intimidación”. Ese mismo día, millones de mujeres salimos a la calle a gritar “no es abuso, es violación” porque ese es el día que entendimos lo que es la justicia patriarcal y que somos sus enemigas.
Ojalá un día podamos darle las gracias a la mujer que fue violada en los Sanfermines de 2016 por no callarse y ojalá podamos reparar la revictimización, la persecución, el miedo y el estigma. Espero que sepa que ella lo cambió todo.
El 7 de septiembre de 2022 se publica en el BOE la Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual, que pone el consentimiento en el centro de la libertad sexual, elimina el delito de abuso pasando todas las violencias sexuales a ser agresiones, tipifica nuevos delitos contra la libertad sexual, crea los centros de crisis 24 horas, plantea medidas integrales de atención a las victimas de la violencia sexual, como asistencia psicológica y legal, y pone en marcha medidas de prevención y pedagogía por la libertad sexual y contra la desigualdad.
El 20 de agosto de 2023, el presidente de la Federación Española de Fútbol, después de que la selección española gane el Mundial, agrede sexualmente a Jenni Hermoso, una de las jugadoras y lesbiana visible, delante de las cámaras y de toda la prensa internacional. Inmediatamente se extiende una respuesta -primero en las redes, después en la prensa y enseguida en la calle- que considera el beso impuesto como intolerable. El agresor se ríe en una entrevista al día siguiente de quienes ven machismo, violencia y poder en su acto (con la complicidad del entrevistador, Juanma Castaño), unos días después en una asamblea extraordinaria en la que utiliza a sus hijas menores para hacer victimismo dice hasta cinco veces que no va a dimitir, su madre empieza la huelga de hambre más corta de la historia y ahora mismo él y algunos de sus fellas están en la puta calle, tiene una orden de alejamiento de la jugadora y su familia y va a ser juzgado por la Audiencia Nacional, que eso siempre acaba mal. Y se ha revisado la pensión que pasaba a las hijas menores a las que utilizó para hacer victimismo, porque era de cuatrocientos euros por hija, aunque cobraba noventa y ocho mil euros netos al mes. Sí, noventa-y-ocho-y-tres-ceros-al-mes. La madre está bien, parece.
Él tiene que estar flipando. Y los que trabajaban con él y compartían los sueldazos, los pelotazos, los servicios sexuales, las escapadas románticas y las cosas que no se pagan con tarjeta que él pagaba con la tarjeta de la “empresa”, pues también. Y Renfe, Iberdrola, Iberia, Multiópticas, SEUR, Adidas y las otras marcas que ponen los setenta y tres millones de presupuesto en patrocinio, pues también.
A veces parecemos unas listillas, pero es que las nuestras casi siempre ya lo han explicado. Lo dice Assata Shakur: “Nadie en el mundo, nadie en la historia ha conseguido su libertad apelando al sentido moral de sus opresores”. Y te lo cuento yo: no vamos a esperar a que se den cuenta, no vamos a esperar a que les parezca el momento, no vamos a esperar a que estén preparados, no vamos a esperar a que no les parezca exagerado, no vamos a esperar a que no les parezca que nos estamos pasando, no vamos a esperar a que dejen de hacerlo.
Están asustados, desconcertados, preocupados, perdidos, no saben por dónde les viene y les da miedo no poder seguir haciendo “lo de toda la vida”.
Porque son los opresores. Porque son los agresores. Porque son los explotadores.
Son los que sobreviven gracias a nuestros cuidados gratis, los que nos “roban” besos y el corazón y el tiempo y a las hijas y el dinero.
Son vuestros novios, maridos, hijos, hermanos, amigos.
Las feministas no estamos aquí por el reconocimiento. Primero porque nuestra lucha es colectiva y radical y estructural, y eso significa que solo nos importa la libertad si es la de todas y que los derechos no nos sirven si no son compartidos, y que hemos entendido que las únicas estrategias son las que van a la raíz de los problemas y que sabemos que ninguna violencia es inocua porque está apuntalando las estructuras de la desigualdad y porque cae en un cuerpo vapuleado desde el nacimiento: el de cualquier mujer. Y segundo porque llevamos siglos haciendo creer que los avances en la lucha feminista son propios de los tiempos, del sentido común o de la revisión de los hombres. Pero nosotras sabemos que ni de coña. Llevamos las muertas en silencio, pero llevamos la cuenta.
Se acabó.
No va a ser cómodo, va a generar conflicto, va a ser violento, muchos os vais a tener que apartar, a muchos os vamos a tener que echar, muchas os vais a separar y muchas nos vamos a pegar. No nos interesa vuestra benevolencia, porque llega tarde, cuando ya estamos más enfadadas que cansadas, más hartas que asustadas y sabemos que no tenemos nada que perder.
Y que somos, ya, casi todas.
---
* Créditos de la imagen de cabecera: Ilustración de Porechenskaya para Istock.