De la “gran renuncia” a la lucha contra el trabajo

De la “gran renuncia” a la lucha contra el trabajo

En la entrada de un Burger King en Nebraska un cartel reza “perdonen las molestias, hemos dimitido todos”. “Tengan paciencia con los empleados que seguimos aquí, ya nadie quiere trabajar” apuntan por su parte los trabajadores de un McDonals en Texas. “Fuck the managers, fuck this company, fuck this position, I fucking quit” exclama cabreada una empleada de Walmart en Texas en un vídeo que se ha vuelto viral. En Estados Unidos, en el año 2021, 38 millones de personas se quedaron en paro. 40% de ellas no han vuelto al trabajo. En Inglaterra, 300 mil personas de entre 50 y 65 años han engrosado la lista de las personas “económicamente inactivas”. Su principal deseo, según un estudio, es jubilarse. En Canadá, empresarios del sector de la restauración y la alimentación recurren a menores de edad para hacer frente a la falta de mano de obra. En Francia, 42% de las personas de menos de 35 años, según una encuesta, declaran tener muchas ganas de dimitir de sus trabajos. [ 1 ]En España, este verano, empresarios del sector de la hostelería se quejaban de la falta de personal. Parece que un fantasma recorre Occidente, es el fantasma de la “gran renuncia”.

A lo largo de los últimos meses han surgido muchos artículos y reportajes en la prensa y la televisión sobre este fenómeno conocido como la “gran renuncia”. Dicho interés responde a la constatación de que, en algunos países occidentales, millones de personas han decidido abandonar sus puestos de trabajo. En consecuencia, los intereses patronales están siendo perjudicados por la falta de mano de obra en casi todos los sectores laborales, cualificados o no. De ahí que los grandes medios de comunicación, en sintonía con dichos intereses, clamen alarmados contra este movimiento masivo de rechazo al trabajo. Por nuestra parte, en cambio, no podemos sino contemplar esperanzados lo que está aconteciendo, lo que nos motiva a escribir sobre ello. En el texto que sigue, más allá de contentarnos con describir y señalar las causas de la “gran renuncia”, nos interesa reflexionar sobre el alcance de este movimiento y preguntarnos si podría evolucionar hacia una crítica y lucha radical contra el trabajo asalariado y el mundo que lo propicia.

La pandemia del Covid-19 parece ser el desencadenante de la "gran renuncia". En general, los gobiernos occidentales, a la hora de abordar la crisis sanitaria y tomar medidas, se debatieron entre priorizar la salud de la población y la salud de la economía. Esa tensión llevó a una gestión, en cierto modo, errática, que causó bastante desconcierto e incomprensión por parte de la población. Por poner un ejemplo, recordemos cómo, en nuestro país, en la primavera de 2020, mientras altos cargos militares emitían comunicados en las cadenas de televisión dando a entender lo excepcional de la situación, los trabajadores se apelotonaban todas las mañanas en los transportes públicos para acudir a sus puestos de trabajo. Pero, por otro lado, en pleno confinamiento, las autoridades decidieron hacer una distinción entre trabajadores esenciales y no esenciales, dejando a millones de personas, de facto, en situación de paro, aunque posteriormente resguardadas bajo el paraguas del ERTE. Tales circunstancias, sumadas al encierro obligatorio en nuestros domicilios durante varios meses, posibilitaron que muchas personas rompieran con su rutina y el automatismo de acudir cada mañana a su puesto de trabajo, y tomaran conciencia del hartazgo que arrastraban y de que hay vida más allá del trabajo asalariado. [ 2 ]Tras los periodos de confinamiento, muchas personas renunciaron así a volver a sus antiguas ocupaciones, mientras que otras muchas se habían acostumbrado al teletrabajo y no estaban dispuestas a retomar su trabajo presencial.

Aunque, ciertamente, por las dimensiones que ha alcanzado, este fenómeno es impresionante, no deja de ser, como señala el pensador libertario Charles Reeve, “una suma de decisiones individuales, vinculadas entre sí, generadas por una situación común”.

 Esto  [ 3 ] nos lleva a sospechar que esta oleada de dimisiones pueda ser algo circunstancial, propiciado por las particulares condiciones de la pandemia y del ciclo económico. También vemos que se restringe a ciertos países occidentales, aquellos en los que el estado de bienestar, aunque herido de muerte, todavía proporciona cierta cobertura social y permite la supervivencia al margen del trabajo.[ 4 ] De hecho, es en aquellos países que históricamente tienen tasas de paro poco elevadas dónde más se constata la incidencia de la “gran renuncia”. En nuestra opinión, dadas esas particularidades, el fenómeno podría ser revertido a medio plazo y, probablemente, la crisis económica en ciernes vuelva a atraer al mercado laboral a gran parte de esas personas desertoras. Sin duda serían buenas noticias para los empresarios deseosos de volver a coger la sartén por el mango. Cabe preguntarse, entonces, si es posible que la “gran renuncia” pueda perdurar en el tiempo, al margen de los vaivenes económicos, y deje de ser una suma de decisiones de individuos aislados para convertirse en un movimiento colectivo y organizado.

A ese respecto, merece la pena detenerse en algunas luchas recientes que se están llevando al norte de los Pirineos. El pistoletazo de salida lo dieron algunos estudiantes de la escuela de ingeniería parisina “AgroParisTech”, el pasado 10 de mayo, cuando, durante una ceremonia de entrega de diplomas, llamaron a sus colegas a “desertar” de una carrera y una profesión estrechamente ligada a la destrucción del planeta y que contribuye al “desastre ecológico”. Desde entonces, actos similares se han multiplicado por todo el país galo y muestran una clara voluntad, por parte de cierto sector de la juventud francesa, de su negativa a trabajar. Pero no se trata de un rechazo que se inscriba en una lógica individualista y egoísta, sino que conlleva una toma de conciencia colectiva y una voluntad de dar un paso más allá. En ese sentido, el recién formado colectivo “Désert´heureuses” (las desertoras felices), compuesto por ex-ingenieros/as, en un manifiesto, explican que han abandonado sus profesiones, su carrera y renunciado a su posición social privilegiada para unirse a las luchas y alternativas contra esas mismas industrias en las que trabajaban en el pasado. Y es que, señalan, “el papel del ingeniero es indispensable para el funcionamiento del sistema capitalista y extractivista que genera las devastaciones ecológicas y contribuye al mantenimiento de las desigualdades sociales”. Además de clamar por la deserción, por tanto, el colectivo apela a la necesidad de luchar y de “encontrarse y alimentar una red de personas que están desertando, han desertado o desertarán, que piensan y crean desde fuera asumiendo su parte desde dentro, o que simplemente quieren existir y actuar desde fuera”. Una red que “tienda puentes que permitirán a otras personas liberarse del yugo del capitalismo tecnocrático”. Vemos así que los miembros de este colectivo están tratando de perennizar su decisión de abandonar su trabajo gracias a contar con el apoyo de sus compañeros y poder pensar de manera colectiva en la búsqueda de alternativas a dicho trabajo y, en definitiva, al sistema.

Probablemente la renuncia del trabajador de la cadena de comida rápida encargado de servirte la hamburguesa vegana “sabor carne” no tenga el mismo impacto socioeconómico que la renuncia del ingeniero encargado del diseño y la implantación de un parque industrial de molinos eólicos. Aunque, pensándolo bien, mientras ambos puedan ser sustituidos, no hay que peligro de que la rueda se pare. Sea como sea, consideramos que el acto de renuncia tiene gran valor de por sí, al margen del puesto de trabajo que se tenga. Lo que nos enseñan proyectos como el de los miembros de “Désert´heureuses”, al fin y al cabo, es la importancia de contar con un apoyo colectivo (material y emocional) detrás del acto individual de renunciar a su trabajo. Un apoyo que implica un buen punto de partida para pensar en el “¿Y ahora qué hago?”.
 

[ 1 ] Datos encontrados en: https://reporterre.net/Comment-la-desertion-gagne-la-France

 [ 2 ]En el prólogo de su ensayo “Trabajos de mierda”, David Graeber menciona una encuesta realizada en Gran Bretaña en 2015, según la cual el 37% de las personas interrogadas consideraban que su trabajo no tenía ninguna utilidad. Esto nos lleva a pensar que aunque la pandemia fue el detonante de esta oleada de descontento e insatisfacción, ya había un caldo de cultivo previo que veía arrastrándose desde hace años.

[ 3] https://www.briega.org/es/opinion/covid-gran-dimision

[ 4 ] El colectivo Chuang, cuyos miembros viven mayoritariamente en China, relata, en su libro, Social Contagion and Other Material on Microbiological Class War in China, las dificultades a las que se enfrentó la población del país asiático durante la pandemia. En Wuhan, muchas personas perdieron su trabajo y, sin posibilidades de acceder a ninguna ayuda estatal, tuvieron que regresar al campo, a sus lugares de origen. Otras, no tan afortunadas, se vieron obligadas a malvivir en la calle. Es comprensible que tales grados de miseria hagan “deseable” el trabajo.