Por Nael y los demás

Aquí está, uno más, uno más, uno de los nuestros que muere bajo las balas de la policía. Tenía 17 años. El policía le apunta con su arma a la cabeza, le dice que va a disparar. El huye El policía dispara. Un muerto. ¿Hay que matar a un hermano para enamorarse de un momento de solidaridad?

Una muerte y la misma procesión. La de expertos en seguridad mundial, políticos, sindicatos policiales, prefectos, en definitiva, un desfile de toda esa gente que explicará con todo lujo de detalles que los policías son ejemplares, que la justicia hará su trabajo, que la ley  es la ley. Seguirán diciendo sus suciedades en los medios y en las ruedas de prensa. A través de este torrente de palabras, buscan ocultar la verdad que, sin embargo, es simple: la policía mata.

El disparo de un policía es sólo la consecuencia de las leyes que legitiman el fusilamiento en situación de negativa a obedecer, de todos estos expertos que promueven armas cada vez más violentas y sofisticadas para que el Ministerio del Interior las compre, de estos políticos que siempre estigmatizan a las mismas franjas de la población, los peligrosos, los radicalizados, los no republicanos, el enemigo interno.

Construyen un discurso racista y con sus palabras justifican y preparan el terreno. De Sarkozy a Darmanin, la misma retórica que busca justificar la muerte de una persona por el cansancio de un policía o porque, en definitiva, la persona que se niega a cumplir sabe lo que le espera. Por lo tanto, es imposible mantener la calma. Nadie combatirá mejor la violencia policial que quienes la viven a diario, quienes la sufren, quienes la conocen, la que azota a nuestros barrios.

Ya en 2005, nuestros hermanos se levantaron en oposición con dignidad a quienes les habían hecho sufrir junto a  sus familias durante tantos años. Entonces, para responder al grupo La Rumeur que se preguntaba hace unos años “¿hasta cuándo, cuánto tiempo seguirá siendo tan paciente el gueto? », respondemos que en esta tarde del 27 de junio, algunos se niegan a someterse, actuar y no callar. Sin justicia, no hay paz. Hoy y en los próximos días, el desafío es estar al lado de las personas que se rebelan, crear vínculos, brindar asistencia legal y antirrepresiva  si es necesario (y sin pretender ser maestros), escribir textos, distribuirlos, hacer letreros, pancartas. Si la conexión se hace como ha sido hasta cierto punto el caso en el pasado (asunto Theo, Adama, etc.), realmente podremos reivindicar la interseccionalidad, al menos para que nuestras diatribas antirracistas no sean exclusivamente palabras vacías de acción.