Contrainformación
La contrainformación se puede entender como la elaboración de un discurso comunicativo distinto y/o opuesto al oficial (entendiendo por oficial al que se genera desde las estructuras de poder, tanto políticas como económicas), que puede servir herramienta de formación, reflexión, movilización y enriquecimiento personal y colectivo. En este sentido, aunque mantengamos el término “contrainformación” dada su amplia difusión, quizás sería más correcto hablar de “comunicación transformadora”, definida como la interacción libre, igualitaria y dinámica entre quienes participan en un proceso de cambio social.
La contrainformación, entendida de un modo abiertamente político (radical y global), asume una serie de características:
- Afán transformador de la ideas y de la vida (sentido global de transformación social).
- Naturaleza autogestionada.
- Independencia o no dependencia política o económica.
- Carácter no comercial y no remunerado (intento de superar la alienación del trabajo asalariado).
Este es el perfil tipo de lo que se conoce popularmente como “Fanzines” (es decir, aquellas publicaciones autoproducidas, que abarcan temas políticos, musicales, literarios, etc.) y de las denominadas “Radios Libres”, sin obviar la omnipresente influencia de internet.
Algunos planteamientos sobre la contrainformación
Información subjetiva. Parte de una propuesta de cambio social y la defiende, sin ocultar sus intenciones. La fiabilidad la determinan otros valores como la honestidad, la transparencia, la independencia, etc
La Contrainformación no es el eje de lucha más importante, como no lo es el antimilitarismo, el ecologismo, el sindicalismo o cualquier otro. Hay que entenderla como un instrumento más, como una herramienta que carece de utilidad si no se encuadra dentro de un ideario de cambio social global y que afecte especialmente a nuestra vida cotidiana. Debe ser, por tanto, un medio y un fin en sí misma, algo en que sea tan importante lo que se hace como la manera de hacerlo.
Contrainformación frente a propaganda. Debe ser un instrumento de clarificación de hechos e ideas, no elemento de manipulación para vender o legitimar nuestros planteamientos.
La contrainformación no debe ser sólo reflejo de las luchas, “la voz de los sin voz”, sino interrogación y cuestionamiento a nivel individual y colectivo. Es necesario evitar los tópicos y la reproducción de mensajes y actitudes sin que se cuestionen previamente. Los medios de comunicación crean su propia agenda de temas y todo lo que no entra allí no existe. Sin embargo, desde la crítica a esa manipulación y/o ocultamiento se acaba muchas veces por caer en la elaboración de una “agenda alternativa”, igualmente limitada o ceñida a unos determinados temas o espacios.
Existen muchas formas de comunicarse y no hay por que establecer necesariamente jerarquías. Muchas veces es más efectivo el boca a boca que el bombardeo informativo. En definitiva, cualquier construcción política tiene de una u otra manera que confrontarse con el “principio de realidad”.
Incidir en lo cualitativo frente a lo cuantitativo. Tratar de erigir grandes referentes puede contribuir al propio espectáculo si no se desarrolla la necesidad de una verdadera autogestión comunicativa, de que se extiendan socialmente las formas de expresión autónomas, tanto individuales y colectivas.
La formación y desarrollo de un pensamiento crítico es más necesaria que la mera información. El bombardeo de datos constituye una moderna forma de censura de los medios de comunicación. No se trata de informar, sino de profundizar en las causas que generan las injusticias. La gente no necesita que le digan que el mundo es una mierda -pues es de dominio público- sino de crear herramientas que permitan transformar la realidad en su globalidad (y complejidad). Una alternativa de comunicación debe proporcionar una visión coherente y real del mundo, debe enlazar los datos e interpretarlos con las ideas.
La crítica y la transparencia son fundamentales. Hay terror a decir lo que se piensa por una suerte de control social y de miedo a la ruptura con el grupo, y en general una debilidad de los planteamientos y convicciones, que se sustentan en muchos casos en aspectos meramente emotivos, que son fáciles de manipular. Muchas veces se afirma que no se pueden exteriorizar las críticas porque eso supone dar armas al enemigo, pero lo que a la postre sucede es que el debate y la crítica internas no se dan. Luego cuando las cosas van mal o se hunden nos preguntamos cómo ha podido suceder, no entendemos nada y nos entran la angustia existencial. Unido a esto se encuentra la cultura del “buen rollito”, que en muchos casos reducen las luchas políticas a comportamientos de índole familiar y acrítico y producen una banalización de la lucha política.
Parte de la propia vida, no es un hobby. Es necesario un compromiso consciente (frente al voluntariado profesional o “desideologizado” tipo ONG) con aquello que se dice defender. Es la única manera de tratar de luchar contra las modas y la cultura de la imagen.